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La Democracia en nuestra Historia |
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| Xavier Zavala Cuadra |
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| Al servicio del HOMBRE y de sociedades DE HOMBRES |
A mis alumnos de Guatemala |
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II. Judea: antiguos atisbos |
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Aunque el influjo de las ideas del pueblo judío sobre Dios, sobre el hombre, sobre la vida, sobre la historia, sobre la ley, es de inmedible alcance en el desarrollo de la civilización occidental —la civilización que ha venido dándole forma a la democracia— la antigua Judea no conoció la democracia. Sin embargo, hay en la experiencia política de ese pueblo de oriente atisbos de creencias y modos democráticos dignos de mención. Los judíos creían que el pueblo de Abram había salido de Ur, en Sumeria y que se había asentado en Palestina unos mil años antes que Moisés, es decir, unos 2.200 años antes que Cristo. Su conquista de Canaán había sido para tomar posesión de la tierra que Dios les había prometido. Era, pues, un pueblo de hombres a quienes Dios hablaba, y un pueblo a quien Dios había propuesto hacer una historia con Él. Parte de esa historia, la del cautiverio en Egipto, fue la de un pueblo esclavizado por un señor poderoso, la de su rebelión y de su escape. Los antiguos judíos no habían formado una nación realmente unificada, sino que, por mucho tiempo, habían sido doce tribus independientes, organizadas y dirigidas según los modos de la familia patriarcal. A la familia la dirigía el más anciano y éste era miembro del consejo de ancianos de la tribu. Las tribus se juntaban solamente en casos de extrema necesidad. Eran, pues, una suerte de familias federadas, sin autoridad pública propiamente tal, a quienes no unía una fuerza física sino un convenio voluntario, basado en la comunidad de raza y de fe. "En aquel tiempo no había rey en Israel y hacía cada uno lo que le parecía bien" (Jueces, 17, 6). La amenaza de los Filisteos los llevó a pensar en la conveniencia de un rey. Pero, tan extraña era la idea de monarquía entre ellos, que Samuel se resistió a ella, e hizo —desde tan lejana antigüedad— una advertencia que presagia los males de los gobiernos centralizados y no limitados que hemos conocido. De todas formas, interesa observar que la monarquía fue establecida en Judea por consenso de los gobernados y que al rey no le dieron el poder de dictarle leyes a un pueblo que sólo aceptaba a Dios como legislador. Desde entonces está presente y operante, en la historia de la humanidad, la idea de que el poder del gobernante es limitado y de que hay una ley sobre el gobernante que permite juzgarlo.
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"Se reunieron, pues, todos los ancianos de Israel y se fueron donde Samuel a Ramá, y le dijeron: Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Pues bien, ponnos un rey para que nos juzgue, como todas las naciones. Disgustó a Samuel que dijeran: Danos un rey para que nos juzgue, e invocó a Yahveh. Pero Yahveh dijo a Samuel: Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos... Pero les advertirás claramente y les enseñarás el fuero del rey que va a reinar sobre ellos. Samuel repitió todas estas palabras de Yahveh al pueblo que le pedía un rey, diciendo: He aquí el fuero del rey que va a reinar sobre vosotros. Tomará vuestros hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y jefes de cincuenta; les hará labrar sus campos, segar su cosecha, fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. Tomará vuestras hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará vuestros campos, vuestras viñas y vuestros mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará vuestros criados y criadas, y vuestros mejores bueyes y asnos y les hará trabajar para él. Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismo seréis sus esclavos. Ese día os lamentaréis a causa del rey que os habéis elegido, pero entonces Yahveh no os responderá. El pueblo no quiso escuchar a Samuel..." I Samuel, 8, 4-19. |
| I. Introducción | III. La Antigua Atenas |
IV. Larga nueva gestación |
V. Los Estados Unidos |
VI. La cultura política hispana |
VII. Educarnos para democracia |
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