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La Democracia en nuestra Historia |
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| Xavier Zavala Cuadra |
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| Al servicio del HOMBRE y de sociedades DE HOMBRES |
A mis alumnos de Guatemala |
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IV. La larga nueva gestación | ||
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Los tres grandes filósofos griegos
La antigua democracia ateniense terminó mal. No fue suficiente que los ciudadanos se creyesen libres y autónomos. Hicieron falta otras creencias, otras actitudes, otras virtudes, otros modos de vivir y convivir.
Durante un largo proceso de 2,000 años, los hombres fuimos aprendiendo lo que no sabíamos cuando se intentó la democracia en la antigua Atenas, y ese largo proceso comenzó en la antigua Atenas misma, precisamente en los días de su fracaso político, y quienes comenzaron ese proceso fueron ciudadanos de esa Atenas, ciudadanos que vivieron y sufrieron ese fracaso.
Sócrates
Sócrates (470 - 399 A.C.) inició una revolución del pensamiento ateniense: la base de la moralidad, la base de lo que hay que hacer o no hacer, hay que buscarla en la conciencia de la persona, no en lo que los gobernantes proclaman como conveniente al estado. Por encima del estado, hay una divinidad que ha puesto un orden. La persona humana es capaz de comprender este orden . Esta es la verdad que los atenienses antiguos no vieron y que Sócrates fue el primero en mostrárselas.
Había nacido en Atenas, de padre escultor y de madre comadrona. Su oficio fue, sencillamente, enseñar a pensar. En las plazas, en las calles, preguntaba a la gente si sabían qué era "la verdad", si sabían qué era "saber". Les decía "sólo sé que no sé nada", con lo cual quería decirles que lo que más le importaba era "saber", que lo que realmente quería hacer era "saber", que "saber" era ser hombre.
"¿Qué entiendes tú propiamente por esto? ¿Qué piensas sobre ello? ¿Miraste las consecuencias que de ahí se sacan? ¿Concuerdan con estas otras?" Si las personas a quienes encontraba tenían buena voluntad, sus preguntas llevaban a reflexiones enriquecedoras y aclaraban ideas largamente confusas; pero, si las personas se aferraban a sus viejos modos, lo veían como un loco o un peligro y, además, quedaban molestas porque en su interior se sabían sin respuesta.
Tenía amigos y enemigos. Los amigos admiraron y hablaron de su gran fortaleza interna. Jenofonte —historiador, filósofo y soldado— narró su valentía frente al enemigo en las batallas y su resistencia ante el cansancio y las crudezas del invierno.
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Jenofonte (445-335 A.C.) Autor de la obra histórica Anábasis (La subida), en la que cuenta el camino de regreso, desde Persia, de 10,000 soldados griegos que habían quedado allí, abandonados, al morir su jefe en batalla. El camino de regreso fue entre constantes combates con enemigos que los acosaban por todas partes, atravesaron llanuras con calores ardientes y pasos elevados y helados entre montañas con ocho pies de nieve. Sócrates fue uno de los soldados que regresó. |
En el año 399 A.C., durante el segundo intento de democracia ateniense, sus enemigos lo acusaron de introducir extraños dioses y de corromper a la juventud. Lo condenaron a beber un veneno. En su defensa dijo: "Atenienses, me sois caros y dignos de aprecio, pero me importa más obedecer al dios que a vosotros. Y, mientras me quede aliento y fuerza, no cesaré de buscar la verdad, ...de adoctrinar a cualquiera de vosotros que me encuentre al paso diciéndole: ¿cómo tú... no te avergüenzas de ocuparte... en llenar lo más posible tu bolsa, y de procurarte fama y honor, en cambio, del juicio moral, de la verdad y de la mejora de tu alma, no te preocupas?"(1)
Pudo haber escapado de la prisión pero prefirió dejar la lección de suprema honradez: "No mereces morir", le dijo uno de sus discípulos; le respondió: "¿preferirías que mereciera morir?"(2)
Su discípulo Platón, de 30 años cuando murió el maestro, afirmó que éste había sido "el mejor de los hombres, el más sabio y el más justo". Gracias a este discípulo, conocemos la sabiduría de Sócrates, porque fue Platón quien nos la contó en sus escritos.
Platón
Nacido de una familia ateniense de abolengo, con larga historia de participación en la política de la ciudad, intervino en la vida pública tan pronto como se lo permitió la edad. Pero la realidad que vivió — la Dictadura de los Treinta tras la derrota frente a Esparta, el régimen democrático que siguió después y que condenó a muerte a su maestro Sócrates— lo hizo cambiar de rumbo. "Entonces, dice en una carta, me comenzó todo a dar vueltas con vértigo de náuseas, y llegué a la convicción de que todas las actuales constituciones de los pueblos son malas. Me vi impelido a cultivar la auténtica filosofía..., maestra de lo que es bueno y justo, tanto en la vida pública como en la vida privada."
Dos motivos lo estimulan. Un era defender y continuar la obra de Sócrates. El otro, hacer ver que las ciudades —tal como las habían entendido los antiguos— eran el modo humano bueno de convivir social, económica y políticamente.
Lo bueno
¿Qué quiere decir bueno? Sócrates había enseñado que agradable no es lo mismo que bueno. Para saber si lo agradable es bueno hay que preguntarnos ¿agradable para qué?
Platón añadió que todo tiene un fin, una función, un ergon. Cumplir con ese fin es lo bueno. Hacer lo bueno es hacer lo que debemos hacer, es la virtud, es la areté . El barco tiene un fin, navegar, navegar es el "ergon" del barco. Los que construyen barcos arreglan y ordenan todas sus partes de tal modo que, terminada la obra, navega; trabajar así es trabajar como se debe trabajar, esa es la areté de los constructores de barcos.
El bien de la ciudad
Aunque Platón había renunciado a la actividad política, pensaba mucho sobre la vida política, comprendía su decadencia y quería revertirla. Había que volver a la antigua ciudad-estado pero sin los errores, desórdenes y abusos de la envilecida democracia griega. Gentes inmorales e incapaces, gobernaban para su propio beneficio. Platón quiere ordenar toda la ciudad al bien de la ciudad. Su maestro Sócrates lo había enseñado heroicamente con su muerte.
El bien de la ciudad consiste en el bien de los que viven en ella, y el bien de los que en ella viven es cumplir con la tarea que les corresponde como ciudadanos.
Tres clases de ciudadanos, según intereses o inclinaciones
La clase más numerosa es la de los dedicados a satisfacer las necesidades económicas: unos proporcionan alimentos, otros artesanías, otros curan, otros limpian las calles; son personas que dan más importancia a las cosas de los sentidos.
Luego viene la clase de guardianes y guerreros, encargados del orden y defensa de la ciudad; el valor es su característica. De entre ellos salen los dirigentes de la ciudad, por eso: a) reciben educación especial, b) no pueden tener ni familia ni propiedades para que lo personal no los distraiga de los intereses de la ciudad. Las mujeres de esta clase reciben la misma educación que los varones y participan en las guerras igual que los varones.
De entre los guerreros se escogen los mejor dotados y se los somete a más formación. Los que de ellos sobresalen pasan a la tercera clase de la sociedad.
Por fin, la clase de los guardianes perfectos, cuya función es gobernar y cuya distinción es la inteligencia. Son filósofos perfectos. Capaces de buscar y encontrar la verdad en todos los asuntos.
Las tres clases de ciudadanos deben cumplir sus funciones con armonía entre ellas. Ser y actuar así es ser y actuar como deben. Esta es la "areté" de los ciudadanos y de la ciudad.
Dos clases de poder en política: el de la fuerza y el del derecho
El de la fuerza viene del egoísmo individual o colectivo; un poder que, en realidad, es la ausencia de ley. Sus decretos son asuntos de partido, no asuntos del estado. "Con razón les negamos la pretensión de llamarse ley o derecho." Nadie debe prestarse a tal gobierno y, en caso de necesidad, habría que dejarse desterrar, o emigrar uno voluntariamente. Un poder así hunde al hombre moralmente. (Leyes).
El poder del derecho viene del reconocimiento de la verdad: cada uno está a cargo de la función que le corresponde.
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Platón sobre la democracia ateniense No hay jefe. Distribuye igualdad entre los iguales y entre los que no son iguales. Parece agradable. Es camino a la tiranía. La tiranía no es lo opuesto a la democracia, es su consecuencia. El pueblo, cansado del desorden, busca un líder... lo hace omnipotente... El tirano comienza vendiendo favores... se va deshaciendo de sus rivales y de los más capaces e inteligentes... inventa guerras para que el pueblo sienta la necesidad del jefe... aumenta su escolta personal... se distancia cada vez más del pueblo. Demasiado tarde el pueblo comprende qué clase de monstruo él mismo se ha creado. Todos son esclavos, el pueblo de los gobernantes, los gobernantes subalternos del tirano, el tirano de sus pasiones. "La República" La libertad absoluta no vale lo que vale la sumisión razonada a una autoridad... Se creyó que todo el mundo entendía de todo... se perdió el temor a la ley... creerse competentes dio lugar a la desvergüenza... a no respetar la opinión del que es mejor... Se perdió el respeto a los juramentos, a los compromisos y promesas, a los dioses... "Las Leyes" |
"Derecho Natural" o "Ley Natural"
Después de Platón, la mayoría de los filósofos y pensadores aceptó y se valió del concepto "derecho natural" o "ley natural". Entre ellos, Aristóteles, Cicerón, y Tomás de Aquino. Pero fue el jesuita español Luis de Molina quien, explicando a Aristóteles en el siglo XVI, acuñó con insuperable precisión el sentido de ese concepto: "cuius obligatio oritur ex natura rei, ", "cuya obligatoriedad surge de la naturaleza de la cosa". Al comprender lo que el hombre es, comprendemos lo que debe ser. Al comprender la naturaleza del hombre, comprendemos que al hombre le corresponde actuar de acuerdo a esa naturaleza. Al comprender lo que las otras cosas son comprendemos lo que los hombres debemos hacer con ellas. Ese es el significado de las expresiones "ley natural" o "derecho natural" que tantos pensadores vienen repitiendo desde la antigüedad hasta nuestros días.
Aristóteles
Nacido en Estagira, en la costa tracia, vive entre 384 y 322 A.C. Entra a la Academia ateniense de Platón cuando tenía 18 años y permanece en ella 20 más, hasta la muerte de su maestro. En su obra Ética a Nicómaco explica por qué se apartó de las enseñanzas de Platón: "Siendo ambos mis amigos (Platón y la verdad), es un piadoso deber mío poner por delante a la verdad". En el año 342 A.C. va a la corte del rey Filipo de Macedonia y lo encargan de la educación del hijo Alejandro, al que la historia va a llamar Alejandro Magno, entonces de 13 años. Cuando éste sube al trono, Aristóteles regresa a Atenas y funda su propia escuela, El Liceo.
Aristóteles es un filósofo científico: piensa partiendo de la observación de lo que existe. Mejora y aclara el pensamiento de Platón sobre la ley suprema, la voluntad del Creador: esta ley se manifiesta en los seres existentes, en lo que realmente son, en su naturaleza; cada cosa tiene su peculiar ser y sentido: cuando cumple con su ser y sentido, es buena. Por tanto, el hombre es bueno y feliz solamente cuando actúa de acuerdo con lo que es, hombre. Actuar así es moral, es ético.
Los hombres podemos actuar así porque tenemos la capacidad peculiar de entender lo que somos y, por tanto, de conducirnos de acuerdo a nuestro ser. A esta inteligencia práctica Aristóteles llama fronesis, palabra de la que viene nuestra palabra prudencia: obra virtuosamente el hombre que obra prudentemente, juiciosamente. Obrar así presupone estar dotado de voluntad libre, libre es ser capaz de ser guiada por la razón.
El ser humano encuentra la perfección de su ser al asociarse a otros en lo que se llama estado. "Es evidente que la ciudad-estado es una cosa natural y que el hombre es por naturaleza un animal político" (Política). Sólo en comunidad alcanza el hombre su forma acabada.
El estado no es algo superior o añadido a los individuos, familias y grupos que lo integran. El estado simplemente es ellos juntos. Existe estado verdadero sólo cuando los hombres conviven y actúan de acuerdo a su naturaleza humana. Anular a los individuos o a las familias o a los grupos, sería anular al estado verdadero.
Por tanto, la conducta de los que dirigen el estado debe ser guiada también por los principios de la moral.
La política exterior del estado no debe basarse en la fuerza. El estadista representa el derecho y la ley. Sin embargo, "los más de los hombres consideran al despotismo como sabiduría política, y no se avergüenzan de emplear con los otros un proceder que a cualquiera de ellos parecería intolerable e injusto" (Política). Además, una política exterior basada en la fuerza es pésimo ejemplo para la conducta interna de los ciudadanos: "todo ciudadano, que se sienta en condiciones para ello, tratará también de ver si le es posible dominar en su propia patria" (Política).
Tampoco la política interior del estado puede basarse en la fuerza. Se oye decir, dice Aristóteles, que para hacer algo grande hay que proceder sin escrúpulos. Pero esto llevaría a una lucha salvaje por el poder que sacudiría los cimientos del orden humano. "Entre iguales debe haber derechos iguales, y una constitución política que vaya contra el derecho difícilmente es duradera" (Política). Sin embargo, hay que reconocer que existen quienes tienen cualidades especiales. Sólo sabrá mandar bien aquel que ha aprendido a obedecer. En el estado debe haber sumisión y obediencia, pero con derechos, como corresponde a hombres libres.
Formas de gobierno
Aristóteles estudió todas las constituciones políticas de que tuvo conocimiento (logró reunir 158), y las clasificó en seis grandes grupos basándose en tres criterios de selección: 1. la intención de los gobernantes (el bien que buscan), 2. el número de los gobernantes, 3. la capacidad y competencia de los gobernantes.
Las peores formas de gobierno son la Tiranía, la Oligarquía y la Democracia: ninguna de ellas busca el bien común de los gobernados; la Democracia, aquí, es la que conoció la antigua Atenas y de la que tuvieron amplia información Platón y Aristóteles; este último dice de ella que "la multitud es la soberana y no la ley..., es la promovida por los demagogos..., los aduladores son los que se llevan los honores, sus decretos son iguales a las órdenes emanadas de una tiranía." (Política).
Aristóteles considera que la forma ideal de gobierno sería la Monarquía, pero es un ideal no realizable. Su siguiente preferencia sería la Aristocracia, si se logra combinar con algo de Oligarquía y de Democracia, porque parece ser una forma practicable; si llegase a ser realidad, sería un gobierno orientado a la creación y defensa de una clase media próspera.
Esencial desigualdad entre los hombres
A pesar de sus imponentes avances morales, ni Sócrates, ni Platón, ni Arisitóteles, llegaron a comprender la esencial igualdad de todos los hombres, asentada en lo más hondo de su ser de hombres.
Para Platón, las reglas de conducta aplicables a los griegos no eran aplicables a los bárbaros; éstos eran enemigos naturales; no era justo que una ciudad griega tuviese de esclavos a griegos; el linaje heleno era de relaciones de sangre; los griegos podían combatir con bárbaros y ese combate era natural, pero, si los griegos combatían con griegos, ese combate era un mal.(3)
Aristóteles justificó la esclavitud porque creyó que se trataba de seres esclavos por naturaleza, seres incapaces de gobernarse a sí mismos. Proyectó esa justifgicación hacia las naciones no griegas valíendose de una frase del dramaturgo Eurípides: "Justo es que los helenos gobiernen a los bárbaros... son siervos, nosotros gente libre".(4)
Fueron los estoicos de Roma los que enseñaron la igualdad fundamental entre los hombres.
XXX
Roma: los Estoicos
Si retrocedemos unos 28 siglos, encontramos al este y al sur del río Tiber una tierra conocida entonces con el nombre de Latium. Hoy es parte de la provincia italiana del Lazio. Allí vivían los romanos, los que iban a hacer a Roma, los que iban a hacer a la República Romana, los que iban a hacer al Imperio Romano. Su lengua era el latín, una lengua que, después y durante siglos, iba a ser la lengua de los hombres educados y cultos de Europa, de África y del Oriente Medio.
Cuentan que, al principio, tuvieron rey (rex), asistido por un grupo de varones, grupo conocido como "senado". Esta palabra latina nos dice que el grupo no era de jóvenes, era de ancianos.
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Etimología de la palabra senado Sus raíces lingüisticas son la plabra senex (viejo, anciano) y el sufijo atus (equivalente al sufijo castellano ado). Nuestras palabras "senil", "senescencia", posiblemente también "sien", tienen la misma raíz. En inglés tiene la misma raíz la expresión "senior citizen". |
En el año 509 AC, los romanos y su Senado decidieron expulsar al rey. Quedó el Senado como principal institución de gobierno y mostró, como institución, una sorprendente capacidad de sobrevivencia a pesar de grandes cambios. Sus decisiones eran en nombre del Senado y del pueblo. Como símbolo de su autoridad aparecía escrita o grabada en piedra la frase: Senatus Populusque Romanus (el Senado y el Pueblo Romanos). A veces bastaba su abreviatura de cuatro letras: SPQR.
Cuando actuaba en nombre de todos, es decir, cuando actuaba como "civitas", a ese quehacer lo llamaron sencillísimamente "res-publica", (literalmente: la cosa pública). En cambio, los griegos, para referirse a lo mismo, para referirse a su actuación como "polis", inventaron la palabra "democracia". La "cosa pública" era para los griegos asunto de "poder", por tanto, había que tener claramente establecido quién tenía el "poder".
Los atenienses vieron "poder" donde los romanos, después de expulsar a su rey, vieron "servicio". Por eso no llamaron "democracia" a Roma, la llamaron "República". Es posible que ver poder dependa de querer ese poder; el eterno problema de los quereres del corazón. Los fundadores de los Estados Unidos dijeron que lo que estaban haciendo era una República. Es posible que ahora predominen los políticos que ven poder en todas partes.
En este libro sobre la democracia en nuestra historia, particularment en esta parte sobre la "larga nueva gestación" de una democracia a la medida del hombre, presento el pensamiento de los filósofos estoicos como la gran contribución de la Roma antigua a esta gestación. Para esto, sin embargo, tenemos que regresar por un momento a Atenas porque allí comenzó el pensamiento conocido como el Estoicismo o la Estoa o los Estoicos. Su fundador fue Zenón de Citio (Chipre) quien, alrededor del año 300 A.C., funda en Atenas su propia escuela filosófica y se reúne con sus discípulos en un pórtico, "stoa" en griego, que les da el nombre.
Su filosofía moral es su mayor contribución a la cultura de occidente.
Derecho natural igual para todos
Desarrollaron y difundieron el concepto de derecho natural aplicable a todos los seres humanos. Se trata de una ley eterna —aunque no escrita— que debe servir de pauta y medida para todas las leyes hechas por hombres. Se trata de una ley que la razón humana descubre y que, por tanto, es vigente allí donde hay hombres que actúan como hombres.
Por esto la patria del estoico es el mundo. Su lealtad para con los hombres trasciende las fronteras, es la misma para con mujeres y varones, para con esclavos o libres. De hecho los estoicos eran sirios, griegos, fenicios, romanos... Epicteto fue un estoico esclavo, Marco Auraelio fue un estoico emperador.
La idea de un derecho vinculado a la naturaleza humana fue penetrando lenta pero paulatinamente. Juristas como Gayo, Ulpiano y Marciano introdujeron normas del derecho natural en sus doctrinas jurídicas y señalaron ese derecho como principio orientador en el examen e interpretación de leyes. La mujer no tenía derechos, pero Augusto mejoró un poco su situación. Los esclavos no eran más que un instrumento, pero Nerón dio leyes que los protegían de abusos de sus señores; Adriano estableció penas contra el señor que matara a su esclavo; Antonino Pío les reconoció el derecho de buscar asilo en los altares de los dioses; Marco Aurelio, el emperador filósofo, prohibió la lucha de gladiadores. En el siglo IV D.C. el esclavo podía incluso establecer un pleito contra su señor.
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Séneca, sobre la esclavitud "Es un error imaginar que la esclavitud abarca la totalidad del ser de un hombre; su parte mejor está exenta de ella; el cuerpo está sujeto y bajo el poder de un amo, pero su mente es independiente y, tan libre e indómita es, que ni la prisión puede refrenarla." Beneficiis, III, 20. |
Doctrina práctica de la virtud
El estoico es realista y sabe que lo que importa es la vida práctica. "No has de decir que eres un filósofo ni has de poner todo en discursear con tus conocimientos... sino haz lo que piden tus ideas. Al comer, por ejemplo, no digas cómo se ha de comer sino come como se ha de comer" (Epicteto). Este actuar de acuerdo a la razón presupone voluntad. "¿Qué pone todo en orden? La voluntad." (Epicteto). Tener voluntad es ser hombre de carácter. No tener miedo a las consecuencias de actuar rectamente. "Cuida, ante todo, de ser siempre igual a ti mismo" (Séneca).
La vida pública ofrece la mejor oportunidad de poner en práctica la virtud. Para el estoico, el hombre no debe encerrarse aislado de los demás sino, al contrario, debe participar en la vida pública y buscar en ella el cumplimiento del deber. "Tienes que vivir para otro si quieres vivir para ti mismo" (Séneca).
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"A la mañana temprano —se dice a sí mismo el emperador estoico quien, muchas veces, escribía en el campo de batalla— al despertar fatigado, has de proponerte obrar como hombre: espabílate. ¿Y habré de sentirme malhumorado cuando voy a realizar aquello por lo que existo y para lo que he sido llamado a la existencia? ¿O acaso he sido creado para estarme en el lecho, a gusto y caliente? Esto es inadmisible. ¿Es que has sido hecho para gozar de lo agradable y no para trabajar y hacer algo? ¿No ves cómo las plantas, los gorriones, las hormigas, las arañas, las abejas, llevan a cabo la obra que les ha sido encomendada y de este modo contribuyen en su pequeña parte a efectuar un trozo del orden total del mundo? ¿Y no harás tú tu obra humana? ¿No te apresurarás a aquello que corresponde a tu naturaleza? (Marco Aurelio, Soliloquios, V 1) |
Aunque creían firmemente en la libertad humana, los estoicos eran fatalistas: creían, también firmemente, en un destino sobre el cual no se tiene control alguno. La "ley del cosmos" dictó el pasado, dicta el presente y dictará el futuro. Su libertad era sin esperanza. Su deber era sin alegría.
El Estoicismo convivió con el cristianismo por varios siglos, pero las respuestas que éste daba a los problemas del hombre fueron convenciendo más y, en lento desvanecerse, el pensamiento estoico fue perdiendo vigencia.
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El Cristianismo
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El Cristianismo entró a la historia para enseñar la verdad. Lo hizo de dos maneras, reconociendo las verdades ya conocidas por los hombres, a fin de confirmarlas y reforzarlas, y enseñando las nuevas, las verdades del Reino que Jesús de Nazaret trajo al mundo.
Al reconocer las verdades ya conocidas, el Cristianismo no destruyó el pasado, lo respetó y asimiló. San Pablo advirtió que los hombres ya conocían lo que la mente humana sola podía conocer de Dios "porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras..." (Romanos 1, 20). Y en un discurso ante atenienses, para reforzar su enseñanza de que Dios está cerca, añadió: "pues en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros" (Hechos, 17, 28). La frase que cita san Pablo era de un estoico del siglo III A.C. Durante sus primeros siglos, el Cristianismo asimiló las verdades de las culturas judía, griega y romana; después quedó como depositario y difusor de lo que podemos llamar versiones cristianas de esas verdades y, de hecho, fue la Iglesia de Cristo la que sirvió de puente entre las civilizaciones antiguas y las presentes.
Para enseñarnos las verdades nuevas, Jesús de Nazaret entra en la historia proponiéndolas con un modo único "Yo soy el camino, la verdad y la vida", y con una seguridad también única "cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán". Estas verdades fueron y siguen siendo, las partes de la verdad sobre Dios y sobre el hombre que la razón humana no descubre por sí sola.
Al hablar de Cristianismo en este libro sobre democracia, lo que nos concierne no es lo propiamente religioso —aunque sabemos que en sí es lo más importante por ser la relación directa con Dios— sino su influjo en la vida de los hombres en este mundo; no su caminar hacia la vida eterna sino su potencial de levadura aquí; no su esperanza del Reino de Dios sino las esperanzas que enciende aquí; no el cristianismo como tesoro de verdad divina sino el cristianismo como energía en la historia.
¿Cómo opera este influjo del Cristianismo en la tierra y en el tiempo? La Revelación de Dios nos dice que el Espíritu, Segunda Persona de la Trinidad, habita en lo más hondo del hombre, en su CONSCIENCIA, en lo que lo hace PERSONA, en lo que le asegura que ES. ¡Ahí trabaja el Espíritu! ¡Ahí hace al hombre levadura y sal de este mundo! ¡Ahí le enciende esperanzas para este mundo! Es como si el Espíritu tradujese para nosotros lo eterno y nos lo dijese en las lenguas que usamos en el tiempo.
Presento aquí cuatro ejemplos de esas "traducciones" asentadas lentamente en las consciencias de los hombres durante los más de veinte siglos de influjo cristiano.
1
El Espíritu trata de hacernos entender que fuimos creados con un propósito: que fuésemos hombres. El propósito no era y no es, que fuésemos cualquier cosa. El propósito era y es ser hombres.
El propósito no es que nos quedemos en vegetales, aunque también somos vegetales. Tampoco es que nos quedemos en animales, aunque también somos animales.
El propósito de nuestro ser es ser hombre siempre, macho o hembra.
Ser hombre es ser racional, es pensar, es aprender a pensar, es saber pensar.
Ser hombre es ser libre, es saberse libre, es elegir, es aprender a elegir, es saber elegir.
Ser hombre es ser responsable, es ser capaz de "dar cuentas" de lo que uno hace, es ser habilitado para "dar cuentas", es no tener miedo a "responder por lo que uno ha hecho". El hombre aprende responsabilidad, practica responsabilidad, sabe de responsabilidad.
2
El Espíritu también nos traduce lo que es la dignidad del hombre, la dignidad inherente al que es persona. Persona es el que es consciente de sí mismo, ¡nada menos que eso! Persona es el que sabe quién es.
Dignidad es una calidad del ser humano, la calidad del que es digno. El ser humano es digno de dignidad.
Digno es el que se respeta a sí mismo y el que sabe respetar a los otros hombres por el simple hecho de que son hombres.
Digno es el que no aprueba que irrespeten su dignidad, y tampoco aprueba que irrespeten la dignidad de cualquier otro hombre.
Aunque ahora vive como parte de un estado, su dignidad trasciende al estado, no le viene del estado, es anterior al estado. La dignidad del hombre es anterior al estado, tanto en el orden del ser como en el orden del tiempo:
Por su dignidad, el hombre sabe que tiene derechos, inalienables, dados por Dios. ¡Solo el hombre tiene derechos! Derechos son lo que se debe al hombre por ser hombre. El que necesita añadir el adjetivo "humanos" al substantivo "derechos" no sabe de qué está hablando.
Por ser racional y por tener derechos, el hombre cree en la justicia. Justicia es lo que se "ajusta" al hombre. El hombre espera justicia, exige justicia. Justicia es la base de la vida del hombre en sociedad.
3
El Espíritu también hace saber al hombre el valor de su trabajo. Le hace saber que trabajar es parte de su dignidad.
Hace pocos años, era frecuente todavía ver en el campo un par de bueyes tirando del arado, con el campesino atrás sujetando la esteva. ¿Araba el arado? ¿Araban los bueyes?
El campesino había madrugado para arar. Había salido a buscar los bueyes y los había enyugado para arar. Había fijado el pértigo del arado al yugo, para arar.
El libro del Génesis cuenta que, antes de la creación del hombre, "no había hombre que labrara el suelo" (Génesis 2:5). Sólo el hombre ara. Sólo el hombre entiende lo que hace.
El Génesis también cuenta que el Creador encargó al hombre continuar lo que Él había comenzado (Génesis 1:28). Sólo el hombre puede entender que continúa la obra de Dios cuando trabaja.
Sólo el hombre es capaz de transformar la Creación. La transforma haciéndola usable al hombre. Eso es trabajar. Sólo el hombre es digno de trabajar.
La decisión, de Dios de encargar al hombre que "someta" la creación, es continuación de la decisión de Dios de crear al hombre semejante a Él. Continuar la Creación corresponde al semejante. Trabajar es ser semejante a Dios.
4
El Espíritu nos traduce lo que conviene que entendamos por familia.
Por la Revelación algo entendemos de lo que es familia.
En la antigua Roma, el pater famliae (padre de la familia) tenía "potestad" sobre la "familia" (palabra que incluía la casa, las cosas, las mujeres, los hijos, los sirvientes, los esclavos) y su "potestad" llegaba hasta castigar con la muerte. Los romanos habían llegado a la palabra "familia" partiendo probablemente de la palabra "famulus" (sirviente); quizás porque de la familia se servía a su gusto el pater famliae.
En la primera familia cristiana —que fue judía por la carne y por la sangre— todo es diferente, todo es de otro modo, porque su cimiento es la mujer, la madre.
La mujer, como cimiento de la familia, es, si puede decirse así, el primer gran logro del Espíritu en su traducción a lo temporal de la familia eterna, porque la mujer parece haber sido hecha para la familia, pues sabe dar, sabe darse, sabe ser dada. "Dar", "darse" y "ser dado" parecen ser las acciones permanentes de Dios dentro de Sí y fuera de Sí.
Las madres son madres porque se dejaron dar y se dieron. Todos tenemos madres porque nos las dieron. Nosotros no las escogimos. Ellas se dejaron dar y se dieron.
Las esposas enseñan a los esposos la belleza de dar y de darse, el arte de dar y de darse. Nos lo enseñan dándosenos, incluso cuando —muy fatuos— insistimos en "potestad".
Las esposas nos enseñan a los esposos las altísimas sabidurías del perdón, y nos las enseñan perdonándonos. El hábito de perdonar —hábito cristiano de dar— está subyacente en cualquier buen sistema legal.
La mujer —cuyo sentido más hondo es poder ser madre— de algún modo transmite a la familia esa esencial orientación suya y la convierte en el lugar donde la vida humana se multiplica. Para los hijos, la posibilidad de un nuevo hermano es una ilusión. Para el padre, la posibilidad de un nuevo hijo también es una ilusión. Ilusiones que son luces, y dan al hogar el calor y la forma de nido.
Afirmar que la mujer es el cimiento de la familia es afirmar que la familia es el reino de la mujer. Entre estas dos afirmaciones está, un poco oculta bajo ellas, esta otra afirmación: el varón también es capaz de dar y de darse. Pero, ¿quién le des-cubre esas capacidades? La esposa, generalmente. Es ella quien las des-entierra.
Muchas otras verdades —provenientes de los evangelios— enriquecen y ennoblecen el ideal político de una nueva democracia, parecida, pero muy superior a la que tuvieron los antiguos atenienses.
Termino este capítulo sobre el Cristianismo recordando lo que escribió Jacques Maritain: : "...lo que importa a la vida política del mundo... es comprobar que la democracia está ligada al cristianismo y que el empuje democrático surgió en la historia humana como una manifestación temporal de la inspiración evangélica".(5)
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Los aportes de la Edad Media
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El Imperio Romano se había extendido grandemente, pero parecía estar perdiendo cohesión. Su parte oriental, la menos grande —el arco este de provincias costeras del Mediterráneo, de Grecia a Egipto— era rica, griega de lengua y cultura, cosmopolita, muy activa en el comercio y en la industria. Su parte occidental era más extensa —llegaba hasta Inglaterra— pero era pobre y vista de menos. La Iglesia Cristiana, que seguía creciendo dentro del Imperio, pudo haber servido de fuerza cohesiva, pero también ella estaba dividida en este y oeste por asuntos de doctrina y de administración.
En el año 330 D.C. el emperador Constantino había pasado la capital del imperio a Constantinopla para atender mejor las valiosas provincias del este. El oeste quedó mal atendido y en desorden, tanto que el emperador Teodosio se vio forzado a dividir el imperio en dos administraciones separadas, con Roma de capital del oeste y Constantinopla del este (395 D.C.). Ya había sido dividido antes, por razones de estrategia, pero con el entendido de que volvería a la unión, pasada la necesidad. Esta vez la división no tuvo regreso. Constantinopla se convirtió en capital de una nueva civilización y de un nuevo imperio —el bizantino— y Roma cayó frente a las invasiones de los bárbaros.
Los bárbaros o germanos, eran tribus que venían de muy lejos, del norte y del noreste, de la actual Escandinavia y de las estepas rusas, en busca de tierras y empujados por otras tribus que migraban de más atrás. No conocían la escritura, ni la moneda, tampoco las transacciones comerciales. Pescaban, cazaban y guerreaban. Julio Cesar había tenido que combatir con ellos cuando extendía las conquistas romanas hasta los valles del Rin, a mediados del siglo I A.C. En su crónica de esas expediciones, De bello gallico (De la guerra gálica) —una de las joyas literarias de la antigüedad clásica— los describió como primitivos y medio nómadas. Pero en ese tiempo eran relativamente pocos.
Aunque su número iba aumentando por razones de natural reproducción y, sobre todo, porque continuaban las migraciones, los romanos supieron por mucho tiempo convivir con ellos, como con vecinos a los que no se les permite incursionar en territorio romano pero de los que se obtiene el beneficio del comercio. Les vendían joyas, vinos, implementos agrícolas y utensilios de cocina. De parte de los germanos, la principal mercancía era humana: prisioneros de las constantes batallas entre las tribus mismas. Miles de eslavos les fueron vendidos. De esta forma, su nombre étnico pasó a ser el nombre de la condición de esclavo. También ofrecían otro servicio, el de enlistarse como soldados de fortuna en las legiones romanas y el ejército romano llegó a ser mayoritariamente germano. El contacto con los romanos, a su vez, fue civilizando a muchos germanos. A mediados del siglo IV, un obispo llamado Ulfilas, nacido bárbaro pero educado en Constantinopla, viajó por entre las tribus visigodas al norte del Danubio y convirtió a muchos al cristianismo; incluso les dio una Biblia traducida a su lengua, de la que había suprimido los pasajes que pudieran alentar las inclinaciones guerreras de los bárbaros. Su enseñanza se extendió a los vándalos y a los ostrogodos. Pero la versión de cristianismo que Ulfilas predicaba era el Arrianismo, versión que la Iglesia Romana consideraba herética porque minimizaba la divinidad de Cristo. A los ojos de las autoridades eclesiásticas, el obispo estaba haciendo herejes a los germanos menos bárbaros o más civilizados. Las diferentes creencias cristianas entre germanos y romanos iban a tener consecuencias negativas en el futuro.
Para impedir sus incursiones guerreras dentro del Imperio, Roma contaba con su ejército (aunque fuese mayoritariamente de soldados germanos), pero también se valía de la diplomacia, fomentando las guerras entre las tribus mismas y haciendo alianzas con unas para debilitar a otras. Aunque muchos daban voces de alarma y decían que el pastor no debe tratar de domesticar a los cachorros del lobo, de hecho, hubo convivencia e importantes germanos eran invitados a las casas de importantes romanos. A pesar de todo ello, el siempre creciente número de germanos al otro lado de las fronteras hacía cada vez más difícil detener sus incursiones guerreras.
Se recurrió a una nueva política que dio resultados por un tiempo pero que, a final de cuentas, tampoco fue suficiente, la de dar a ciertas tribus el derecho de asentarse dentro del imperio con la condición de guardar lealtad al emperador y de defender la extensión de tierra que se les había confiado. A estos aliados se les llamaba "foederati".
A comienzos del siglo V, Estilicón, vándalo por nacimiento, general romano por profesión, después de defender los intereses del imperio en muchas batallas contra otros bárbaros, ante la amenaza visigoda a la ciudad de Roma misma, traslada las falanges del Rin a Roma y deja desprotegida la Galia. En diciembre del año 406, 15.000 vándalos atravesaron el Rin con sus mujeres, hijos y animales, y penetraron en la Galia sin que nadie los estorbase. A partir de entonces, las fronteras del Imperio Romano dejaron de tener vigencia. Otras tribus bárbaras germanas se adentraron también en las extensiones del imperio y, entre guerras y arreglos, se las distribuyeron.
A los francos se les había permitido asentarse en la actual Bélgica como aliados de Roma. Su primer crecimiento geográfico no fue de violentas invasiones sino de moderadas expansiones. Por su vida tan primitiva y por sus dirigentes tan poco sobresalientes, nadie hubiese podido prever que iban a llegar a ser lo que fueron.
Pero los francos eran civilizados en comparación con los sajones que invadieron Inglaterra junto con sus primos los anglos y los jutes. Allí guerrearon con los britanos que habitaban la isla y poco a poco los fueron desplazando. Algunos britanos huyeron atravesando el Canal de la Mancha y se asentaron en la península que aún lleva su nombre, Bretaña. Los últimos esfuerzos de defensa los dieron los britanos bajo el comando de un tal Arturo, cuya fama sería inmortalizada seis siglos más tarde en los cuentos del Rey Arturo y sus Caballeros de la Tabla Redonda. Inglaterra es el único lugar donde los invasores germanos lograron imponer totalmente su lengua y sus leyes. Inglaterra es el único país donde desaparece casi totalmente el latín como lengua y la Iglesia como organización.
Los visigodos eran un grupo errante de unas 100,000 personas que venía desde los Balcanes. Por largo tiempo aliados del Imperio, fueron los que más se beneficiaron del intercambio y los que más admiraron su cultura. Su número y su proximidad, sin embargo, los tornaba peligrosos. Alarico, rey visigodo, intentó por la vía diplomática que el Emperador les permitiese asentarse pacíficamente en Italia para vivir juntos como un solo pueblo. Cuando intentó hacerlo por la vía de las armas, Stilicón lo detuvo. Muerto éste, Alarico sitió Roma tres veces y exigió grandes cantidades de oro, plata y sedas para retirarse. Durante el cuarto sitio, simpatizantes internos le abrieron las puertas de la ciudad: entró con sus tropas y la saqueó por tres días (410 D.C.). Al morir, los visigodos eligieron a Ataúlfo, un hombre con otros modos de pensar. Como Alarico y como el mismo Stilicón, Ataúlfo suponía que era inconcebible que un germano se diera el título de Emperador Romano, pero se le ocurrió un camino para acercarse a ello, casarse con Galla Placidia, la hermana del Emperador: el Emperador no tenía heredero. Después del matrimonio, tropas visigodas guerrearon en España por la causa de Roma. En recompensa recibieron una gran extensión de tierra en el sudoeste de las Galias desde la que se fueron extendiendo hacia España.
Pronto olvidaron su organización tribal y dejaron los asuntos administrativos en manos de burócratas romanos. Asimilaron las prácticas agrícolas de la región. Adoptaron el latín como lengua de la mayoría. Visigodos y galo-romanos se entremezclaban en las rutinas diarias y la familiaridad los fue llevando al acomodo, el respeto y la admiración mutua. Sin embargo, el problema de la religión fue causa de malestares, de divisiones y, a veces, de abierta persecución mutua: el cristianismo arriano de los visigodos era herejía para los católicos galo-romanos.
Los vándalos llegaron a España en el año 409 D.C., tres años después de haber cruzado el Rin. Para el 420 D.C., sus fieros grupos hacían estragos por casi toda España. Pero la presión que sobre ellos ejercían los romanos locales y los visigodos aliados de Roma, los obligó a marcharse a África, atravesando el Estrecho de Gibraltar, guiados por su rey Gaiserico. En el año 429 D.C. comenzó la marcha vándala sobre las costas mediterráneas de África. Esta vez, en dirección este. Unas tras otras fueron cayendo las ciudades romanas de África y, con ellas, los principales graneros del Imperio. Al debilitar de esa manera a Roma, los vándalos, sin buscarlo, facilitaron la expansión de las otras tribus germanas. Catorce meses duró el sitio a la ciudad de Hipona y durante el sitio murió en ella san Agustín, piedra angular del pensamiento cristiano en la temprana Edad Media.
Diez años le tomó a Gaiserico apoderarse de las ciudades romanas africanas. Terminada esa operación, construyó una flota y se lanzó a una lucrativa carrera de pirata en el Mediterráneo. En el año 455 D.C., llevó sus barcos hasta cerca de Roma, desembarcó sus tropas, marchó hacia la ciudad y la saqueó.
Los vándalos también dejaron los asuntos administrativos de la zona que habían conquistado en manos de romanos, como lo hicieran los visigodos en la Galia y en España. Pero la relación entre los vándalos arrianos y los católicos romanos no fue de dificultades, como aconteció con los visigodos, sino de abierta crueldad: los vándalos multiplicaron el número de mártires del santoral católico.
Su crueldad fue síntoma de degeneración. Seducidos por los lujos que la rica tierra permitía, se volvieron débiles y desorganizados. En el año 533 D.C. no pudieron resistir un ejército del Imperio Romano Oriental y, tras su derrota, se diluyeron y desaparecieron como pueblo.
Tales fueron las principales tribus germanas en cuyas manos quedó Europa. Una Europa enteramente desarticulada. La marcha histórica de la civilización parece detenida en esa porción del mundo.
Reconstrucción sobre el modelo conocido: Roma
Aunque cayó el Imperio como organización política, quedó la cultura asimilada por las personas que habían sido parte del Imperio. Esas personas, entre ellas las que también eran miembros de la Iglesia, tuvieron frente a sí la difícil tarea de convivir con los bárbaros germanos y de inventar con ellos un modo nuevo de convivir.
Para suerte de ellos y de nosotros, la civilización romana era algo que asombraba también a los germanos y continuó por siglos influyendo en ellos con sus ideas e instituciones. Los que también era miembros de la Iglesia también contaban con los principios profundamente humanos y civilizadores del Cristianismo. Mientras los linderos de los reinos bárbaros cambiaban incesantemente, por encima de ellos se fue extendiendo entre los hombres un sentido distinto de pertenencia estable, un nuevo marco unificador, una comunidad político-religiosa, una comunidad con la Fe por patria. Se fue llamando la Cristiandad.
La Iglesia se había expandido organizándose al modo romano, por provincias y distritos. Sus obispos eran autoridades regionales metidas en el acontecer del lugar. Al desaparecer los representantes romanos, los obispos y sus asistentes eran las únicas personas entrenadas para continuar los servicios que aquellos habían prestado. Su experiencia en la administración eclesiástica les daba competencia profesional para la nueva función temporal. En aquel comenzar de nuevo, sólo la Iglesia podía proveer personal entrenado en las gestiones administrativas. Este diagrama muestra la doble función administrativa que el personal de la Iglesia tuvo que cumplir.

Los reyes germanos fueron comprendiendo que los obispos y la organización eclesiástica podían serles útil: además de administradores, les servían de consejeros y de diplomáticos. Los obispos, por su parte, entendieron que la buena relación con los reyes era el único camino para proteger a sus fieles y a sus propiedades. La alianza entre reyes germanos y obispos se fue acrecentando.
A los obispos de las Galias les preocupaba la vecindad de los arrianos visigodos y sólo un bravo germano podía resolverles el problema. Por razones también de vecindad, tenía que ser franco. Clovis (nombre del que Luis es una variación, aunque pasó al castellano como Clodoveo) era el joven rey de los francos. De la familia de los Merovingios —los descendientes de Meroveck— según exigía la ley consuetudinaria de los francos. Perfecto ejemplo del bárbaro: gran guerrero, ignorante y brutal. Cultivaba la amistad de sus consejeros obispos, sobre todo la de Remi de Rheims. Tal vez pensó en las conveniencias de ser el único rey católico del oeste, se casó con una princesa borgoñona católica, Clotilde, y se hizo bautizar. En nombre de la fe, atacó a los visigodos (año 507 D.C.) y, con la ayuda de obispos del sur, logró expulsarlos hacia España. En el medio siglo siguiente, sus sucesores extendieron el dominio a tierras que estaban en manos de borgoñones, alemanes y turingios, siempre con la ayuda de obispos. Agradecidos, los reyes francos regalaron grandes extensiones de tierra a la Iglesia, en tiempos en que la tierra era la única fuente de riqueza.
Hacia finales del siglo VI, la expansión, los triunfos y las riquezas debilitaron el espíritu conquistador de los Merovingios. La familia real se enredó en traiciones y asesinatos. Los caballeros combatientes, al no tener guerras en que distinguirse, salían al campo para divertirse golpeando a los que encontraban. La Iglesia del lugar también se corrompió. Los ricos obispados se volvieron carnada de ambiciosos.
La Iglesia, sin embargo, tenía inesperados recursos de regeneración. Surgieron los monasterios y fueron guías e inspiradores nuevos. Vigorosas comunidades de monjes se multiplicaron y llevaron la fe mucho más allá de las antiguas fronteras del Imperio. San Benito había escrito Una pequeña regla para principiantes que servía como constitución de los monasterios —primera creación práctica importante del oeste post romano. En un mundo en que todo era confusión, la Regla proponía un sistema social completo que funcionaba. Cada monasterio era autosuficiente. Los monjes debían seguir una rutina diaria balanceada de oración, trabajo y descanso. Se sustentaban del fruto de su trabajo e intercambiaban lo que les sobraba. Los monjes elegían a su autoridad, el abad, encima del cual sólo estaba el Papa. Una organización humana de independencia y de permanencia.
En esos monasterios se copiaron y multiplicaron los libros de la antigüedad, se experimentaron nuevos métodos agrícolas, se mejoró la forma de preparar el vino, los alimentos y el aceite, se dio hospedaje a los peregrinos, se dio atención a los enfermos y escuela a los que querían educarse.
San Benito funda su primer monasterio en Monte Casino, entre Roma y Nápoles (año 525 D.C.), al que siguen unos cuantos más, pero pronto son destruidos por bárbaros lombardos. Esa acción destructora de los lombardos, en vez de terminar con los monjes de san Benito, hizo posible su gran expansión: los monjes sobrevivientes se reagruparon en Roma y allí los conoce y admira quien pronto iba a ser el Papa Gregorio I, conocido como san Gregorio el Grande. Gregorio quería cristianizar a los anglo-sajones y juzgó que esos admirables monjes eran los más indicados para tal misión. Envió pues a un grupo de ellos a Inglaterra. En Kent bautizaron al rey Etelberto y con su ayuda se extendieron por otros pequeños reinos. Agustín, el jefe del grupo, fue nombrado obispo de Canterbury. A finales del siglo VII la mayoría de los anglo-sajones ya era cristiana y la Iglesia inglesa estaba enviando, en dirección contraria, grupos de bien preparados monjes para evangelizar el continente europeo. El cristianismo languidecía al este del Rin y allá fueron los monjes ingleses, fundando monasterios y convirtiendo a miles de turingios, bávaros y otros. El más excepcional de ellos era Winfrith de Wessex, conocido por el nombre latino Bonifacio. El Papa se fijó en él, lo hizo arzobispo y le encargó la reorganización de la Iglesia franca.
Estamos de regreso con los francos, siglo y medio más tarde. La incapacidad de la familia real Merovingia continuaba, pero otra familia, que más tarde sería conocida como Carolingia, había obtenido la posición hereditaria de Alcalde de Palacio, cuya función era administrar los asuntos del reino. Mientras san Bonifacio se esforzaba por reorganizar y revitalizar la Iglesia entre los francos, el Alcalde de Palacio, Carlos Martel, iniciaba una similar reforma en los asuntos seculares y un nuevo empuje conquistador que, seguido por sus sucesores, duplicaría las posesiones del reino. Ayudó a Bonifacio porque le preocupaba el desorden y la incompetencia de los administradores del reino, entre los que estaban los obispos.
Otra preocupación de Carlos Martel eran los moros. Ya habían dominado a los visigodos de España y ahora amenazaban a los francos y, tras ellos, a todos los demás. La amenaza mora, la amenaza de los "infieles", como los llamaban, dio nuevo sentido al concepto de Cristiandad porque los cristianos de los diversos reinos se sentían amenazados por un enemigo común. El triunfo de Carlos Martel contra una fuerte invasión mora, cerca de las ciudades de Tours y de Poitiers (732) convirtió a Carlos en héroe de la Cristiandad y dio a todo el reino de los francos una posición de liderato. Carlos no era el rey de los francos, pero era quien realmente tenía el poder. Tal desplazamiento del poder efectivo se dio con frecuencia en el mundo medieval cuando la persona del rey era inepta o débil. Su hijo, Pipino, con menos habilidad guerrera, pero con más habilidad política, concibió el modo de ser nombrado rey a pesar de la vieja tradición franca de la familia Merovingia.
Pipino pidió a Bonifacio que reformase la corrupta Iglesia franca de occidente, con lo que ganó méritos ante los ojos del Papa. Después sometió ante el Papa esta consulta: ¿debe un hombre tener el título de rey cuando otro hombre tiene realmente el poder? Por un lado, la Iglesia enseñaba que la autoridad temporal debería estar investida en quien tiene virtud y capacidad para gobernar. Por otro, la pregunta daba al Papa la oportunidad de sellar una alianza entre la Iglesia y una monarquía que se perfilaba líder del oeste. El Papa Zacarías respondió que era mejor llamar rey a quien tenía el poder.
Con la opinión papal a su favor, Pipino convenció a los principales nobles del reino a que lo nombrasen rey, y mostró su agradecimiento al Papa combatiendo a los lombardos que amenazaban Roma. El Papa Esteban II, sucesor de Zacarías, continuó la obra con una ceremonia que introdujo en el oeste el concepto de realeza sagrada: Pipino fue ungido con óleo sagrado, como se hacía con los reyes del Viejo Testamento.
Tal unción buscaba, sin duda, levantar la reputación del rey franco para facilitarle el señorío sobre los otros reyes y acercarse, de ese modo, a un orden político unificado como había sido el de Roma. Que la selección del reino franco era acertada lo confirmó el hijo y sucesor de Pipino, Carlos, cuyas hazañas culturales y militares le valieron el sobrenombre de El Grande, o Carlomagno. Con gran visión y empuje trató de revivir la gloria del Imperio Romano. Comenzó a reinar en el 768 y murió en el 814. Durante esos 46 años puso bajo su corona todo el oeste de Europa, salvo Inglaterra, Escandinavia, el sur de Italia y la España mora.
Para fomentar la honestidad de sus representantes, puso en cada distrito a dos, con iguales poderes, uno con rango nobiliario, el otro con eclesiástico, esperando que ambos se controlasen mutuamente. Trató de escoger a los mejores del reino sin que importase su origen: un caballero bávaro podía ser nombrado conde, haciendo pareja con un obispo franco, entre los lombardos de Italia, y un humilde clérigo español podía ser nombrado arzobispo entre los francos.
Para fomentar la eficiencia, promovió la educación. Reunió un equipo de hombres de estudio, traídos de Irlanda, de Italia, de España, sobretodo de Inglaterra (la región más adelantada culturalmente por influjo de los monjes benedictinos), para que fuesen educadores en su reino. Con Alcuín, venido de Inglaterra, fundó una escuela para su propio palacio a la que él mismo asistía. Ordenó que hicieran lo mismo sus representantes en otras partes. Alcuín y sus hombres desarrollaron una nueva caligrafía, de letra más pequeña y más graciosa, pero sobretodo más legible, que se extendió por todas partes y se llamó "minúscula carolingia". En fin, fue tal la reactivación educativa y cultural de esa época que se la denomina "el renacimiento carolingio".
El día de Navidad del año 800, en la iglesia de San Pedro en Roma, el Papa León III lo coronó "Emperador del Imperio Romano Occidental". ¡Vuelve el asombroso título! ¡El Imperio Romano Occidental parece de nuevo en marcha!
Sin embargo, notemos que con la unción de Pipino, al modo de los reyes de Judea, comenzó la idea y el decir: "rey por la gracia de Dios". Importante cambio. En adelante los reyes carolingios no sólo tendrán que cumplir con la ley de los francos, sino además defender la Iglesia, proteger y promover la propagación de la fe y gobernar de acuerdo con los principios cristianos. La unción del rey fue ceremonia que selló un traspaso de poder pacífico y legal, pero, mucho más allá de eso, dio respaldo moral a la autoridad secular y, sobretodo, injertó en el concepto mismo de gobierno la ética cristiana.
Por el injerto de la ética cristiana irá entrando de nuevo toda la sabiduría del pasado, de la que hemos hablado. A pesar de todos los abusos, retrocesos y contradicciones, el injerto sigue actuando en nuestros días.
La franquía de los germanos
Hace un momento dijimos que los reyes francos tenían que respetar la ley de los francos. Igual pasaba entre los sajones, los borgoñones y todo el resto de las tribus germanas. Pero ¿de qué tipo de leyes estamos hablando?
Para cada uno de estos grupos, sus costumbres tradicionales eran su ley. Las habían conservado oralmente de generación en generación y, cuando aprendieron a escribir, después del contacto con la civilización romana, las pusieron por escrito. El anglo, por ejemplo, tenía su propia forma de vivir y tenía que vivir así porque eso era ser anglo y ser él —algo que le venía con el nacimiento.
Comprendemos poco lo que para ellos significaba su ley, si entendemos el posesivo "su" como referido a los "reinos" anglos. Por supuesto que las costumbres tradicionales de los anglos eran las leyes de los reinos anglos, pero esas costumbres no eran su ley por decisión de "sus autoridades políticas", sino porque cada anglo nace con esa exigencia. En la frase "las costumbres tradicionales eran su ley", el posesivo "su" nos refiere a la persona: las costumbres son las leyes con que nace cada germano.
Entendemos ahora por qué, cuando los germanos ya imitaban la institución de los tribunales de justicia, sus tribunales no juzgaban con las leyes del lugar sino con las leyes del acusado. El sajón era juzgado con las leyes sajonas tanto si estaba en un reino sajón como si estaba en un reino franco o visigodo. La ley, el derecho, no era del lugar o del gobierno del lugar, sino de la persona.
El filósofo español, José Ortega y Gasset, ve en los castillos medievales la expresión arquitectónica de esa ley adscrita a la persona que pone límites —murallas— a la injerencia de los gobiernos.
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Los castillos medievales "...los castillos nos envían ideas. Las mismas formas extravagantes con que nos conmueven, nos invitan luego a la meditación... Después de todo, se trata de unas casas que ciertos hombres construyeron para vivir en ellas. Pero ahí está: ¿cómo tiene que ser una vida para que la casa donde se aloja resulte un castillo? ...un hombre de hoy no es nada —no tiene derechos ni calidades— si no es ciudadano de un estado... Lo propio acontecía en el mundo antiguo. El individuo comenzaba por ser miembro de una ciudad, y sólo como tal tenía existencia humana. El señor medieval, por el contrario, no conocía propiamente estado. Poseía derechos desde su nacimiento... por ser él quien era y previamente a todo reconocimiento por parte de una autoridad. [Derecho] era lo inseguro por excelencia, lo que nadie da y confirma... poseerlo y conservarlo es estarlo ganando a toda hora. José Ortega y Gasset(6) |
Los señores germanos, de los que ahora estamos hablando, fueron los que nos enseñaron dos trascendentes verdades:
1) las leyes básicas son las leyes adscritas a la persona,
2) protegerlas es detener, con barreras, la invasiva naturaleza de los gobernantes.
Su enseñanza fue el comienzo de lo que se conoce como democracias liberales. Frente al poder público (ley del estado), el liberalismo levantó la barrera de un poder privado (ley de la persona). Por este "privi-legio", la persona quedó protegida, en una porción mayor o menor, de las intervenciones frecuentemente insaciables del poder público.
El desarrollo histórico de estos pueblos germanos, al igual que el desarrollo histórico de las naciones en que ellos se convirtieron, fue determinado en buena parte por la relación que tuvieron con el Imperio Romano. Los visigodos, los ostrogodos y los vándalos, por ser los primeros en aparecer, fueron los que convivieron más largamente con los romanos y, por tanto, los que asimilaron más hondamente los modos romanos. En cambio, los francos y los sajones recibieron poco de la civilización romana por haber llegado mucho tiempo después, es decir, por haber llegado cuando se acercaba el final del Imperio; tal vez por eso duraron más como pueblos diferentes. Los anglo-sajones prácticamente no tuvieron influjo de Roma, conservaron mejor su franquía y fueron capaces, como veremos, de injertarla en la democracia.
Acabamos de referirnos a las democracias liberales. ¿Hay relación entre liberalismo y democracia? Don José Ortega y Gasset reduce el tema a dos preguntas "de derecho político":
A) ¿Quién debe ejercer el poder público? Respuesta de la Democracia: el ejercicio del poder político corresponde a la colectividad de los ciudadanos.
B) ¿Qué límites tiene el poder público? Respuesta del Liberalismo: el poder público termina donde comienzan los derechos de los ciudadanos.
Es verdad que las dos preguntas son "de derecho político", pero también es verdad que son "del ámbito de la moral", y es desde "el ámbito de la moral" desde donde mejor se comprenden las respuestas, porque es exigencia de la moral que los hombres se auto-gobiernen, y es exigencia de la moral que el "poder público" sea "poder para el bien del hombre".
Reconstrucción sin modelo: el Sistema Feudal
A finales del reinado de Carlomagno e incluso durante el reinado de su hijo Luis, todo parecía indicar que el reinstaurado Imperio Romano Occidental marchaba y marcharía con paso firme. Sin embargo, nuevas invasiones de hombres del norte —como las de siglos atrás, las de los predecesores de los que ahora se encaminaban al orden y a la civilización— comenzaron a atacar y a destruir cuanto encontraban. En vez de avanzar hacia el orden, lo que es hoy Europa Occidental volvió a ser presa del desorden y del caos. En tan difícil situación, el espíritu de franquía de los germanos, reforzado ahora por principios de la ética cristiana, llevó a los hombres de entonces a buscar soluciones por sí mismos y a no esperarlas del rey. En esa búsqueda, la experiencia los puso en un camino de dirección contraria al imperio. El imperio unificado era el modelo en las mentes ilustradas. La experiencia sirvió de guía en dirección opuesta y, poco a poco, se fue consolidando lo que conocemos como Sistema Feudal.
¿Quiénes eran los nuevos invasores? Hoy los llamaríamos daneses, suecos y noruegos. En la historia se les llama con el nombre general de vikingos. Las causas de sus expediciones son oscuras y los historiadores hablan de una posible sobrepoblación en la región que habitaban, y de la costumbre de heredar sólo al hijo primogénito, dejando a los restantes en la necesidad de abrirse camino en la vida por cualquier medio. Si las causas son oscuras, en cambio es claro el instrumento que les permitió desplazarse con facilidad por mares y ríos: la larga nave liviana, de poco calado y de una vela, que habían inventado.
En su sociedad tribal tenían reyes, nobles, hombres libres y esclavos, pero privaba entre ellos un gran sentido de igualdad y de individualismo. En batalla desplegaban una fiereza loca que ignoraba peligros y órdenes de jefes.
Los suecos fueron hacia el este y entraron en la actual Rusia donde establecieron puestos de comercio, y de allí bajaban hasta Constantinopla y Bagdad. Volvían a Suecia con exóticos bienes de gran atractivo para comerciantes de los reinos germanos, y Suecia se fue convirtiendo en centro de comercio. Los puestos establecidos a mitad de camino resultaron asentamientos permanentes y, con el paso de muchos años, los suecos allí asentados se convirtieron en señores del lugar. Se llamaban a sí mismos "rus" y le dieron el nombre a Rusia.
Los noruegos enrumbaron hacia el oeste. En el siglo IX invadieron las islas Hébridas, Islandia, la mitad de Irlanda, el sur de Escocia y el norte de Inglaterra. En el siglo X llegaron a Groenlandia y de allí pasaron a América del Norte.
Los daneses invaden los reinos carolingios ya debilitados grandemente a causa de particiones hechas por razones de herencia y sucesión. Atacaron Burdeos, París, Rheims, Colonia, etc., etc. Navegando por el Mediterráneo saquearon ciudades costeras de España, Francia e Italia.
Para salvarse del saqueo y la muerte, algunos reyes y señores recogían oro y plata y esperaban listos para ofrecerlos a los invasores. En el año 845, por ejemplo, se necesitaron 7.000 libras de plata para que una flota vikinga se retirara de París.
El rey francés Carlos el Simple intentó otro camino que algunos interpretaron como una simpleza más del rey, pero que dio resultado inmediato y tuvo consecuencias enormes en el futuro. Regaló grandes extensiones de tierra a un jefe danés llamado Rollón, con la esperanza de que se asentara en ellas, dejase de atacar otros lugares y defendiese la zona de otros invasores. La tierra que le dio estaba en la desembocadura del río Sena, el que pasa por París. Rollón no sólo protegió bien sus posesiones frente otros vikingos rivales, sino que las expandió a costa de señores franceses vecinos, calzando perfectamente en el mundo de batallas entre señores en que entonces se vivía. Para el año 942, cuando el nieto de Rollón, Ricardo, quedó de señor del lugar, los descendientes de los daneses ya hablaban francés, se habían bautizado y casaban con franceses. Los llamaban "normandos" (hombres del norte) y la región en que se desarrollaron sigue llamándose Normandía. El nieto de Ricardo será Guillermo el Conquistador, el que unificó a Inglaterra.
Para complicar más las cosas, grupos de marineros moros, procedentes de España y conocidos como "sarracenos", se asentaron en la costa mediterránea de Francia y, por mar y tierra, aterrorizaron durante años el sur de Europa. Además, hordas magiares provenientes del Asia irrumpieron por el este y, como haciendo un tour alrededor de los Alpes, sometieron al pillaje el sur de Alemania, el este de Francia y el norte de Italia.
Un resultado de este tiempo difícil fue que para muchos europeos el Mediterráneo dejó de ser el único mar navegable y miraron al Atlántico. Otro resultado fue el oscurecimiento de la figura y de la función de los reyes, la dispersión de la autoridad en un modo de vida de independencia y dependencia simultáneas, reyes con vasallos más poderosos que los reyes.
El feudalismo no nace de una teoría política o de las ideas de unos filósofos que otros hombres tratan de poner en práctica. El feudalismo es algo que se fue haciendo poco a poco, en verdad desde la desarticulación de Roma. Es un invento de los hombres de esa difícil era, un invento en la práctica y no en teoría, un invento lento, para darse respuesta a sus dos mayores angustias: alimentarse y defenderse.
El feudalismo es descendiente de dos costumbres en cierta forma comunes a romanos y a germanos. La primera fue una costumbre de relación de dependencia entre dos hombres libres. Entre los romanos, cuando el Imperio decaía, se acostumbró que quien se sintiese desprotegido buscase la protección de alguien más fuerte, a condición de prestarle ciertos servicios. Entre los germanos, sus tribus guerreaban organizadas en bandas y éstas no eran más que grupos formados alrededor de un combatiente destacado; el grupo y el jefe se necesitaban mutuamente para tener éxito en sus expediciones. La otra costumbre atañe al concepto de propiedad: de alguna forma era posible traspasar a otro la propiedad quedándose con ella. Entre los romanos abrumados por la pobreza se llegó a acostumbrar que, quien no tenía recursos para pagar los crecientes impuestos, traspasase temporalmente la propiedad de una tierra a otro propietario más rico; quien hacía el traspaso se quedaba trabajando "su" tierra para beneficio del que había recibido el traspaso. Entre los germanos se dio algo similar: los jefes guerreros acostumbraban distribuir las tierras conquistadas a sus combatientes sin perder por ello la propiedad sobre esas tierras.
Los feudos fueron eso, una relación de señorío y dependencia entre hombres libres y un traspaso de propiedad sin propiamente perderla. El rey germano que ampliaba sus posesiones necesitaba que alguien las administrase. Confiaba, entonces, una porción de sus dominios (feudo) a un señor que le había jurado lealtad y que, por tanto, era su vasallo. La entrega del feudo se entendía como temporal, aunque tal vez fuese de por vida. La efectiva subordinación del vasallo dependía de la capacidad del rey de imponerla por la fuerza, si se hacía necesario.
Cuando Carlos Martel quiere movilizar a los señores francos contra los moros, retoma tierras entregadas antes a la Iglesia franca y las "encarga" ahora a señores que van a participar en la campaña, dando más al que más caballeros guerreros puede tener, porque la idea es que la tierra permita al señor hacer frente a los gastos de la guerra. La donación temporal de tierras era como un pago al servicio de combate.
La costumbre permitió al vasallo tener varios señores, es decir, estar a cargo de feudos de varios señores. El poderoso Conde de Champaña, por ejemplo, tenía una colección de feudos al norte y al este de París, provenientes de servicios de vasallaje con el Rey de Francia, con el Emperador de Alemania, con el Duque de Borgoña, con dos arzobispos, cuatro obispos y un abad. La costumbre permitió también al vasallo ser, a su vez, señor, es decir, confiar a señores guerreros de su confianza partes del feudo que a él habían encomendado. Se fue tejiendo así una red de relaciones de señorío, vasallaje y feudos que comenzaba con los señores más poderosos (entre los que estaban los reyes, pero ya no solos ni los más poderosos) y bajaba por varios niveles a señores de menor importancia.
El arreglo feudal, más que un frío intercambio de tierra por servicio, era una relación muy personal entre señor y vasallo. El vasallo respetaba al señor, promovía sus intereses, le servía de consejero, le ayudaba económicamente en casos de necesidad, le daba alojamiento en sus visitas al feudo y, con sus hombres, combatía para él un determinado número de días al año. El señor trataba al vasallo con respeto, lo ayudaba en emergencias y hacía justicia en su nombre. Si el vasallo cumplía con sus obligaciones, el feudo era suyo de por vida. Poco a poco, sin embargo, se fue haciendo costumbre que el hijo del vasallo continuase en la posición de su padre.
Las constantes amenazas de ataques de los grupos merodistas, de que hemos hablado, fue haciendo cada vez más difícil defender feudos grandes. La tendencia fue a dividir y subdividir. La mayoría de los feudos terminaron siendo comunidades pequeñas en extensiones de tierra también pequeñas.
El núcleo de un feudo pequeño estaba formado por la casa fortificada del señor, la iglesia, las casas de los campesinos, los campos de cultivo, los pastizales y bosque alrededor. Los campesinos trabajaban la tierra y cuidaban los animales bajo la dirección del señor. Del producto de la tierra comían todos: señor, caballeros combatientes y campesinos. Los campesinos trabajaban unos días en las tierras del señor y otros en sus propias tierras, aunque ni el señor ni ellos poseían propiamente o exclusivamente esas tierras: otros señores, en escala ascendente, tenían derechos sobre ellas. Durante el período feudal no se hacía problema de que varias personas tuviesen derechos legales simultáneamente sobre una misma extensión de tierra. Pero, si aparecían intrusos en el feudo, la defensa de todos estaba a cargo principalmente del señor y sus caballeros. El señor, además, servía de juez, aunque su potestad de dirimir conflictos estaba limitada por la gravedad del asunto: cuanto más grave, mas alto había que subir en la escala de señoríos.
Esta sencilla forma de convivencia y organización social pareció a los hombres de la época —hombres rurales, disgregados, expuestos a agresiones— la más indicada para producir su alimento con menos inseguridad.
Dio una función social a cada hombre. Función que cada quien se hacía, más de lo que a primera vista parece. Quien sólo trabajaba la tierra podía incorporarse al grupo de caballeros combatientes, si compraba las armas y el caballo requeridos. Hubo quienes lo hicieron, incluso vendiendo "su" tierra para ello.
Dio un propósito común y, de esa manera promovió el sentido de deber, de disciplina social, de lealtad de grupo más allá de los lazos de parentesco. Por estar todo basado en una relación de persona a persona, promovió el sentido de honor y de moralidad.
Pero hay otro gran fruto de este período. Según Lord Acton, a este período debemos "el resurgir de la libertad civil"(7) . Mientras Europa avanzaba hacia la reconstrucción del Imperio Romano, la dirección del proceso estaba más en manos de los señores eclesiásticos y el Papa llegó a ser quien nombraba al emperador. Durante el período feudal, en cambio, se dio un largo e incesante forcejeo entre señores temporales y señores eclesiásticos, cada uno procurando ser reconocido como autoridad superior. El instrumento usado por ambas partes para tratar de obtener ese reconocimiento de parte de sus subalternos fue el mostrar respeto a la libertad y a los derechos de esos subalternos. La competencia por la autoridad resultó en competencia por reconocimiento de derechos. Así se fueron forjando instituciones y costumbres precursoras de las instituciones y leyes democráticas contemporáneas.
Antes de hablar de esos avances medievales hacia la democracia, es necesario detenernos en el pensamiento de Tomás de Aquino, no sólo porque literalmente recapitula toda la sabiduría humana de entonces, sino porque su enseñanza es impulsora de los avances mismos.
Santo Tomás de Aquino
Llaman a Tomás de Aquino (1224-1274) el príncipe de la escolástica. "Un teólogo de este mundo... Enseñó a la Iglesia a tomar en serio toda cuestión de este mundo —desde guerra y paz, hasta derecho internacional; desde la ciencia natural hasta lógica y ética. Ningún otro teólogo, ni antes ni después de él, ha pensado tan sistemática y sintéticamente sobre la experiencia en el mundo y la fe católica. No negaba ni la una ni la otra, tomaba en consideración a ambas."(8)
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Escolástica El pensamiento teológico y filosófico desarrollado en las escuelas de la Edad Media, iniciadas como pequeños centros educativos de las catedrales y de los conventos, desarrolladas después en organizaciones más complejas llamadas universidades. |
Lo que más importa destacar de su pesamiento, en un libro sobre la democracia en nuestra historia, es lo que Michael Novak resumió en seis tesis.(9)
1. La civilización consiste en una conversación razonada.
Buscar la verdad es esencial al hombre. El modo humano de buscarla es conversando, inquiriendo, razonando con otros. Esta conversación llega a transformarse en comunidad política.(10) Cualquier comunidad política verdadera es construcción de la razón.
A esta construcción se llega cuando todos los conversantes son hombres pensantes y ninguno es cosa, cuando conversar es persuadir y no imponer. Cuanta más persuasión, más civilizada la comunidad política.
La orden de una autoridad política tiene fuerza moral, tiene fuerza de ley, cuando es producto de la razón. Si no es producto de la razón, no es ley.
Siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás rechaza la imagen platónica de la razón dirigiendo las pasiones igual que el auriga maneja sus caballos. Consideradas en sí mismas, las pasiones son movimientos del apetito sensorial; ni buenas ni malas; que merezcan ser escuchadas no significa que deban ser siempre obedecidas; la razón decide si son buenas o malas, es decir, si se ajustan al ser del hombre o no.
2. El ser humano es libre porque puede reflexionar y escoger.
Lo que un ser puede hacer manifiesta lo que es. Lo que el hombre puede hacer manifiesta lo que es. Santo Tomás había observado las diferentes capacidades de los seres: los inanimados, como las piedras, no se mueven por sí mismos; si cambian de lugar es por obra de una fuerza externa a ellos; los vegetales, en cambio, tienen dentro una capacidad de movimiento que los hacer crecer y alargar sus ramas hacia la luz; no pueden más porque sus raíces les impiden desplazarse; la capacidad de movimiento de los animales es mayor que la de los vegetales porque pueden moverse de un lugar a otro; los hombres, además de desplazarse, pueden reflexionar y escoger. Esta capacidad es la que los hace libres.
3. Las instituciones políticas civilizadas respetan la reflexión y la elección.
Como la razón gobierna a las pasiones razonando, también el monarca debe gobernar a sus súbditos con razones. De ahí que sea un excelente criterio para juzgar a un gobernante saber cuán de acuerdo están los gobernados con su gobernante. La experiencia enseña, además, que un gobernante odioso no dura largo tiempo.
Los hombres están obligados a obedecer a las autoridades seculares porque la autoridad viene de Dios, pero, esta obligación presupone que las autoridades y sus leyes, son conformes con la ley superior, la ley inscrita en la naturaleza del hombre y de las cosas. "Si tener un rey pertenece al derecho de una determinada multitud, es justo que este rey sea depuesto o que su poder sea reducido... si abusa del poder".(11)
"No se hizo el reino para el rey, sino el rey para el reino". Los reyes existen para buscar el bien de todos. "Si el gobierno conduce... a hombres libres hacia su bien común, ese gobierno es bueno y justo".(12)
El fundamento de la ley es la capacidad humana de reflexión y de elección... La ley que irrespeta esta capacidad se despoja a sí misma de su fundamento.
4. La verdadera libertad es la libertad ordenada.
Escoger sin reflexionar, por capricho, es proceder como animales. La experiencia enseña que solo los hombres tienen capacidad de escoger... también enseña que no siempre la ejercen o la desarrollan.
Ejercerla y desarrollarla es escoger guiados por la razón fortalecida con las virtudes:
Fortalecida con las virtudes morales, como la fortaleza, la templanza, la justicia, la equidad, que son las virtudes que garantizan el orden interno del ser humano, que garantizan el gobierno de la razón sobre las pasiones.
Fortalecida con las virtudes intelectuales, como la prudencia, el juicio recto, la sensatez, que son las que habitúan a la razón misma a razonar humanamente.
Las virtudes morales se fortalecen con la repetición, las intelectuales con la enseñanza.
Sin estas virtudes, sin estos hábitos, no hay libertad real.
5. Los hombres son "personas" porque se gobiernan a sí mismas, no son simples "individuos" dentro de un grupo.
Santo Tomás distingue el concepto de persona del concepto de individuo . Individuo es un ser singular (no plural), aunque es parte de un todo; por ser parte, es del todo y para el todo. En cambio, persona es el ser más alto y noble de los que existen porque se gobierna a sí mismo, dicho de otra manera, participa de la libertad del Creador.(13)
La persona trasciende los propósitos del estado. "Existe un bien común, el bienestar del estado o nación, y existe un bien humano que no reside en la comunidad sino en la persona de cada hombre".(14)
"Los hombres son principales, no meros instrumentos... La Providencia dirige a las creaturas racionales hacia el bienestar y el crecimiento de cada persona y no sólo hacia el beneficio de la raza... Sus acciones tienen un valor personal y no sólo desde o para la naturaleza humana... El propósito de la ley divina dada al hombre es guiarlo hacia Dios."
"La voluntad se inclina por amor o por temor. Hay una gran diferencia entre estos motivos. Cuando hay temor, la primera consideración no es el objeto amado sino algo diferente, a saber, el mal que puede acaecer..."
"Cuando hay amor, la unión es buscada por causa únicamente del amado... De allí que el amor sea nuestro lazo más fuerte de unión con Dios, y esto, por encima de todo, es lo que busca la voluntad divina. El propósito de Aquel que da la ley es que el hombre ame a Dios".(15)
6. El mejor gobierno parece ser el que mejor combine los mejores elementos de la monarquía, de la aristocracia y de la democracia.
Para ésto es importante tener en mente tres lecciones de la experiencia: 1. Conviene que todos los ciudadanos tengan parte de responsabilidad en el gobierno porque facilita que se llegue a un acuerdo, facilita que todos defiendan lo acordado y facilita la paz. 2. Es más eficiente que uno esté al mando presidiendo sobre otros que lo asisten con trabajos administrativos. 3. Los que gobiernan han de ser electos por los gobernadnos.
En la monarquía hay un solo hombre a la cabeza. En la aristocracia hay muchos con responsabilidades. En la democracia los gobernantes son electos por el pueblo.
Tomás de Aguino sabía la importancia del conocimiento práctico: "la ciencia práctica —decía— a diferencia de la ciencia teórica, tiene por objeto actuar"(16), e incluía a la ciencia política entre las ciencias prácticas. Pero él era un teólogo, no un científico político, y no se dedicó a reflexionar detalladamente sobre cómo convenía que fuesen las instituciones de la convivencia y de la autoridad humanas. Sin embargo, facilitó el camino exaltando el valor del pensamiento político: "la ciencia política debe ser el interés práctico principal y predominante, puesto que se ocupa del valor final y más completo en este mundo". La filosofía política "abarca toda la filosofía de la naturaleza humana".(17)
Instituciones precursoras de la democracia
En 1066, Guillermo, Duque de Normandía, descendiente del danés Rollón, invade Inglaterra, somete a los señores anglo-sajones e inicia una serie de reformas que, ciertamente dieron eficacia al reino, pero concentraron buena parte de la autoridad en el monarca. Los anglo-sajones terminarán aceptando esas reformas, pero, a su vez, pondrán límites a la autoridad del rey.
Una curia regis (curia del rey), integrada por vasallos y altas autoridades eclesiásticas, se encarga de hacer cumplir los mandatos reales y de llevar las cuentas del reino. Los condados existentes se convierten en agencias fiscales y militares. Se cambia el modo tradicional de hacer justicia: la costumbre era interpretar la manifestación de Dios en el modo con que hacían juramentos las partes (por ejemplo, equivocar las palabras o tartamudear, era mala señal), o en la victoria de una de las partes si se recurría a la prueba de la lucha, o en el resultado de ordalías (como hacer caminar al acusado entre llamas o hacerlo coger un hierro candente para observar, luego, si la parte quemada sanaba bien o no); ahora el rey introduce un cuerpo de jueces reales autorizados para investigar, entre los vecinos de los litigantes, sobre el caso. Puesto que sólo el rey puede autorizar estas investigaciones, los señores pierden buena parte de su poder judicial. La Constitución de Clarendon (1164), somete los clérigos a las cortes seculares del reino, prohíbe apelaciones al Papa por encima de decisiones reales y prohíbe excomuniones de vasallos reales y de oficiales del reino sin previo conocimiento del rey. Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, es asesinado en su catedral por oponerse a la Constitución de Clarendon.
En 1215, después de meses de reuniones secretas y de borradores tras borradores de declaraciones de derechos, un grupo de señores armados sale a buscar al rey y lo obliga a firmar la Magna Carta. Un rollo de pergamino, escrito en latín, del que se dice que es el primer documento constitucional de Occidente. Su idea central es que la justicia depende de que todos —incluido el rey— observen la ley. De sus 63 artículos, casi todos siguen teniendo vigencia en nuestros días.

El rey siguiente tuvo que asimilar otra portentosa lección. Había descontento generalizado en el reino, tanto por los impuestos ordenados por el rey como por las aventuras guerreras a las que el rey lo lanzaba. Simon de Montfort, Conde de Leicester, encabezó el descontento y convocó a un gran encuentro de dos caballeros por cada condado y de dos burgueses por cada ciudad (1265). Todos declararon su disgusto. Cuando el rey quiso imponer nuevos impuestos, tres años más tarde, el Rey mismo convocó a los caballeros y a los burgueses para solicitarles su apoyo. Así comenzó el Parlamento inglés.
Como dije antes, los reyes normandos unificaron el reino y lo hicieron eficiente, pero los señores anglo-sajones pusieron límites y controles a los reyes con un cuerpo representativo de intereses distintos a los del rey.
Procesos similares de unificación y de creación de cuerpos representativos se fueron dando en otras partes, pero no con iguales resultados. En Francia, París se había convertido en un centro comercial de gran prosperidad y sus reyes, cobrando peaje en caminos y ríos, habían adquirido gran riqueza y poder. Las universidades acababan de redescubrir los textos de Aristóteles y el Código Justiniano de Roma. En vez de desarrollar un cuerpo legal basado en sus costumbres, partieron del Código Justiniano en la elaboración de sus leyes e interpretaron que el rey tenía prerrogativas legales absolutas en el reino.
Felipe IV convocó a una asamblea de señores, clérigos y burgueses para que lo respaldaran en unos conflictos que tenía con el Papa (1302). Pocos años después hizo lo mismo para explicar las razones de un nuevo impuesto (1314). Pero la asamblea no decidía. La decisión era del rey. Más tarde se llamó a esas asambleas Etats-Généraux (Estados Generales), significando que se reunían los tres estados del reino, los nobles, los clérigos y los comunes.
España se había adelantado, incluso a Inglaterra, en la convocación a asambleas de representantes. En la monarquía astur-leonesa, por ejemplo, los reyes estaban asistidos por un consejo o curia real ordinaria y, a veces, se reunía otra extraordinaria a la que acudían nobles y prelados, como las celebradas en Oviedo (901), León (1021) y Coyanca (1050). Con el crecimiento de las ciudades españolas durante los siglos XI y XII, las personas comunes —ni señores ni clérigos— se tornaron importantes en el reino y el rey Alfonso IX de León reconoció su influjo invitando, primera vez en la historia de Europa, a representantes de villas y ciudades a la curia plena o general (1188). El rey se comprometió ante esta curia a no hacer guerra ni paz sin antes consultar. Fue el comienzo de Las Cortes de España. Las de Castilla datan de tres cuartos de siglo más tarde.(18)
Además de estos nuevos cuerpos de gobierno representativos de la población, durante la Edad Media se enraíza y propaga la creencia en el derecho divino del pueblo a poner o deponer príncipes. Ya vimos que así lo enseñaba Tomás de Aquino.
Incluso Marsilio de Padua, nacido un año después de la muerte de Santo Tomas, uno de los más destacados filósofos políticos de la época y, sobretodo, el más importante exponente del partido gibelino —el partido que defendía el poder del rey frente al poder del Papa— escribió: "Las leyes derivan su autoridad de la nación y no son válidas sin su aceptación. Como su suma es mayor que cualquier otro partido, es inútil pensar que una parte pueda legislar en lugar del todo; y como los hombres son todos iguales, es absurdo que unos se obliguen a leyes hechas por otros. Pero obedeciendo las leyes en las que todos están de acuerdo, todos los hombres en realidad se gobiernan a sí mismos. El monarca está instituido por los electores para que ejecute su voluntad, y debe tener fuerza suficiente para coaccionar a los individuos, pero no la suficiente para controlar a la mayoría del pueblo. (El monarca) es responsable ante la nación y está sujeto a su ley. La nación que lo nombra y le asigna sus deberes debe vigilar para que obedezca a la constitución y debe deponerle si la contradice".(19)
La creencia de que el pueblo recibía de Dios el derecho de escoger a su rey se manifestó en hechos políticos, como la respuesta dada por el parlamento escocés al Papa, cuando éste quiso apoyar las pretensiones de Inglaterra en un conflicto de sucesión en Escocia. Ya nosotros escogimos, dice, en esencia, la respuesta al Papa: "La Divina Providencia, las leyes y las costumbres del país, que defenderemos hasta la muerte, y la elección del pueblo, le han hecho nuestro rey. Si alguna vez traicionase estos principios y consintiera que fuésemos súbditos del rey inglés, lo trataríamos como a un enemigo y destructor de nuestros derechos y de los suyos propios, y elegiríamos a otro en su lugar".(20)
Otro desarrollo importante de la Edad Media es el de las ciudades, donde hombres, con mentalidad diferente de la de los feudos, inician prácticas políticas también precursoras de la democracia. Ya no gira todo al rededor de la tierra. Donde el comercio ha crecido, como en Holanda y en Italia, la tierra deja de ser única fuente de riqueza y los hombres de las ciudades, los hombres de los burgos (burgueses) —comerciantes e industriales incipientes— influyen e pesan más que los caballeros feudales. Éstos incluso tienen que inscribirse como ciudadanos de alguna ciudad cercana para disfrutar de su progreso y para imaginar que tienen influjo político en ella. Las ciudades no eran de guerreros sino de hombres con actividades, intereses y proyectos distintos de los intereses y proyectos de los caballeros guerreros, por eso eligen de entre ellos a los que van a ocuparse de los asuntos comunes o públicos.
En Venecia, por ejemplo, todos los ciudadanos reunidos formaban el Gran Consejo. Allí, como en la Asamblea ateniense, participaban todos, pero, a diferencia de Atenas, el Gran Consejo veneciano no pretendió gobernar directamente, sino que delegó funciones, quedándose como fundamento de la pirámide de su gobierno. Este Consejo elegía a los miembros del Senado (cuerpo legislativo), al Duque, a sus seis consejeros y a sus ministros; además, cada año, elegía a los miembros del Consejo de Diez, encargado de emergencias y de problemas de seguridad. Este Consejo de Diez dio a Venecia la posibilidad de separar del gobierno de lo ordinario —que era la vida comercial— del gobierno de lo extraordinario como pestes y guerras. Así la actividad comercial y el gobierno de lo comercial, lograron continuar con relativa normalidad incluso en períodos de difíciles calamidades.
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Lord Acton sobre la Edad Media "Si miramos los mil años que llamamos Edad Media para tener una idea del trabajo realizado... ésto es lo que encontramos: Un gobierno representativo, que había sido desconocido para los antiguos, era casi universal. Los métodos de elección eran burdos, pero el principio de que ningún impuesto era legal si no había sido aceptado por el estamento que lo pagaba —es decir, que el impuesto era inseparable de la representación— se reconocía, no como un privilegio de ciertos países, sino como un derecho de todos. No hay un solo príncipe en el mundo, decía Felipe de Commines, que pueda exigir tributos sin el consentimiento del pueblo. La esclavitud estaba casi extinguida en todas partes y el poder absoluto se juzgaba más intolerable y criminal que la esclavitud. El derecho de insurrección no sólo se admitía, sino que se definía como un deber sancionado por la religión. Incluso los principios de la ley de habeas corpus y los métodos del impuesto sobre la renta, se conocían en la práctica. La base de la política antigua era un estado absoluto basado en la esclavitud. La política de la Edad Media era un sistema de estados en los que la autoridad quedaba limitada por la representación de las clases poderosas, por asociaciones privilegiadas y por el reconocimiento de deberes superiores a los impuestos por el hombre." Historia de la libertad, Libro Libre (Costa Rica 1986) pp. 51-2 |
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El gran retroceso: la monarquía absoluta
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Paradójicamente, el gran retroceso político proviene de un gran movimiento hacia adelante de la humanidad, el Renacimiento. Éste comenzó en Italia como un redescubrimiento de la cultura romana. Hacia el 1300, Giotto, el pintor más innovador de ese tiempo, tenía 33 años, y Dante, autor de la Divina Comedia, 35. Doscientos años más tarde, cuando los soldados de Carlos V de Alemania y I de España saquean Roma, el mundo de Giotto y de Dante había sido transformado. El hombre ya no se valoraba sólo según la medida de un orden sobrenatural, sino que, sin romper con aquel orden, buscaba en sí mismo la medida. Cada hombre y cada cosa tiene valor en sí mismos. En la vida humana en general se exalta al individuo y en la política toma preeminencia la nacionalidad. Individuos y naciones alcanzan gloria con acciones, no con pensamientos. La acción gloriosa proviene de poder hacerla. El poder tendrá primacía sobre el derecho, sobre lo justo.
Acabamos de mencionar el crecimiento de las ciudades en Italia gracias a la actividad comercial. Uno de los grandes beneficios del comercio fue enseñar a dar importancia a la educación, a la educación práctica, a leer, escribir, hacer cuentas, saber de contratos y de leyes. Fueron precisamente juristas los que iniciaron el contacto con la Roma clásica en busca de instrumentos legales para la actividad comercial. Tratando de entender el sistema jurídico romano, se interesaron también en la vida y la cultura romana. Así fueron conociendo a los historiadores, pensadores, poetas y artistas de la vieja Roma. La admiración y el entusiasmo se tornó general, porque los italianos estaban descubriendo con orgullo su glorioso pasado. Para aquellos hombres, la meta fue parecerse lo más posible a la antigua Roma. Embellecieron sus ciudades de tal forma que hoy son como ciudades museos para los hombres del siglo XXI.
Dijimos que la vida política de las ciudades comenzó como una "cosa pública" sencilla —aunque ya conocían la importancia de la separación de los poderes. Sin embargo, la prosperidad trajo la complejidad: variedad de grupos con variedad de intereses, tensiones difíciles de resolver que muchas veces terminaban en abierto desorden. Como las ciudades de la Antigua Grecia habían visto en los tiranos la solución a sus desórdenes, así las ciudades italianas fueron abandonando el estilo republicano y cayendo en el mando de un hombre fuerte.
Irónicamente, no será el ejemplo de la exitosa república de Venecia lo que más influyó en el futuro político de Europa. Influyó mucho más el fracaso político de Florencia, mejor dicho, el libro de reflexiones a propósito de ese fracaso, titulado El Príncipe.
Maquiavelo
Niccolo dei Macchiavelli (1469-1527) había sido un oficial más o menos importante del comité de relaciones exteriores de Florencia. Su puesto le permitió observar cómo se tomaban decisiones en su ciudad y cómo hablaban y procedían los dirigentes políticos de su tiempo: los reyes de Francia y de Alemania, el Papa, militares de diversos lugares, príncipes de otras ciudades italianas. Como hombre culto de su época, estudió la historia de la Antigua Roma.
Despedido de su puesto por los Médici, dedicó su tiempo a reflexionar sobre lo que había visto, y escribió Il Principe (1513) para dar a conocer sus ideas y para hacer ver a los Médici que podía serles útil si lo empleaban de nuevo.
Maquiavelo observa que la sabiduría de un gobernante consiste en poner atención a lo que de hecho existe y no a lo que debe existir, "porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debiera vivir que aquel que deja lo que se hace por lo que se debiera hacer, antes procura su ruina que su conservación. En efecto, el hombre que quiere en todo hacer profesión de bueno, ha de arruinarse entre tantos que no lo son".(21)
El poder político no proviene de un mandato divino sino, como todo en la vida de los hombres, de suerte y fuerza. Maquiavelo no pierde oportunidad para insistir en el gran papel que juega la suerte, la fortuna, en la vida humana; político sabio es el que aprovecha esas situaciones afortunadas interviniendo con fortaleza.
Hacerlo presupone tener presente que los hombres son malos, volubles, egoístas, desagradecidos; están con el gobernante cuando éste les da, pero no cuando les pide; la lealtad se rompe constantemente, el temor, en cambio, dura. Conviene, pues, al príncipe "si quiere mantenerse, aprender a no ser bueno y usar de esto o no usarlo, según la necesidad"(22) ; ser más temido que amado; no retroceder ante la crueldad; quebrantar la palabra y los tratados cuando es provechoso. Lo peor es quedarse con soluciones intermedias, vacilar entre el bien y el mal, entre el derecho y la fuerza.
Pareciera que estamos de regreso en la asamblea ateniense, donde ninguna ley superior ponía límites a la voluntad de la autoridad.
Algunos han querido ver en la obra de Maquiavelo un mero análisis de lo que de hecho ocurre en la vida política. Maritain ve bastante más que eso y afirma que "debemos a Maquiavelo no sólo el estar conscientes de la inmoralidad que despliega, de hecho, la masa de hombres políticos, sino su enseñanza de que esa misma inmoralidad es la ley misma de la política... La responsabilidad histórica de Maquiavelo consiste en haber aceptado, reconocido y endosado como normal el hecho de la inmoralidad política, y en haber afirmado que la buena política... es esencialmente política sin moral".(23)
Acton, por su lado, comenta que las enseñanzas de Maquiavelo no hubiesen pasado la prueba del gobierno parlamentario "porque la discusión pública pide que, al menos, se haga profesión de buena fe". La capacidad humana de digerir lo inmoral tiene sus límites y "saber no ser bueno" es algo de difícil planteamiento en unas "cortes", "estados generales" o "parlamentos" (aunque en el siglo XX hemos visto cómo ciertos sistemas maquiavélicos han llamado públicamente bien al mal y mal al bien). De las enseñanzas de Maquiavelo se concluía que convenía a los príncipes ignorar, al menos en la práctica, los cuerpos representativos que tanto había costado fundamentar. Continúa Lord Acton: "Dio, pues, un inmenso impulso al absolutismo, silenciando la conciencia de reyes muy religiosos, haciendo que el mal se pareciera al bien. Carlos V ofreció 5.000 coronas por el asesinato de un enemigo. Fernando I y Fernando II, Enrique III y Luis XIII mataron a traición a su súbdito más poderoso. Isabel y María Estuardo intentaron hacer lo mismo una con la otra. El camino estaba llano para que triunfase la monarquía absoluta sobre el espíritu y las instituciones de una época mejor, y, no por actos aislados de maldad, sino por una meticulosa filosofía del crimen y por una perversión del sentido moral que no ha tenido semejante desde que los estoicos reformaron la moral del paganismo".(24)
Maquiavelo contradice todas las enseñanzas de ética política que Occidente venía acumulando de Sócrates, Platón, Aristóteles, los estoicos, el cristianismo... Por toda Europa, reyes y señores se creen autoridad suprema y única, autoridad absoluta. Cada uno defiende celosamente su soberanía, aunque simultáneamente trata de expandirla a costa de la soberanía de otros. Europa entra, así, a un difícil y doloroso período de guerras de todos contra todos, en las que las alianzas de unos contra otros cambian y se transforman según las conveniencias. De ese confuso mundo de guerras, en el que cada señor absoluto reclama soberanía, irá surgiendo un nuevo concepto político, útil a los señores absolutos, el de estado soberano. Ese concepto, modificado posteriormente con la versión democrática de que la soberanía está en el pueblo, sigue vigente en nuestros días.
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Concepto de estado moderno Por estado se entiende, modernamente, una autoridad que no reconoce poder superior terrenal y que gobierna a los habitantes de un territorio determinado. Dentro de ese territorio, el estado tiene el monopolio del uso de la fuerza y de la administración de la justicia. La monarquía absoluta era la forma más simple y obvia de estado, porque encarnaba en una sola persona la suprema autoridad del estado. En la monarquía constitucional, la soberanía del estado se apoya en un balance arreglado entre gobernante y gobernados. En la democracia actual, la soberanía radica en el pueblo. |
La confusión de las guerras de todos contra todos —que es síntoma de una confusión mucho más honda, la de la salida de la Edad Media hacia una nueva edad que todavía no existe y que hay que forjar— se agrava con otros acontecimientos, productos también de esa gran sacudida humana que fue el Renacimiento.
El más importante, el de efectos más penetrantes, es la multiplicación de iglesias protestantes que siguió a la Reforma de Lutero. La Iglesia Católica deja de ser autoridad religiosa única para los hombres de Occidente. En adelante hay muchas y en contradicción las unas con las otras. Las iglesias protestantes, con variedad de tamaños y de capacidad proselitista, se extienden por toda Europa a excepción de Portugal, España e Italia. La idea de Cristiandad, que por siglos dio a los europeos sentido de pertenencia y de unidad, se ha evaporado.
La multiplicación de iglesias trajo otra complicación por el momento en que ocurrió: dio a los ambiciosos la oportunidad de revolver el idealismo religioso con la pasión de poder. Las nuevas versiones de cristianismo surgen para "devolverle al cristianismo su pureza original", frente a y en contra de los que lo han pervertido. Los ánimos están prontos al fervor y, del fervor al fanatismo. Pueblos y dirigentes religiosos complacen miopemente las ambiciones absolutistas de los reyes para preservar o imponer sus propias creencias religiosas. Olvidados quedan los esfuerzos por separar el poder político del religioso. En las llamadas guerras de religión de aquella época se cometieron atrocidades sin cuento en nombre de la fe, aunque esas fanáticas creencias populares eran atizadas por políticos nada fanáticos y fríamente calculadores, a quienes les servían de pretexto y de instrumento para sus ambiciones de poder. Cada rey o príncipe de Europa quería extender sus dominios sin consideración moral alguna. El católico rey francés, de la casa de los Borbones, perseguía a los protestantes en su reino porque eran instrumento de un señor o rey hostil, mientras, simultáneamente, promovía el protestantismo en los reinos alemanes para debilitar al emperador, también católico, pero de la casa rival de los Habsburgos.
La creciente clase mercantil e industrial empuja y arrebata campo a la vieja aristocracia. La nobleza feudal se aferra a sus privilegios tradicionales, aunque el sistema feudal ya desapareció. Una nueva generación de científicos descubre verdades sobre la naturaleza que convierten en disparates las viejas creencias. Copérnico muestra que la tierra no es el centro del universo. Kepler encuentra las tres leyes fundamentales del movimiento de los planetas. Robert Boyle, fundador de la química moderna, descubre la Ley de Boyle. William Harvey descubre la circulación de la sangre. Newton explica los movimientos de los cuerpos físicos con la ley universal de gravedad.
Todo parece requerir signos de interrogación. Todo está cambiando. Todo en movimiento. Se vivía en dos mundos, en el que terminaba y en el que comenzaba, el que terminaba ya no tenía significado y, como dijimos, el que comenzaba aún no lo tenía y había que dárselo.
El Barroco, el arte que inventan los hombres de esa época, es curiosamente un esfuerzo portentoso de comunicación. Bernini a la cabeza con su monumental abrazo del doble arco de columnas a la Plaza de San Pedro en el Vaticano; con sus cuatro columnas de bronce retorciéndose del baldacchino sobre la tumba de San Pedro, en las que el retorcimiento grita tensión y movimiento, pero el bronce augura permanencia. Rembrandt revela en sus pinturas la digna intensidad humana de la vida común de los comerciantes comunes de Holanda. Jacopo Peri inicia la ópera, en Florencia, buscando comunicar dramma per musica, drama a través de la música.
Filósofos de una filosofía nueva trataron de hacer lo propio. Por un buen tiempo, desafortunadamente, le dieron la razón a los monarcas absolutos.
Hugo Grocio
Hugo Grocio (1583-1645) es un jurista holandés que se desempeño con éxito en distintas posiciones. Fue procurador general de la provincia de Holanda. Estuvo a cargo de conflictos entre la Compañía de Indias Orientales de Inglaterra y Holanda. Por tensiones político-religiosas dentro de su país fue a vivir a Francia. Suecia lo nombró embajador en París, donde tuvo que hacer frente a Richelieu.
En todos los puntos en que Maquiavelo ve conflictos de fuerzas, solubles sólo por la violencia, Grocio ve conflictos de derechos, solubles sólo con la ley universal del derecho natural. Ve que hay leyes dadas por hombres que regulan las relaciones entre el príncipe y sus gobernados, pero no ve leyes que regulen las relaciones entre los estados que están surgiendo. También, estos conflictos deben recurrir al derecho natural, aunque sea con leyes todavía no escritas.
El intento de Grocio de rescatar la muy antigua ley del derecho natural —la que los hombres descubrimos en la naturaleza de las cosas— no tuvo aceptación entre los hombres de las monarquías absolutas. Además, parece que Grocio aceptó la teoría de Jaime I de Inglaterra, según la cual Dios confiere directamente al príncipe todo el poder del estado y el pueblo no hace más que escoger a la persona a la que Dios va a dirigirse sin intermediario. Siendo así, el pueblo no tiene derecho a deponer al soberano.
Hobbes
Thomas Hobbes (1588-1679). Inglés. Estudia el pensamiento de los escolásticos en Oxford, pero no le interesa. Lee a Tucídides y, al enterarse de la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso, llega a la conclusión de que la democracia es inútil y se interesa más bien en los sofistas.
Al tratar sobre el hombre, piensa que, para entenderlo, hay que saber distinguir lo que es el hombre en su estado natural o primitivo de lo que es el hombre cuando ya vive con un contrato social con otros hombres.
Sobre el estado primitivo natural dice: "La naturaleza ha dado a cada uno derecho a todo, es decir, en el puro estado natural o antes de que los hombres se concertaran unos con otros con alguna clase de tratado, le era a cada cual permitido hacer cuanto quisiera y contra quien quisiera, y tomar posesión, usar y gozar lo que quisiera y pudiera... Este es el sentido del principio: La naturaleza lo ha dado todo a todos. De ahí se deduce que, en el estado primitivo natural, la utilidad es la medida de todo derecho... (eqivalente a) ningún derecho".(25)
"De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que nada puede ser injusto. Las nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar... La fuerza y el fraude son, en la guerra, las dos virtudes cardinales."(26)
Para Hobbes, el convenio o contrato social se realiza solo entre los ciudadanos, no entre los ciudadanos y el gobernante (como fue más tarde para Locke o Rousseau). El convenio entre los ciudadanos consiste en obedecer al gobernante escogido por la mayoría; la minoría está tan obligada como la mayoría, puesto que el pacto fue obedecer al gobierno electo sin derecho de rebelión.
Los gobernados junto con el gobernante constituyen el estado, al que Hobbes llama Leviatán, aludiendo a la bestia bíblica. Puesto que el contrato social elimina la autonomía de los gobernados, el gobernante hace lo que place.
El Rey Sol
Luis XIV (1638-1715) deslumbró a toda Europa y puede decirse que es imagen de la monarquía absoluta.
Tenía cinco años cuando murió su padre. Aunque desde esa edad fue oficialmente rey, el gobierno estaba en manos del Cardenal Mazarino, quien había heredado el puesto y el poder del Cardenal Richelieu. Los señores del reino estaban acostumbrados a dirigirse a esos poderosos primeros ministros para resolver los asuntos del reino. Cuando murió Mazarino, uno de esos señores le preguntó al rey, ya de 23 años, a quién debían dirigirse en adelante, asumiendo que el joven rey iba a nombrar un nuevo primer ministro. El rey le contestó: "a mí". Más tarde aclararía mejor cómo entendía ser rey: "el estado soy yo".
Lo primero que hizo fue rodearse de personas dispuestas a obedecerle. Se acostumbraba que los puestos de gobierno más importantes fuesen ocupados por grandes nobles, quienes veían esos puestos como algo que les correspondía. Poco después de la muerte de Mazarino, el rey convocó al Consejo de esos nobles y cortésmente les informó que los volvería a llamar cuando tuviese necesidad de sus buenas ideas. En sus lugares nombró a personas de la clase media, personas que no podían dudar del origen del poder que iban a tener. Aunque les delegó funciones, todo debía ser aprobado por el rey.
Para tener un efectivo control del reino, agigantó el aparato gubernamental: los 600 miembros de la corte, con que comenzó, llegaron a ser muy pronto 10.000. Además, creó nuevos oficiales reales, llamados intendentes, que recorrían el país recabando información y supervisando el cumplimiento de las órdenes reales. Nadie, por alto o bajo que fuese, escapaba al escrutinio.
Sus principales proyectos fueron la reorganización del ejército y de la economía. Sus ministros de guerra fueron Michel Tellier y, muerto éste, su hijo el Marqués de Louvois. Su ministro de economía fue Jean-Baptiste Colbert.
El ejército de Luis XIV llegó a ser el más grande y el más fuerte de Europa. El ejército del rey Gustavo Adolfo de Suecia, que en la Guerra de los Treinta Años había conquistado las costas del Mar Báltico, había liberado a los príncipes protestantes alemanes de la dominación de los católicos y que, en septiembre de 1631, había derrotado a los ejércitos conjuntos del Sacro Romano Imperio y de la Liga Católica, haciéndoles casi 20.000 muertos, era en comparación un ejército personal, entrenado y dirigido por señores leales al rey. El ejército de Luis XIV, en cambio, no tenía precedentes: una compleja maquinaria militar de 400.000 hombres, administrativamente dirigida por ministros y militarmente comandada por generales, con perfecta estructura piramidal. Los avances científicos de la época, como estudios topográficos e ingeniería de fortificaciones, eran incorporados a la estructura y funcionamiento del ejército.
Colbert era un hombre de orden. Lo primero que hizo fue establecer sistemas de contabilidad y de auditoría, para tener una idea clara de ingresos y egresos. Organizó un cuerpo de administradores y oficiales bajo la supervisión de un consejo supremo de finanzas. Para fomentar el comercio interno, eliminó las tarifas aduaneras que existían entre una región y otra, y construyó caminos y canales. Estableció un código comercial único. Incorporó los gremios artesanales a su aparato burocrático, encargándolos de velar por la calidad y no por la cantidad: tradicionalmente los gremios habían más bien limitado la cantidad de producción para mantener altos los precios. Fomentó la industria de exportación: por ejemplo, el taller-escuela de los famosos tapices Gobelinos. Llevó de Italia artesanos que enseñaran las técnicas de soplar vidrio y de tejer. Publicó panfletos sobre temas prácticos como teñir lana.
Detrás de todo esto estaba la voluntad y el ojo supervisor del rey. Luis XIV quería que así fuera y que así se supiera. El era el poder y se encargó de hacerlo sentir convirtiendo todos sus actos en espectáculo de majestad. Para ese constante espectáculo construyó el palacio de Versalles y en él sometió a su corte a una complicada y rigurosa etiqueta. Levantarse por la mañana y acostarse por la noche era parte del espectáculo y los más grandes nobles se disputaban el honor de ayudarle a vestirse o desvestirse. Nadie era digno de sentarse a comer con él y, mientras él lo hacía solo, los nobles lo rodeaban y miraban.
Luis XIV hizo de Versalles el centro de la cultura europea. En el Salón de los Espejos presentaban sus obras Racine y Moliere, y en los jardines se escuchaban óperas a la luz de centenares de antorchas.
En fin, el poder de Luis XIV fue tal que Europa entera se alarmó. Si nada limitaba al Rey Sol desde dentro de su reino, había que ponerle límites desde fuera. Así se hizo con alianzas en las que participaron prácticamente todos los reinos de Europa. En esa lucha de poderes, Inglaterra tuvo un papel relevante gracias a la especial fortaleza que le daba su recién inaugurado gobierno constitucional.
Tendremos que regresar, pues, a Inglaterra, para ver cómo llegó a ello. Pero antes es necesario detenernos en el desarrollo de ciertas ideas que, aunque elaboradas en España, influyeron en el proceso inglés y en el modo de pensar general que fue acercando a los hombres a la nueva democracia.
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Sigue el avance
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Sería un error creer que toda la filosofía posterior al Renacimiento favorecía el concepto y la existencia de la monarquía absoluta. En toda Europa había pensadores que continuaban la tradición que se había venido llamado escolástica, intelectualmente en comunicación con los grandes filósofos griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles, con las figuras más sobresalientes del Estoicismo, con los más eximios filósofos y teólogos cristianos de la Edad Media como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. Los focos de irradiación de este pensamiento durante el siglo XVI y comienzos del XVII fueron las universidades de Salamanca y Alcalá, en España, y la de Coimbra, en Portugal. Prestando atención a los nuevos problemas que se ofrecían a sus mentes, escribieron sobre ética económica, sobre el valor del dinero, sobre la soberanía del pueblo, sobre el derecho de resistencia a la autoridad política, sobre lo que llamaban "derecho de gentes" y que más tarde se convirtió en "derecho internacional". Es interesante observar, como lo hace Joseph A. Schumpeter, el más distinguido historiador del análisis económico, que las ciencias sociales modernas, particularmente la economía, comenzaron con estos teólogos españoles a quienes el concepto de ley natural —"cuya obligatoriedad surge de la naturaleza de la cosa"— los llevó a estudiar precisamente la naturaleza de las cosas, a tratar de entender lo que era dinero, lo que era un préstamo, lo que era el comercio.(27)
Vitoria
Uno de los hombres que debemos destacar es Francisco de Vitoria (1480-1546), al que muchos consideran iniciador del derecho internacional moderno. Unos dicen que nació en Vitoria, otros en Burgos. Ingresa a la orden de los dominicos, estudia en diversos lugares y finalmente obtiene su grado de doctor en la Sorbona de París. Su vida fue enseñar, sobretodo en la universidad de Salamanca. No publicó nada, pero sus estudiantes conservaron las notas que él dictaba, y éstas han sido recopiladas bajo distintos títulos.
El eje central de su pensamiento es la unidad del género humano. Comprender esta "unidad" significa asimilar, tal vez con cierto sobresalto, que estamos vinculados los unos con los otros, ya sea que nos guste, ya sea que no nos guste. Esta "vinculación" nos hace descubrir que somos miembros de una real comunidad mundial, la mundial comunidad de los hombres. El sobresalto tal vez venga de estar descubriendo que esta inesperada membrecía es una exigencia de la moral.
Francisco de Vitoria llegó a esta verdad mediante su razón y, siendo maestro, esperaba que todos también llegásemos a ella mediante nuestra razón. En el reino de la moral quien guía es la razón.
Vivir conscientes de que actuamos dentro de la comunidad mundial aclara los problemas. El problema de las guerras. ¿Cuándo es justa una guerra? ¿Cuándo es injusta? Su respuesta fue comparar los bienes que se obtienen con los males que se causan. Superó la vieja idea de que las guerras se justificaban dependiendo del rival: para los antiguos griegos las guerras eran justas si se hacían contra los "bárbaros", para muchos teólogos de la Edad Media, si se hacían contra los "infieles".
Otro problema frecuente en los tiempos de Vitoria fue ¿qué podían hacer los reyes con las tierras descubiertas? Se decía que reyes y emperadores tenían derecho a apoderarse de ellas porque las habitaban salvajes. En 1493 el Papa trazó una línea vertical imaginaria, dividiendo las tierras recién descubiertas por españoles y portugueses en dos grandes mitades, las tierras al este de la línea eran del reino de Portugal, las tierras al oeste, de España. Vitoria negó que los reyes y emperadores tuviesen autoridad universal y consideró que la división hecha por el Papa no justificaba ninguna apropiación de territorios por parte de España y Portugal, porque el poder del papado es sólo en el ámbito espiritual. Los españoles y portugueses podían adentrarse en las tierras descubiertas porque todo ser humano tiene derecho de andar por todo el mundo, pero, al hacerlo, debían respetar a los que allí habitan, incluyendo sus costumbres y formas de gobierno. Los habitantes de las tierras descubiertas eran hombres y debían ser tratados como tales: el derecho natural los protegía. Predicarles el evangelio era algo bueno pero, forzarlos a convertirse, no. El uso de la fuerza era permitido sólo cuando se trataba de proteger la vida de un inocente o la libertad de conciencia de los nuevos cristianos.
Haber conocido a los hombres "como comunidad mundial" fue un paso de trascendental importancia para que los hombres pudiésemos entendernos mejor a nosotros mismos. Algunos, sin embargo, dicen que se trata de una verdad incompleta porque, para que existamos real y prácticamente como comunidad mundial, necesitamos que nos lo impongan con cierta medida de fuerza; incluso creen que han encontrado maneras "civilizadas" de imponérnoslo.
En el siglo XIX fue frecuente entre los hombres la idea de ayudarse unos a otros sin que los separasen las fronteras que ya separaban a las naciones. Crearon, por ejemplo, la Unión Internacional de Telecomunicaciones, también la Unión Postal Universal. Hacia finales de siglo, esa idea de ayudarse entre todos se orientó hacia la paz. A pesar de sus buenos oficios, en 1914 comenzó la Primera Guerra Mundial: ¡10 millones de muertos! Para que no se repitiese tal tragedia, algunos hombres siguieron ayudándose en la búsqueda de la paz y, en junio de 1919, firmaron el Tratado de Versalles, del que nació la Liga de las Naciones. Veinte años después, Hitler invadió Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial: ¡el cálculo de muertos oscila entre 50 y 80 millones! Para no caer en una tercera guerra mundial, los hombres inventaron la Organización de Naciones Unidas (ONU). Aunque 70 años después todavía no ha comenzado la tercera, sí hemos vivido en una larga Guerra Fría con abundantes guerras "locales" (que no fueron tan locales).
Esperar que, de uniones de gobiernos y de uniones de estados, va a salir la verdadera comunidad mundial de los hombres, parece que es como esperar naranjas de los "Joshua trees" del desierto de California.
Suárez
Otro de los hombres de ese tiempo que debemos destacar es Francisco Suárez (1548-1617). Oriundo de Granada, España. Jesuita. Estudió teología en Salamanca. Fue profesor en Roma, en Alcalá, en su Salamanca y en Coimbra. A diferencia de Vitoria, escribió y publicó muchos libros entre los que sobresalen las Disputaciones metafísicas, Sobre las leyes y La defensa de la fe. Este último fue escrito por encargo del Papa Paulo V para refutar la teoría del derecho divino de la monarquía absoluta.
Aunque sus análisis sobre la ley son finamente esclarecedores, presentaré aquí solo su pensamiento sobre el origen del poder político.
Ayudará en esta presentación resumir antes lo que Suárez pensaba sobre la comunidad política. ¿Qué es una comunidad política? Siglos atrás, Aristóteles había observado que los hombres vivían en ciudades, a las que los griegos llamaban "polis". Consecuente con su observación, Aristóteles describió a los hombres como "animales políticos" (animales de ciudad). Nuestra capacidad de buscar la verdad se pregunta ahora: ¿Por qué vivían en ciudades los hombres del tiempo de Aristóteles? ¿Por qué seguimos viviendo en ciudades? ¿Qué esperamos de las ciudades, a las que ahora también conocemos académicamente como "comunidades políticas"? ¿Será vecindad lo que esperamos?
La vecindad es algo que apreciamos y disfrutamos: permite conocer a otros, conversar, tener amigos; es como una brisa que facilita la vida. ¡Pero no es brisa lo que esperamos de la comunidad política! ¡Es un viento fuerte que nos mueve desde nuestra raíz y nos compromete en un pacto, expreso o tácito, de ayudarnos unos a otros! ¡Un viento fuerte que nos pone de pie, para dar y recibir! ¡El viento recio de un ejercicio de libertad en libertad! ¡Ésto es comunidad política! Busca el bien común de todos los que pertenecen a ella y, una vez libremente constituida, obliga a todos.
Ahora sí podemos reflexionar sobre cómo entiende Suárez el poder político y cómo entiende su origen.
El poder político es una exigencia del "bien común". Así de sencillo. Sin una autoridad que vele por el bien común de la comunidad, que lo proteja, que lo haga posible, sencillamente no hay bien común y, si no hay bien común, no hay comunidad. El concepto mismo de bien común presupone que existe, dentro de esa comunidad, un poder encargado de asegurar ese bien.
¿Quién tiene ese póder? ¿Quién está a cargo de ese bien común? Suárez cree que los miembros particulares de esa comunidad no son los indicados para este oficio: 1. por estar más interesados en sus bienes particulares; 2. porque los bienes particulares mucha veces chocan con el bien común; 3. porque el bien común atañe en forma desigual a los particulares. Si los particulares no son los indicados, el poder político debe estar en una persona pública.
¿Cuál es el origen de ese poder? ¿De dónde viene la autoridad de quien vela por el bien común? A Suárez le gustaban los silogismos y, en esta respuesta, se vale de éste: 1a. todo bien viene de Dios como principal autor; 2a. el poder político es un bien; 3a. Por tanto, el poder político viene de Dios como principal autor.
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Silogismo Argumentación que consta de tres proposiciones, la última de las cuales se deduce necesariamente de las otras dos. |
¿Cuándo da Dios esta potestad? Esta potestad no aparece entre los futuros miembros de la comunidad; no aparece ni en uno de ellos, ni en el conjunto de posibles futuros miembros. En cambio, tan pronto establecen libremente la comunidad política en la que se comprometen a ayudarse unos a otros, ya está en ellos el poder político.
Suárez aclara su pensamiento con esta comparación.
Los padres engendran libre y voluntariamente a sus hijos, pero no es decisión suya que su hijo sea un hombre libre; el hijo es un hombre libre porque así creó Dios la naturaleza humana. Igual pasa con la comunidad política; existe por decisión libre y voluntaria de los hombres que la establecen, pero no depende de ellos que su comunidad tenga potestad política; su comunidad la tiene porque así creó Dios la naturaleza de la comunidad política.
En cambio, los hombres de la comunidad política sí deciden en quién delegan la potestad política que la comunidad en conjunto ha recibido de Dios. Ellos deciden si su sistema político es república o monarquía o despotismo o alguna combinación de ellos. Dios no decide el sistema político. Ese tema lo deja a la capacidad de pensar de los hombres
Gobierno Constitucional en Inglaterra
Volvamos a Inglaterra pues, una vez más, ha tomado la delantera mundial en el afianzamiento y desarrollo de modos de gobierno que ponen límites al poder de los gobernantes.
En la antigua mitología fenicia, Leviatán era el monstruo del caos primitivo que podía despertarse en cualquier momento.
En la Biblia, es el símbolo del poder del mal; Dios pregunta a Job: "Y a Leviatán, ¿le pescarás tú con anzuelo, sujetarás con un cordel su lengua? ¿Harás pasar por su nariz un junco? ¿Taladrarás con un gancho su quijada?" (Job 40: 25-26).
Al Leviatán de Hobbes —el estado moderno— los ingleses lograron amarrarlo con razonable éxito: quedó limitado, constreñido, pero con capacidad de movimiento para servir al bien de la comunidad. Puede pensarse en la domesticación de la fiera, aunque siempre es posible que la fiera se des-domestice.
En 1603, la reina Isabel I de Inglaterra, antes de morir, designó como su sucesor al rey Jaime VI de Escocia . La decisión pareció acertada a los ingleses porque el rey escocés tenía legítimos derechos sucesorios, gozaba de la reputación de ser un monarca docto y su protestantismo parecía a toda prueba: cuando el Parlamento e Isabel, condenaron a muerte a María Estuardo, su madre católica, él apenas había protestado. Sin embargo, el tiempo mostraría que Isabel estaba heredando a su escogido una situación política para la que no estaba preparado.
Isabel había tenido la habilidad de gobernar imponiendo su voluntad, pero haciendo creer a los miembros del Parlamento que ellos gobernaban. El rey Jaime I de Inglaterra, se encontró, pues, con un Parlamento convencido de su potestad, al cual, sin embargo, no pensaba reconocerle importancia alguna.
El nuevo rey tenía pretensiones de filósofo y teólogo. En Escocia había escrito el tratado La verdadera ley de las monarquías libres, pretendiendo refutar las enseñanzas del Cardenal Roberto Bellarmino sobre la soberanía del pueblo. Para Jaime I, el poder del monarca era un don directo de Dios y llamaba "libre" a su monarquía porque no tenía límite alguno en la tierra. Reyes son aquellos "a quienes Dios puso en el más alto grado de dignidad como a vicarios suyos, y como a legados los colocó en su solio para dictar juicios". Aunque el gran estadista francés de aquellos años, el duque de Sully, calvinista, decía que el monarca inglés era "el tonto más letrado de la Cristiandad", la tesis del origen divino de la monarquía absoluta tenía muchos seguidores, tantos que el Papa Paulo V encargó al español Francisco Suárez, entonces profesor de la Universidad de Coimbra, en Portugal, que refutara el escrito del rey inglés. El libro de Suárez fue quemado públicamente en Inglaterra por orden del rey; sus ideas, sin embargo, penetraron en diversos grupos y, años más tarde, influyeron en el partido de los Whigs.
El enfrentamiento decisivo entre Jaime I y el Parlamento inglés fue provocado por asuntos religiosos. Se venía creando una incómoda tensión entre la iglesia oficial del reino, la anglicana, y los grupos puritanos. Estos acusaban a la iglesia oficial de parecerse demasiado a la católica porque tenía obispos, celebraba misas, conservaba el rito del anillo en los matrimonios, etc. La tensión religiosa se manifestó en la arena política porque los puritanos estaban fuertemente representados en el Parlamento. Cuando el rey casó a su hija Isabel con el príncipe protestante del Palatinado, Federico V, el Parlamento aplaudió. Pero, cuando propuso casar a su hijo Carlos con la infanta de España, el Parlamento le exigió que abandonara el proyecto y asentó en su libro de actas una gran protesta. El rey disolvió al Parlamento y arrancó del libro de actas la protesta.
Su hijo, Carlos I, continuó con los problemas. Cada vez que reunía al Parlamento para que le aprobara nuevos impuestos, el Parlamento exigía la abolición de las prácticas "papistas" de la iglesia anglicana. Para 1642, la tensión era tal que el rey, por seguridad personal y de su familia, movió su corte de Londres a York. Allí recibió del Parlamento la propuesta de aprobarle el dinero que solicitaba a condición de reconocer la autoridad total del Parlamento sobre el ejército, la iglesia y el estado. Ante el rechazo del rey, el Parlamento decidió crear su propio ejército y hubo guerra entre el Parlamento y el rey.
Durante los dos primeros años de guerra, las fuerzas reales parecían dominar pero, en 1644, dos actos inclinaron la balanza en sentido opuesto: el primero fue que, a solicitud del Parlamento, tropas escocesas entraron al escenario de la guerra en contra del rey; el segundo, el que realmente hizo la diferencia, fue que Oliver Cromwell organizó un ejército nuevo, propio. Cromwell había sido electo dos veces al Parlamento y se había ganado una modesta reputación como dirigente de la causa puritana, aunque nada presagiaba el talento militar de que hizo gala durante la guerra. Dicen que el secreto de su éxito fue una rara combinación de humildad y de altivez, de tolerancia y de firmeza. Además, creía firmemente que Dios estaba de su lado. Después de la batalla de Naseby escribió: "Cuando vi al enemigo marchando con gallardo orden hacia nosotros, pobres hombres ignorantes, no pude más que sonreírle a Dios en oración... porque Dios convertiría en nada las cosas que son, valiéndose de las que no son". Cromwell comunicó a su tropa ese sentido de misión divina y derrotó a las tropas del rey. El 20 de enero de 1649, el Parlamento enjuició al rey, lo encontró culpable de traición y ordenó su muerte. Diez días después fue decapitado.
Inglaterra vivió sin rey por once años. Cromwell la gobernaba tratando de restaurar el orden. En 1653 consiguió que el Parlamento aceptase la única constitución escrita que ha tenido Inglaterra, el "Instrumento de Gobierno". Establecía un Lord Protector, que era Cromwell, un cuerpo ejecutivo llamado Consejo de Estado y la libertad de religión. El gran problema de Cromwell fueron sus propios compañeros puritanos. Determinados a acabar con la herejía y a instalar un "gobierno de santos", hacían caso omiso del Instrumento de Gobierno. Cromwell tuvo que apoyarse en el ejército y terminó gobernando como dictador. A su muerte (1658), casi todos querían el regreso de un rey.
Carlos II, exilado en Francia, aceptó ser rey limitado por el Parlamento. Su entrada a Londres fue apoteósica. Sustituyó la sombría austeridad puritana con los modos y gustos de la corte francesa. Nuevos edificios, construidos bajo la dirección del arquitecto Christopher Wren, dieron a Londres un nuevo aire y una nueva prestancia.
Aunque había aceptado gobernar limitado por el Parlamento, en el fondo creía en la monarquía absoluta tanto como su padre y su abuelo. A diferencia de ellos, sin embargo, en vez de confrontar al Parlamento, encontró maneras de influirlo y de evitarlo. Para influirlo, procuró que personas leales a él fuesen miembros del Parlamento; además, recurrió —escuela de Maquiavelo— al soborno y al chantaje. Evitar el Parlamento era un asunto mucho más difícil porque, si no lo convocaba, no tenía a quién solicitar nuevos fondos. Hombre de imaginación, encontró otra persona igualmente interesada en que el Parlamente inglés no se reuniera: Luis XIV. Al católico rey de Francia le preocupaba que el anticatólico Parlamento inglés declarase la guerra a Francia. En absoluto secreto se hizo el Tratado de Dover por el cual Carlos II se comprometía a no llamar al Parlamento más que cuando así lo requiriese la ley y Luis XIV a enviarle periódicamente sustanciales cantidades de dinero.
Comenzaron a circular rumores y sospechas sobre el tratado y, una vez más, el fantasma de un monarca absoluto católico estremeció a los ingleses. En 1678, un lenguaraz llamado Titus Oates inventó el cuento de haber sido testigo de una reunión de jesuitas en Londres, en la que se planeó la invasión de Inglaterra por fuerzas "papistas". Innumerables católicos fueron torturados y muertos antes de que se calmara la tempestad.
Al morir Carlos, subió al trono su hermano Jaime II. Con peregrino tacto anunció, de buenas a primeras, que restauraría el catolicismo en el reino y que no aceptaría interferencias del Parlamento. Ya para entonces se perfilaban dos partidos políticos en Inglaterra: los "tories" que apoyaban al rey, y los "whigs" que defendían el constitucionalismo, la monarquía limitada y la libertad de religión (exceptuada la católica por ser un poder extranjero). Ante los sorprendentes anuncios de Jaime II, confirmados por el nombramiento de oficiales católicos en el ejército y la marina, un grupo de tories y de whigs escribió una carta a Guillermo de Orange, príncipe protestante de Holanda y esposo de la hija de Jaime, María, invitándolo a invadir Inglaterra.
Cuando llegó a Londres la noticia de que las fuerzas de Guillermo ya habían desembarcado en suelo inglés, tanto el ejército como el gobierno abandonaron al rey y, a éste, no le quedó más que huir a Francia. La "Revolución Gloriosa" no necesitó sangre, pero puso a Inglaterra de nuevo en buen camino.
A comienzos de 1689 se convocó a un parlamento especial para establecer un nuevo gobierno. Su primera medida fue promulgar una Declaración de Derechos. Guillermo y María aceptaron los términos de la declaración y fueron reconocidos como los nuevos reyes. Así comenzó el sistema constitucional en Inglaterra ¡y en Europa!
Su primera gran prueba de eficacia fue durante la guerra de sucesión española. A finales del siglo XVII, Europa entera miraba a España porque moría un débil y enfermo rey sin dejar sucesión. ¿En manos de quién quedarían los extensos dominios del imperio español: España misma, América, Flandes, Sicilia, Nápoles, Milán? Los principales pretendientes —por razones de derechos de sucesión y de poder— eran Luis XIV de Francia y Leopoldo I de Austria. Ambos representaban una amenaza intolerable para el resto de Europa porque significaban la creación de un super-estado de la Casa de Borbón o de la Casa de Habsburgo. En 1701, Inglaterra, Holanda, Austria y la mayoría de los principados alemanes fueron a la guerra contra Francia.
El rey inglés, Guillermo, tenía el apoyo de un parlamento que representaba los elementos más poderosos de la sociedad inglesa, lo que le permitió recaudar fondos para la guerra con mayor rapidez y facilidad que los otros soberanos.
Locke
A John Locke (1632-1704) muchos le tienen como el inmediato inspirador del sistema constitucional inglés y de la democracia de Estados Unidos.
Provenía de una familia inglesa de clase media, simpatizante del puritanismo. Aunque se sintió inclinado a la carrera eclesiástica, su interés por las ciencias naturales lo llevó a la medicina. De médico personal del Conde de Shaftesbury, hombre influyente en su tiempo, se convierte en su asistente. Como tal, colabora en la redacción de la constitución de la colonia norteamericana Carolina, donde plasma sus ideas de libertad y de tolerancia religiosa.
Removido Shaftesbury de sus posiciones y oficios, Locke marcha a Francia (1675) donde termina su Ensayo sobre el Entendimiento Humano, es testigo de los progresos materiales impulsados por Luis XIV y también de la persecución religiosa contra los protestantes. Escribe sus Cartas sobre la Tolerancia.
Regresa a Inglaterra y encuentra al Conde de Shaftesbury dirigiendo la oposición a Carlos II. Robert Filmer había publicado El Patriarca, defensa del origen divino y del carácter hereditario de la realeza. Locke responde con su Primer Tratado sobre el Gobierno Civil. Procesado Shaftesbury por conspiración, Locke se autoexilia en Holanda donde escribe su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil.
Para entender la vida política de los hombres, Locke, como Hobbes, parte de un "estado natural". En ese estado, sin embargo y a diferencia del de Hobbes, hay una "ley natural" que la razón del hombre descubre, encuentra racional y coincide con ella. Esta ley natural obliga a todos los hombres a conducirse de cierta manera, tanto en lo que respecta a sí mismo como en lo que respecta a los demás. Cumplirla es actuar razonablemente.
Mientras actúe así el hombre es absolutamente libre, no depende de la voluntad de otra persona, no necesita pedir permiso a nadie. Pero este estado de libertad no es de permisividad, no confiere derecho a destruirse a sí mismo, a destruir a otra persona o de destruir a alguna de las criaturas que posee, salvo cuando se trata de consagración a un uso más noble.
En el "estado natural" todos los hombres están encargados de que se cumpla la ley natural y, por tanto, deben castigar a los que no la cumplen. Sería vana esta ley, como todas las leyes que se relacionan con los hombres en este mundo, si no hubiese alguien con poder para hacerla cumplir.
De este modo, en el estado de naturaleza, un hombre llega a tener poder sobre otro, pero solo para imponerle una pena proporcionada a su transgresión y dictada por la serena razón. A esto llamamos castigo. El culpable, por el hecho de transgredir la ley natural, manifiesta que ésta no rige para él y se convierte en un peligro para el género humano.
La diferencia entre el "estado natural" y la "sociedad política" consiste en que, en ésta última, los hombres traspasan doblemente su poder de hacer cumplir la ley natural. Primero, cada miembro de la sociedad renuncia a ese poder y lo entrega a la sociedad. Segundo, la sociedad misma, convertida en árbirtro, autoriza a ciertos hombres a representarla en el ejercicio de ese poder.
Es fácil distinguir, ahora, quiénes viven en una sociedad política y quiénes no. Viven en sociedad política los que disponen de una ley común sancionada por un organismo judicial al que recurrir. Los que no tienen a quién apelar, siguen viviendo en estado natural.
Una vez que los hombres se han juntado en sociedad política, las decisiones sólo pueden tomarse por mayoría. Es imposible actuar de otra manera cuando se es un cuerpo unido. El cuerpo se mueve hacia donde lo impulsa la fuerza mayor, el consentimiento de la mayoría.
¿Qué dice Locke sobre los poderes del estado en la sociedad política?
El poder legislativo establece cómo debe emplearse la fuerza de la comunidad política y la fuerza de sus miembros. No es necesario que este poder permanezca siempre en ejercicio porque, por un lado, toma poco tiempo hacer leyes, por otro, la obligación de cumplirlas no depende de que el poder esté reunido. Además, tampoco es conveniente que permanezca en sesión pues puede ser una tentación para la debilidad humana.
El poder ejecutivo hace cumplir las leyes comunes que afectan la vida interna de la comunidad política. Por su oficio, le corresponde estar en ejercicio permanente. Conviene que sea un poder separado del legislativo.
El poder federativo. Así llama Locke a este tercer poder que vela por la otra ley, la "natural", que ordena las relaciones exteriores de la comunidad política. Estas relaciones pueden ser con personas que no son parte de la comunidad política o con otras comunidades políticas, en asuntos de intereses y seguridad externos como la guerra, la paz, las alianzas, las treguas.
El poder ejecutivo y el poder federativo, aunque en sí distintos pues el uno mira a lo interno y el otro al exterior, casi siempre se encuentran unidos.
Voltaire, introductor de los escritos de Locke en Francia, comentó: "posiblemente, nunca hubo nadie más sabio que Monsieur Locke".
Montesquieu
Las ideas del inglés Locke fueron recogidas y ampliadas por el francés Charles de Secondat, barón de la Bréde y de Montesquieu, generalmente conocido como Montesquieu (1689-1755). Nació y residió parte de su vida, en el castillo de la Bréde, cerca de Burdeos. Estudió leyes y fue consejero del Parlamento de Burdeos.
Dotado de una capacidad extraordinaria de observar y de reflexionar sobre lo observado, con sus fugaces viajes a París completa el panorama que ya se había hecho de la vida de los franceses de su tiempo. Ese panorama es el tema de sus Cartas Persas (Lettres persanes), su mejor obra literaria, la que le ganó gran fama.
Lo que, poco tiempo después de él, hará el inglés-irlandés Jonathan Swift con sus Viajes de Gulliver (Gulliver's Travels) para satirizar a su sociedad , es lo que hace ahora Montesquieu con la sociedad francesa. Las ficticias "cartas" son de dos persas, Usbeck y Rica, que llegan a Francia en los últimos tiempos del reinado de Luis XIV. Montesquieu hace que estos persas escriban con ingenuidad, pasmo y sin prejuicios, moralizando y curioseando en los salones, la corte, las iglesias, los cafés... El autor se da gusto con la más audaz e ingeniosa crítica de su propio ambiente, de sus conciudadanos, de su país, sobretodo de la organización de la sociedad.
Pero no pensaba solo en Francia, le interesaba Europa, le interesaba al mundo. Viajó y observó con detención la vida en Italia, Alemania, Holanda e Inglaterra. Quería conocer directamente la realidad de la vida de esos lugares sin mediación de otra persona y sin dejarse engañar por su imaginación y sus prejuicios. "No he deducido mis principios de mis prejuicios: los he sacado de la naturaleza de las cosas", dice en el Prefacio de su mundialmente famosa obra, en la que trabajó veinte años.
El Espíritu de las Leyes (L'esprit des lois)
De este libro se puede decir lo que se ha dicho de La Política de Aristóteles: ha sido el cimiento sólido de muchas otras reflexiones sobre la vida política de occidente. Es un estudio jurídico, sociológico e histórico que escudriña LAS LEYES, uno de los dos grandes cauces disponibles al hombre para llevar su vida en dirección opuesta a la guerra, en la dirección de la verdad y del bien. El otro gran cauce hacia la verdad y el bien es el cauce de las leyes morales —del que también hablaron Platón y Aristóteles valiéndose de un muy antiguo y muy rico concepto griego, la areté, y del que también habla en este libro Montesquieu, usando la palabra latina VIRTUD, que viene de la palabra también latina VIR, varón. Ambos cauces encauzan acciones de hombres. El primero lo hace con normas pensadas por hombres para uso de otros hombres, por tanto con normas externas al hombre. El segundo con normas internas del hombre que libremente busca para sí la verdad y el bien.
Para comprender mejor lo que El Espíritu de las Leyes nos enseña, digamos que este libro pudo haberse llamado "Esplendor y Miseria de la Ley", porque la paradoja de este nombre resume el sentido de sus reflexiones: las buenas leyes pueden convertirse en malas y la malas en buenas, debido a que el texto de la ley no es lo único que importa, también importan las "relaciones" de la ley con todo lo que la ley toca, con todo lo que está a su alrededor, con sus circunstancias; "relaciones" que consisten en un recíproco favorecerse y en un recíproco estorbarse o dañarse. Este "escenario" cambiante es lo que nos hace ver si la ley es buena ahí o no.
Parte importante de este "escenario", en el que las leyes "se relacionan" con todo lo que las rodea, es la forma de gobierno existente en el lugar donde rigen esas leyes. Por ejemplo, una ley que exige elecciones frecuentes calza muy bien en las democracias y es ridícula en los despotismos.
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Tres formas básicas de Gobierno, según Montesquieu 1. República: el poder soberano está en el pueblo. República con Aristocracia. Poder en parte del pueblo. 2. Monarquía. El poder soberano está en uno, pero sujeto a leyes fijas y preestablecidas. 3. Despotismo. El poder soberano está en uno, pero sin ley sobre él: su voluntad y sus caprichos son soberanos. |
Dada la importancia de las formas de garbierno, Montesquieu nos enseña a distinguir en ellas lo que él llama "la naturaleza" de las formas de gobierno, de lo que él llama "los principios" de las formas de gobierno. "La Naturaleza" es lo que hace que un gobierno sea lo que es, que sea república o que sea monarquía. En cambio, "los principios" son los que hacen que, en esa forma de gobierno, los hombres actúen de un modo o de otro, por ejemplo, que actúen siguiendo sus pasiones o siguiendo sus virtudes. Hay formas de gobierno que son ocasión para pasiones y formas de gobierno que son ocasión para virtudes.
Las "relaciones" de las leyes con las formas de gobierno son tan importantes con sus "naturalezas" como con sus "principios"; con ambos existe el recíproco influirse, el recíproco favorecerse, el recíproco estorbarse. Por ejemplo, no hace falta mucha virtud para que dure una monarquía, tal vez bastan sus leyes; tampoco hace falta mucha virtud para que dure un poder despótico, basta el brazo amenazante del déspota. En cambio, sí se requiere virtud entre los ciudadanos para que la democracia dure. ¿Qué pasa en las democracias cuando no hay virtud? "Cuando la virtud desaparece, la ambición entra en los corazones que pueden recibirla y la avaricia en todos los corazones. Los deseos cambian de objeto: se deja de amar lo que se amó, no se apetece lo que se apetecía; se había sido libre con las leyes y se quiere serlo contra ellas; ...cambia hasta el sentido y el valor de las palabras; a lo que era respeto se le llama miedo... En otros tiempos, las riquezas de los particulares formaban el tesoro público; ahora es el tesoro público patrimonio de los particulares. La república es un despojo, y su fuerza no es ya más que el poder de algunos ciudadanos y la licencia de todos."(28)
La separación de los poderes
Esta enseñanza de la separación de los poderes, la más conocida del autor de quien ahora tratamos, aparece principalmente en la parte XI del Espíritu de las leyes titulada "De las leyes que forman la libertad política en sus relaciones con la constitución". Después de decirnos que no hay palabra —con tantas acepciones y que haya impresionado los espíritus de tantas maneras— como la palabra libertad, nos da su definición de libertad política: no es hacer lo que se quiere, sino poder hacer lo que se debe querer, y no ser obligado a hacer lo que no debe quererse. En otras palabras, para Montesquieu la libertad política consiste en poder ser hombre, en poder actuar como corresponde al hombre, en no ser obligado a actuar como si fuese animal.
¿Cuál es la importancia de la separación de los poderes? La separación de los poderes tiene toda la importancia que tiene la libertad política. Dicho de otro modo: la separación de los poderes tiene toda la importancia que tiene poder ser hombre.
Cuando el poder legislativo y el poder ejecutivo están en una misma persona o en el mismo cuerpo,
Cuando el poder legislativo y el poder judicial están en una misma persona o en el mismo cuerpo,
Cuando el poder ejecutivo y el poder judicial están en una misma persona o en el mismo cuerpo,
Cuando los tres poderes están en una misma persona o en el mismo cuerpo,
no hay ninguna seguridad de tener libertad política, no hay ninguna seguridad política de poder actuar como hombre.
Cuando un gobernante o aspirante a gobernante no aprecia ni respeta la libertad política de los ciudadanos, parece obvio que no tiene interés en la separación de los poderes, más bien tendría interés en la concentración de los poderes. La experiencia enseña que todo hombre investido de autoridad abusa de ella. No hay poder que no incite al abuso.
(1) Jenofonte, Apología, 29 d.[Regresar]
(2) Ibid., 28. [Regresar]
(3) Platón, La República, Obras completas, Ed. Aguilar, 1974, pp. 752-753. [Regresar]
(4) Eurípides, Ifigenia en Aulide, verso 1400. [Regresar]
(5) Jacques Maritain, Cristianismo y democracia, (Argentina: Editorial La Pléyade, 1971), pp. 44-45. [Regresar]
(6) José Ortega y Gasset, De la política. Introducción y selección de Francisco Álvarez, (San José, Costa Rica: Libro Libre, 1987), pp. 152-5. [Regresar]
(7) Lord Acton, Historia de la libertad, (San José, Costa Rica: Libro Libre, 1986), p. 47. [Regresar]
(8) Michael Novak, El Pensamiento Social Católico y las instituciones liberales (San José, Costa Rica: Libro Libre, 1992), p. 43. [Regresar]
(9) Michael Novak, "Si Santo Tomás viviese hoy...", Revista del Pensamiento Centroamericano, vol. XLVIII (julio - septiembre), 1993, n. 220. [Regresar]
(10) Thomas Gilby, citado por John Courtney Murray, en We Hold These Truths: Catholic Reflections on the American Propositions, (Nueva York: Sheed and Ward, 1960), p. 6. Cit. por Novak, ibid. [Regresar]
(11) On Kingship, p. 27. Cit. por Novak en Revista del Pensamiento Centroamericano. [Regresar]
(12) On Kingship, p.177. Cit. por Novak, ibid. [Regresar]
(13) Philosophical Texts, p. 392 (Summa Theologica, Ia. xxix. 2). Cit. por Novak, ibid. [Regresar]
(14) Philosophical Texts, p. 390 (III Contra Gentiles, 80). Cit. por Novak, ibid. [Regresar]
(15) Philosophical Texts, pp. 356-7 (III Contra Gentiles, III-16). Cit. por Novak, ibid. [Regresar]
(16) Comentario a la Política de Aristóteles (I, lect. 1). Cit. por Novak, ibid. [Regresar]
(17) Commentary, I Politics, lect. I. Cit. por Novak, ibid. [Regresar]
(18) Emilio González López, Historia de la civilización española, (Nueva York: Las Americas Publishing Company, 1966), p.117. [Regresar]
(19) Citado por Lord Acton, op.cit., pp. 49-50. [Regresar]
(20) Citado por Lord Acton, ibid., pp. 48-9. [Regresar]
(21) Il Principe, 15. Cit. por Johannes Hirschberger, Historia de la Filosofía, (Barcelona: Editorial Herder, 1968), tomo I, p. 379. [Regresar]
(22) Ibid. [Regresar]
(23) Joseph W. Evans y Leo R. Ward (recopiladores), The Social and Political Philosophy of Jacques Maritain (Garden City, Nueva York: Image Books, 1965), pp. 284-5. Traducción al español del párrafo citado de XZC. [Regresar]
(24) Lord Acton, op.cit., p. 53. [Regresar]
(25) Citado por Johannes Hirschberger, Historia de la Filosofía, (Barcelona: Herder, 1967), vol. II, p.109. [Regresar]
(26) Citado por José Emilio Balladares Cuadra, Sobre el Contrato Social, (San José, Costa Rica: Libro Libre, 1986), pag. 51. [Regresar]
(27) Joseph A. Schumpeter, History of Economic Analysis, (Nueva York: Oxford University Press), pp. 107-115. [Regresar]
(28) Montesquieu, Carles Luis de Secondat, El Espíritu de las Leyes, (San José, Costa Rica: Libro Libre, 1986), pp. 53-54. [Regresar]
| I. Introducción | II. Judea: antiguos atisbos |
III. La Antigua Atenas |
V. Los Estados Unidos |
VI. La cultura política hispana |
VII. Educarnos para democracia |
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