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La Democracia en nuestra Historia |
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| Xavier Zavala Cuadra |
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| Al servicio del HOMBRE y de sociedades DE HOMBRES |
A mis alumnos de Guatemala |
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VII. Educarnos para la democracia |
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"La democracia en nuestra historia", |
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Al terminar este recorrido de los diversos intentos de reconciliar la libertad con el orden y la autoridad —intentos que fueron llevando a los hombres poco a poco al modo de convivencia que llamamos democracia— una especie de conclusión queda en la mente: se trata de un sistema político que parece natural al ser humano pero que lo es sólo cuando se tienen ciertas ideas, ciertas creencias, ciertos valores, ciertas actitudes, es decir, cuando se tiene una peculiar cultura, la cultura de la democracia.
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Un cambio en las conciencias "Los caudillos escogieron, casi siempre con buena fe, la ideología más a la mano, la que estaba en boga en aquellos años. Aquí aparece la gran hendidura: no había una relación orgánica entre esa ideología y la realidad hispanoamericana. Las ideas nuevas deben ser la expresión de las aspiraciones de la sociedad y, por tanto, tienen que ser pensadas y diseñadas para resolver sus problemas y responder a sus necesidades. Así pues, es indispensable que, antes de la acción política, las proclamas y los programas, la colectividad experimente un cambio interno. Un cambio en las conciencias, las creencias, las costumbres y, en fin, en la mentalidad profunda de los agentes de la historia: los pueblos y sus dirigentes." Octavio Paz (1) |
Los antiguos atenienses la fueron adquiriendo, pero incompleta, y su democracia degeneró en caos. Los hispanoamericanos no la teníamos cuando nos constituimos en repúblicas y el resultado fue el baile de máscaras de que habla Paz, porque no habíamos tenido "un cambio en las conciencias". Hoy, hablando en general, con excepciones claro está, la tenemos a medias: queremos democracia, pero no la hacemos. No hacerla apunta a que no nos han penetrado suficientemente las creencias y las actitudes requeridas para caminar democráticamente en la vida política.
Quienes queremos vivir en democracia, por tanto, debemos educarnos para ello, sabiendo que no caben excepciones porque lo adquirido se puede perder y siempre se puede mejorar. Convendría incluir tal educación en los programas escolares y universitarios, continuarla toda la vida con lecturas, reflexiones, ejercicios —tal vez en pequeñas asociaciones o grupos— como lo hacen los que quieren ser buenos médicos, buenos arquitectos, buenos empresarios, buenos pianistas, buenos pintores. El punto de partida es comprender que pensar y actuar democráticamente es una habilidad que, como todas las otras, requiere conocimientos y práctica.
No basta que algunos dirigentes tengan las creencias y las actitudes de la democracia. Ésta es la gran lección que nos da Shakespeare al presentarnos el problema humano de la dictadura en su obra Julio César. Los mejores ciudadanos de Roma se deciden a terminar con el mal, para ellos encarnado en César. Cuando Bruto sale a la plaza para anunciar al pueblo que ya es libre porque ya han matado a César, el pueblo entusiasmado responde gritando ¡Hagámoslo César! El pueblo quería césares. El mal estaba en el pueblo.
No bastan tampoco las ideas solas. Es necesario que las ideas se transformen en creencias, las creencias en actitudes, las actitudes en acciones y las acciones en costumbres. Es la gran lección de Tocqueville: para que la democracia dure importan más las leyes que las circunstancias del país, y las costumbres más que las leyes.
Las formas de gobierno son reflejo de las formas de convivencia de los pueblos. Las formas democráticas de gobierno florecen naturalmente en pueblos que conviven con formas democráticas. Las formas dictatoriales de gobierno son las aristas más visibles de pueblos que conviven dictatorialmente. Los pueblos que conviven democráticamente tienen un conjunto de creencias, unos modos de ver y valorar a los demás y a los acontecimientos, unas actitudes o virtudes, unos modos de actuar y comportarse, unos tonos al hablarse, preguntarse y responderse, muy distintos de los que tienen los pueblos que conviven dictatorialmente. Es lo que podemos llamar la cultura cívica de la democracia, distinta, muy distinta de la cultura cívica de la dictadura. Esta última es primitiva, de hombres que hablan, pero sus voces están más cerca del ladrido que de la palabra, sólo dictan, no dialogan; cultura más cercana a la bestia que también somos; de ahí que, con frecuencia, se manifieste en destrucción y muerte. En la obra Julio César de Shakespeare, el pueblo de Roma destruye y mata. La cultura de la democracia, en cambio, es cultivo de altura, fruto de inteligentes renuncias y de inteligente empeño por dar aún mejores formas al modo de vivir y convivir; de ahí que requiera educación, educación y ejercicio permanente, como una buena voz, como un buen canto.
¿Cuáles son las principales creencias y actitudes que es bueno existan entre los ciudadanos y se conviertan en costumbres? Las creencias son el soporte lógico de la democracia, pero también el psicológico porque de alguna forma condicionan nuestro estado anímico predisponiéndonos a actuar de acuerdo a ellas. Llamamos "actitudes" o "virtudes" a esas predisposiciones anímicas. La mejor forma de responder a la pregunta de este párrafo es ilustrar gráficamente el vínculo entre creencia y actitud.
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| Creencias | Actitudes |
| 1. El ser humano es libre, encargado y responsable de sí mismo. |
1. Contar primero con uno mismo para resolver los problemas. |
| 2. El ser humano es social: generalmente alcanza mejor sus objetivos y supera mejor sus limitaciones juntándosendose con otros, iguales a él y con similares propósitos. |
2. Buscar fuerza y eficiencia asociándose con otros semejantes a él. La actitud contraria es someterse al amparo de una agencia o una persona poderosa. |
| 3. Entre los seres humanos existen derechos y deberes propios de la persona, anteriores a las leyes de los estados, independientes de la opinión de la mayoría. |
3. Respeto a estos derechos y deberes porque son dados por Dios. Veracidad y honestidad en el trato con los demás. Tolerancia frente a la diversidad de ideas y creencias. |
| 4. La autoridad política suprema está en el conjunto de los ciudadanos. Este conjunto de los ciudadanos toma decisiones haciendo suya la opinión de la mayoría. |
4. En los gobernados: Interés y participación en los asuntos públicos. Acatar la opinión de la mayoría. Vigilar a los que gobiernan. Opinar sobre sus actuaciones. Censurarlos cuando es necesario. En los gobernantes: Aceptar y representar la opinión de la mayoría. Escuchar al pueblo. Rendir cuentas al pueblo.. |
| 5. Todos los seres humanos somos propensos al abuso, por esto necesitamos leyes como cauces comunes de conducta. Todos somos iguales ante esas leyes, incluidos los gobernantes. |
5. Aceptar y cumplir las leyes. Vigilar la formulación de leyes para que sean justas y no legalicen privilegios ni dictaduras. Vigilar el cumplimiento de las leyes. |
| 6. Todos los seres humanos somos propensos al abuso, por lo que hay que dividir y separar los poderes políticos para que estos se pongan límites y frenos recíprocamente. |
6. Alarma ante todo lo que parezca mezcla y concentración de poderes políticos |
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Aunque todos los hombres somos propensos al abuso, tal vez los que gobiernan tienen más facilidades para saltar de la tentación del abuso a la práctica del abuso. Tienen más facilidades porque encuentran justificaciones para sus abusos, para juntar y concentrar en su persona todos los poderes que nosotros, los hombres gobernados, hemos delegado razonablemente separados en las distintas agencias que llamamos gobierno. No es raro oír decir que necesitamos gobiernos fuertes, emprendedores, hábiles, para que hagan lo que las personas privadas no podemos hacer. Los que así hablan parecen desconocer que, el trabajo natural y propio del poder "ejecutivo" en una democracia, es velar para que todos cumplamos las leyes. En eso consiste su ejecutividad. En cambio, el quehacer natural y propio de los ciudadanos "privados" es emprender —inventar— modos nuevos para crear riqueza nueva para todos, riqueza nueva espiritual y material. Tal vez no esté de sobra recordar aquí que "empresa privada" es todo lo que no es gobierno. La esperanza de la humanidad no está en los gobiernos o en los hombres que gobiernan sin saber ser hombres gobernantes. La esperanza de la humanidad está en los hombres , en los hombres tal como Dios los creó, en los hombres que saben conducirse en todo como hombres, sean gobernados o gobernantes. Las creencias y actitudes números 1 y 2, de la tabla presentada, nos hablan de buscar soluciones y fuerza en la unión con otros hombres, en actuar asociados con ellos, y eso, en buena parte, es saber conducirse en todo como hombres. Las creencias y actitudes números 1 y 2, no riman bien con el popular refrán "quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija", y riman muy mal si, más que un refrán, es un plan de vida, un modus vivendi. Un modus vivendi así es esencialmente lo opueto a la actitud de "contar primero con uno mismo". Volvamos, pues, a las creencias y a las actitudes que nos llevan a las costumbres democráticas. ¿Cuál es el soporte último de todas ellas? George Washington respondió a esa pregunta en la solemne ocasión de su discurso de despedida como presidente de los Estados Unidos: "Entre todas las disposiciones de ánimo y los hábitos que conducen a la prosperidad política, la religión y la moralidad son los soportes indispensables. No puede pretender que se le tenga por patriota, quien se esfuerza por subvertir estos grandes pilares de la felicidad humana, los más firmes soportes de los deberes del hombre y del ciudadano. Igual que la persona piadosa, el político debe respetarlos y cuidarlos. No cabrían en un volumen sus conexiones con el bienestar privado y público. Basta con preguntarnos ¿dónde quedaría la seguridad de la propiedad, de la reputación y de la vida, si el sentido de obligación religiosa está ausente de los juramentos que son los instrumentos de investigación en las cortes de justicia? Y seamos muy cautelosos con la suposición de que puede haber moralidad sin religión. Por mucho que le reconozcamos al influjo de la educación refinada de las mentes..., tanto la razón como la experiencia nos prohíben esperar que la moralidad nacional se mantendría sin el principio religioso." Hace unos años, The Brookings Institution, uno de los más famosos "think tanks" de los Estados Unidos, publicó un libro que examina el influjo de la religión en la vida pública de ese país. "Mi trabajo no puede ser considerado como definitivo —concluye el autor— pero apunta a que los padres fundadores tenían razón después de todo: la salud del gobierno republicano depende de valores que, no tan a largo plazo, sólo provienen de la religión. El humanismo creyente enraíza los derechos humanos en la dignidad moral que el Creador amoroso puso en cada alma humana, y legitima la autoridad social al hacerla rendir cuentas ante una ley moral trascendente."
Continúa el autor: "Hay que añadir inmediatamente que la religión puede ser un gran peligro para la democracia y para cualquier forma de existencia civilizada. La historia enseña y lo confirman acontecimientos recientes en Irlanda, Irán, Líbano, la India y otros lugares, que el fanatismo religioso lleva fácilmente a la tragedia social".(2) El fanatismo es el polo opuesto de la democracia. También de la religión, que ve en cada hombre —sin excepción— al probable pecador. El fanatismo es de hombres que se creen dioses. La democracia verdadera, la única que dura, es de hombres que saben que no son dioses y que no existen entre ellos hombres-dioses; por eso consideran a la democracia necesaria; por eso consideran que todos son iguales ante la ley; por eso delegan poderes, pues saben que no tienen capacidad de estar en todo; por eso dividen, limitan y especifican los poderes que delegan, pues saben que los que los reciben pueden abusar y son inclinados al abuso; por eso se reservan el derecho de deponer a los que gobiernan, cuando estos no cumplen las funciones que les han encomendado; por eso también son tolerantes y no creen tener respuestas definitivas a los problemas comunes; por eso su enfoque no es dogmático sino experimental. La creencia más importante para la democracia, porque engloba a todas las demás, es no creerse dios o semi-dios. (1) Octavio Paz, "América en plural y en singular", Revista del Pensamiento Centroamericano, vol. XLVIII (1993), n. 218, p. 2. [Regresar] (2) A. James Reicley, Religion in American Public Life, The Brookings Institution, Washington, D.C., 1985, p. 348. [Regresar]
| I. Introducción | II. Judea: antiguos atisbos |
III. La Antigua Atenas |
IV. Larga nueva gestación |
V. Los Estados Unidos |
VI. La cultura política hispana |
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