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El matrimonio de la Creación
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Ann Mc Carthy Zavala
Xavier Zavala Cuadra
Podemos decir que hay dos modos de matrimonio, ambos según Dios, el "natural" y el "sobrenatural". El matrimonio "natural" es el conforme a la naturaleza que el Creador dio al hombre cuando lo creó mujer y varón. Matrimonio "sobrenatural" es el que, además, es conforme a la vida divina con la que el Redentor enriqueció al hombre, mujer o varón, cuando lo redimió.
El primero, por ser "conforme a la naturaleza que el Creador dio al hombre", es un matrimonio pensado a la medida de la mujer y del varón juntos, y, por pensado a su medida, es el modo mejor del que disponen los hombres para ser mujer y varón juntos. Comprendemos este matrimonio cuando comprendemos a la mujer y al varón tal como Dios los creó. ¿Pero cómo comprender a la mujer y al varón tal como Dios los creó? Nos lo responde el Creador mismo al revelarnos lo que Él hizo.
"Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra..." (Gén 1:26). La revelación de esta decisión divina es como un amanecer que ilumina todo: nos ilumina a Dios mismo, nos ilumina a nosotros los hombres, ilumina al matrimonio de la creación, nos ilumina las cosas. ¡Dios quiere que nos parezcamos a Él, como quieren los padres que sus hijos se parezcan a ellos! ¡Quiere que queramos parecernos a Él! Esto dice mucho de Dios, dice mucho del hombre y dice mucho del matrimonio que Dios espera de nosotros
Si parecidos, capaces de buscar la verdad, como Él. Si parecidos, capaces de buscar el bien, como Él. Si parecidos, capaces de reconocernos responsables de nosotros mismo, como Él. Si parecidos, capaces de tratar a los otros hombres como Él nos trata. Todas estas capacidades —¡capacidades de los "semejantes"!— son las que hacen posible el matrimonio que Dios espera de nosotros, son las que hacen posible que una mujer y un varón constituyan el matrimonio que Dios espera de ellos. Si estas capacidades no se convierten en acciones de la vida diaria, el matrimonio no es el que Dios espera de sus hombres.
Las instrucciones de Dios a sus hombres son sobrecogedoras.
"Henchid la tierra y sometedla: mandad en los peces... en las aves... en todo animal que serpea... ved que os he dado toda hierba de semilla..." (Gén 1:27-30).
Instrucciones que, en el fondo, dicen una cosa solamente: todo lo creado es para el hombre.
Que así sea parece un privilegio, pero tal vez Dios no entiende de privilegios y sí entiende de responsabilidades.
Todas estas instrucciones sobrecogedoras nos hacen reflexionar sobre cómo recibir estos regalos, que, bien pensados, son encargos.
¿Cómo deben recibirlos la mujer y el varón viviendo en matrimonio? ¿Cómo deben responder a estos encargos?
El primer encargo al que hay que responder es saber estar a cargo del otro.
"No es bueno que el hombre esté solo" (Gén 2:18). Aunque es bueno que sea solo.
No es lo mismo ser solo que estar solo. Se puede ser solo y estar acompañado. Dios es solo, es único, no hay otro Dios. Cuando dice "haya luz" (Gén 1:3), es el único responsable de la separación entre la luz y la oscuridad.
Cuando Maksymilian Maria Kolbe le dijo al guarda nazi, en Auschwitz, "soy sacerdote católico, me ofrezco a morir por este otro prisionero",
aunque estaba frente al guarda nazi y frente a muchos otros prisioneros perfectamente alineados en espera del castigo,
el sacerdote polaco estaba solo, muy solo: no había otro que dijese con él lo que él decía, únicamente él —desde lo más único de su yo— estaba haciendo tal ofrecimiento.
Cuando una mujer —consciente de lo que hace— le dice a un varón
está sola, muy sola, es sola, sabe ser sola, pues únicamente desde lo más único de su yo puede una mujer comprometerse a tanto.
Cuando un varón —consciente de lo que hace— le dice a una mujer
está solo, muy solo, es solo, sabe ser solo, pues únicamente desde lo más único de su yo puede un varón comprometerse a tanto.
Saber ser solo es saber reconocerse como único responsable de sí mismo, es ser semejante a Dios.
¿Por qué "no es bueno que el hombre esté solo"? Porque fue creado "macho y hembra". En el versículo 27 del Génesis hay un inesperado cambio en el número de los seres humanos creados, primero dice "a imagen de Dios le creó" y, en seguida, añade "macho y hembra los creó". Lo creado pasa de singular a plural porque Dios crea al hombre en dos versiones de hombre, la versión mujer y la versión varón.
Dos versiones de hombre, distintas y fácilmente distinguibles, aunque iguales en dignidad.
Dos versiones de hombre, creadas para que cada una complete a la otra.
La mujer no llega a ser todo lo que ser mujer significa sin la existencia y el influjo del varón.
El varón no llega a ser todo lo que ser varón significa sin la existencia y el influjo de la mujer.
Lo primario o elemental de este recíproco completarse consiste en que cada uno provea al otro de lo que el otro carece. Pero lo trascendente en la pareja humana, lo casi divino dentro de ella, es que el uno haga crecer al otro con solo su presencia, como hace la luna, como hace el sol. Que la sola presencia de la mujer haga mejor al varón. Que la sola presencia del varón haga mejor a la mujer.
Dos versiones del ser humano, "persona" cada una. Llamamos "persona" al que es consciente de sí mismo, al que se da cuenta de sí mismo. La mujer y el varón son "personas" que se saben separadas pero que quieren hacerse una sin dejar de ser dos. ¡Es lo posible imposible del matrimonio! ¡Quizá el misterio mayor del ser humano!(1)
La energía misteriosa con que se atraen es como una "gravedad" horizontal que exige acercamientos. ¿Imagen de la Trinidad, como dijo San Juan Pablo II? En Dios las tres Personas son Uno. A nosotros —hombres caídos— se nos atraviesa otra fuerza igualmente misteriosa que existe desde el Paraíso queriendo separar y dividir todo.
Asunto de importancia para entendernos: El hombre no tiene cuerpo, ES cuerpo. El hombre no tiene espíritu, ES espíritu. La mujer es cuerpo y espíritu toda ella todo el tiempo. El varón es cuerpo y espíritu todo él todo el tiempo. La fuerza misteriosa con la que se atraen sale de la mujer entera —cuerpo y espíritu— y llega el varón entero —cuerpo y espíritu. Igual acontece en el varón, su fuerza atrayente sale de él entero —cuerpo y espíritu— y va a la mujer entera — cuerpo y espíritu.
En las alturas de lo humano en que estamos, alturas de la mujer y del varón, lo que al principio parece como posible en el matrimonio —que los que se aman se hagan uno siendo dos— el matrimonio después lo logra de otro modo: la esposa y el esposo juntos hacen un hombre nuevo y, en este hombre nuevo, que puede ser mujer o puede ser varón, los esposos sí son uno, y uno para siempre pues el hombre nuevo que ellos han hecho ya es eterno.
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(1) La exigencia de que los esposos se hagan uno siendo dos —exigencia del matrimonio establecido por Dios en la creación— es misterio a la luz de la creación. Este misterio, sin embargo, comienza a ser razonable cuando se piensa en él a la luz de la redención y de su matrimonio sacramento de la Iglesia. Por ejemplo, como en el sacramento del bautismo vemos la mano del que bautiza y el agua que cae y corre sobre la cabeza pero también creemos que el butizado está siendo insertado en la Trinidad, así en el sacramento del matrimonio vemos a los dos esposos pero creemos que el Señor los está haciendo uno en Él. Quien realmente actúa en los sacramentos es el Señor y actúa con todo su poder; es entonces que el misterio comienza a ser razonable.
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