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Número de representantes. |
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Número de legisladores para la Cámara de Representantes
Ningún problema político es tan difícil como el de acertar con el número de legisladores, si se quiere tener una legislatura representativa.
Un cierto mínimo asegura los beneficios de la libre deliberación y consulta; también evita que unos pocos legisladores lleguen a arreglos entre ellos, arreglos contrarios al bien común.
Por otra parte, el total no debe pasar de cierto límite para evitar el desorden y la confusión. En toda asamblea excesivamente numerosas, la pasión siempre arrebata su cetro a la razón. En la antigua Atenas, aunque cada ciudadano hubiese sido un Sócrates, su asamblea hubiese seguido siendo turba.
Se dice que no es posible confiar —sin peligro— un poder tan grande a tan pocas personas.
Los fundadores de los "Estados Unidos" buscaron una relación de proporcionalidad entre el número de representantes y el número de representados. Comenzaron siendo 65 y fueron aumentando hasta llegar a uno por cada 30.000 habitantes. Al cumplir 50 años de existencia, serían 400, número que tranquilizó las preocupaciones de los que creían que los representantes eran insuficientes para el servicio que se esperaba de ellos.
Pero el servicio que se espera de ellos es que sus leyes confirmen los nobles ideales de los habitantes: por tanto, el asunto de fondo no queda resuelto con solo proporciones numéricas, requiere una comunidad de ideas e edeales real y existente entre los representantes y los ciudadanos.
Los autores de El Federalista insisten en lo que aquí estoy llamando "comunidad de ideas e ideales". (La traducción al castellano es de la edición de Libro Libre en 1886, pp. 145-6).
"¿Sesenta y cinco miembros durante los primero años, cien o doscientos durante varios años más, ofrecen suficiente seguridad como depositarios del poder legislativo de los Estados Unidos? Confieso que no puedo responder diciendo que no ofrecen suficiente seguridad sin estar ignorando lo que conozco de la índole actual del pueblo americano y de los principios que caracterizan a todos nuestros conciudadanos en su comportamiento político."
"No puedo concebir que el pueblo de América, con su carácter actual o bajo cualesquiera circunstancias que puedan surgir en un futuro próximo, eligirá y estará dispuesto a reelegir cada dos años a setenta y cinco o cinco hombres que piensan organizar y realizar proyectos aleves o tiránicos."
"Tampoco me cabe en la cabeza el que existan ahora, o puedan existir en los Estados Unidos en un breve plazo, setenta y cinco o cien hombres capaces de solicitar los sufragios del pueblo y que, en al corto espacio de dos años deseaba traicionar el mandato solemne que les fue conferido o que se atrevan a hacerlo."
"¿De dónde vendría el peligro? ¿Es que nos asusta el oro extranjero? ¿Si el oro extranjero pudiera corromper tan fácilmente a los gobernantes federales, capacitándolos para engañar y traicionar a sus electores, cómo se explica que todavía seamos un pueblo libre e independiente?"
"Primero. Es un mal inherente al gobierno republicano, aunque en menor grado que en los demás gobiernos, el que, quienes lo administran, olviden los deberes que tienen para con sus electores, traicionando la confianza en ellos depositada. Desde este punto de vista, un Senado, como segunda rama de la asamblea legislativa, distinto de la primera y copartícipe del poder de ésta, ha de constituir en todos los casos un saludable freno sobre el gobierno. Refuerza la seguridad del pueblo al requerir el acuerdo de dos distintas entidades"
"Segundo. No es menor la necesidad de un senado dada la propensión de todas las asambleas numerosas, cuando son únicas, a obrar bajo el impulso de pasiones súbitas y violentas... El cuerpo (del senado) tiene que ser menos numeroso para poder corregir este achaque. . . . También es preciso que posea gran firmeza, pues sigue en sus funciones de autoridad durante un período considerable."
"Tercero. Otro defecto, que ha de corregir el senado, radica en la falta de un contacto suficiente con los objetivos y lo principios de la legislación. No es posible que una asamblea de hombres —que provienen en su mayor parte de actividades de carácter particular, que han de ejercer su cargo durante un breve período, carentes de un móvil permanente para dedicarse al estudio de las leyes, los negocios y los intereses generales de su país en los intervalos de sus quehaceres públicos— eviten, si se les deja solos, cometer una serie de importantes errores en el ejercicio de su misión legislativa."
"Cuarto. La mutabilidad que surge en los consejos públicos como resultado de la rápida sucesión de nuevos miembros, por muy capacitados que estén, hace resaltar vigorosamente la necesidad en el gobierno de una institución estable. Cada nueva elección en los Estados renueva la mitad de sus representantes. Este cambio de hombres origina, por fuerza, un cambio de opinión, un cambio de medidas. Pero el cambio continuo, aun cuando se trate de medidas acertadas, es incompatible con las normas de prudencia y con toda perspectiva de éxito." (Madison, pp. 152-4)
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