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La Democracia en nuestra Historia |
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| Xavier Zavala Cuadra |
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| Al servicio del HOMBRE y de sociedades DE HOMBRES |
A mis alumnos de Guatemala |
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V. España e Hispanoamérica | ||
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Difícil y dura práctica de libertad y de organización
El lector atento habrá observado que, al acercarnos a la modernidad y a la democracia contemporánea siguiendo la historia europea, dimos más atención a Inglaterra. Ese reino es el que primero y mejor desarrolló las instituciones políticas que dieron pase a la democracia moderna y el que las trasmitió —como la familia lo hace con los hijos— a los Estados Unidos. No podemos entender la democracia de los Estados Unidos, al menos en sus inicios, sin la conexión histórica inglesa. Igual pasa con la cultura política hispanoamericana: no podemos explicarla sin la conexión histórica española.
Es verdad que ideas inglesas, francesas y norteamericanas influyeron en los inicios de la vida independiente de los países hispanoamericanos, pero fueron más bien como trajes de la moda del momento, siendo el cuerpo o la estructura social y personal de fondo, eminentemente español.
Nuestras raíces vienen en gran parte desde la antigua Judea, Grecia, Roma, la Europa germánica, el Renacimiento, etc. Al aproximarnos a nosotros mismos, sin embargo, toda esa larga historia toma una modalidad particular, la española. Entender a España es entendernos, al menos en la mitad. Asunto intrincado, porque quienes fueron habitando la península ibérica, ahora dividida en Portugal y España, nos entregan una historia compleja y ardua. Con esa historia se fue haciendo lentamente el que llegó a llamarse español, el que, después, hizo la América española.
Al igual que los otros pueblos de Europa, los de la península ibérica son mezclas producto de invasiones e incursiones de otros pueblos. Como sucede con los colores, distintas mezclas rinden distintos resultados. Por eso lo que llegó a ser Francia no es lo que llegó a ser Italia, y lo que llegó a ser España no es lo que llegó a ser Inglaterra. Repasemos, pues, brevemente las invasiones y sus consecuentes cruces culturales y raciales de la península ibérica. No nos interesan las invasiones cortas, aunque sean de años. Nos interesan las de siglos, las que por larguísimos períodos dieron a los habitantes nuevos modos de hablar, nuevas preocupaciones y satisfacciones, nuevas organizaciones, nuevos gobernantes, en fin, nuevos modos de ser hombre.
La historia de los que fueron habitando la geografía de la actual España podría calificarse de escuela para el sometimiento, pero esas gentes no aprendieron la lección, no aprendieron a someterse, y más bien se volvieron hipersensibles a lo que pueda parecerles falta de libertad, al extremo que tienden a confundirla con la limitación voluntaria de la propia libertad que toda organización social —en libertad— conlleva. Al español y a los hispano-americanos nos ha resultado difícil practicar la democracia moderna por lo que ella tiene de limitación voluntaria a la libertad individual.

Fenicios y griegos
Los pueblos del Cercano Oriente eran los más avanzados de la cuenca del Mediterráneo en la antiguedad. Habían hecho importantes progresos en el arte de navegar y sabían de metales. En busca de éstos, probablemente, llegaron los fenicios a la costa sur de la Península Ibérica en el siglo XI A.C. Estamos, de nuevo, muy atrás en el tiempo: es el siglo de la Guerra en Troya.
Aunque hay huellas de ellos hasta en las costas noroestes de la península, su principal colonia fue en el sur, Gadir (Cádiz). Cinco siglos de constante presencia de comerciantes fenicios introdujeron en las costas de la península las formas de la civilización del Cercano Oriente, la lengua, el alfabeto, la religión, el arte, las técnicas de salar pescados y de colorear tejidos.
Al hablar de los antiguos griegos vimos que éstos, impulsados por la necesidad de tierras, habían extendido sus colonias hacia el este y el oeste. En el siglo VI A.C. llegaron a la costa de Cataluña y su centro de operaciones fue Emporion, conocida después como Ampurias, de donde viene el nombre de la actual comarca catalana del Ampurdán. Los griegos introducen en el flanco oriental de la península su rica cultura. Más o menos, son los tiempos de Solón en Atenas. Sus actividades comerciales en la zona los puso en conflicto con el naciente imperio del norte de África, Cartago.
Cartago
El influjo de Cartago fue muy largo. Los primeros cartagineses llegaron en plan de guerra, para proteger la colonia fenicia de Gádir, atacada por tribus iberas; aunque la alianza con los fenicios no duró mucho, los cartagineses siguieron llegando y se convirtieron en señores del lugar. Sin embargo, la ambición de Cartago en aquel tiempo miraba más a Sicilia que a España, porque la isla era más próxima a su patria. Tal vez eso explique que los tres primeros siglos de presencia cartaginesa tengan menos de guerra y más de intercambio comercial y de influjo político. Los historiadores atribuyen a este influjo el inicio de una organización civil más extensa al sur de la península.
En Sicilia, en cambio, los cartagineses guerrearon contra los griegos primero, contra los romanos después y ya no sólo para apoderarse de Sicilia sino también del sur de Italia y del Mediterráneo en general. En la Primera Guerra Púnica (264-241 A.C.), Cartago fue derrotada y expulsada de los territorios romanos. Se desplaza entonces el foco de la ambición territorial cartaginesa hacia la península ibérica y la actividad comercial que allí habían desplegado se torna en actividad guerrera. Amílcar Barca, de una poderosa familia cartaginesa, avanza desde Cádiz. Asdrúbal, su yerno y sucesor, continúa la obra, llega hasta el valle del Ebro y funda la ciudad de Cartago Nova como capital del mundo cartaginés en la península. Muerto éste, toma el mando su cuñado, hijo de Amílcar: Aníbal.
Aníbal llegó a las tierras que hoy son España cuando tenía nueve años y allí se educó y se casó. La Segunda Guerra Púnica es entre Roma y Cartago Nova, con Aníbal de general. Cuando la capital ibérica-cartaginesa fue conquistada por los romanos, la africana quedó condenada a muerte inminente.
Roma
Sumemos ahora seis siglos más para tener en cuenta la presencia romana en la península. En el año 218 A.C. llegaron las primeras tropas romanas a Emporion y no fue sino hasta el 409 D.C. que aparecieron los vándalos por los Pirineos. Los dos primeros siglos de presencia romana —los dos últimos de la era precristiana— fueron de conquista. Los cuatro restantes, de organización y gobierno de la península.
Es la primera colonia romana fuera de Italia. Anterior a la Galia, vecina noroeste de Italia, y anterior a la Iliria, vecina oriental al otro lado del Adriático. La razón era militar: a Roma le interesaba cortar el paso de los cartagineses por el estrecho de Gibraltar y por las costas iberas en general. La expansión romana comenzó costeando. De Emporion, casi en la frontera de España y Francia en el Mediterráneo, bajó por la costa hacia el sur, luego hacia el este, ya en el Atlántico subió hacia el norte y, finalmente, hacia el oeste en el Mar Cantábrico.
O los romanos no tenían mucha prisa por aquel entonces, o sus ejércitos no habían adquirido la efectividad que tuvieron después, o la resistencia que encontraron fue particularmente dura. A Julio Cesar le tomó unos cuantos años dominar la Galia, en cambio, el control de la península ibérica fue asunto de dos siglos. Símbolos de esa resistencia son los nombres de Viriato y de Numancia. Viriato, un guerrero de la actual Portugal, detuvo y derrotó a los romanos por ocho años hasta que lo mataron a traición en una tregua. Numancia, en la actual Soria, fue plaza inexpugnable por diez años, finalmente rendida por hambre. El emperador Augusto dio por pacificada la península en el año 38 A.C. y ordenó su incorporación al imperio.
El incorporado suelo ibero dio emperadores al imperio, en su época de esplendor: Trajano (98-117 D.C.) y Adriano (117-138). Algunos historiadores creen que también son de origen ibero Marco Aurelio y Aurelio Vero.
Roma dio unidad a la mayor parte de los pueblos de la península con su lengua, con su religión, con su arte, con su organización política y administrativa. Construyó caminos y puentes, algunos de los cuales todavía se usan, levantó acueductos, amuralló ciudades, erigió monumentos.
Cuanto más avanzados era los pueblos dominados, más fácil y rápidamente asimilaron la cultura romana: algunos del este y del sur eran incluso más cultos que los romanos mismos, en cambio, los del norte —los galaicos, astures, cántabros y vascos— eran tan primitivos que absorbieron poco o nada de los modos romanos.
La contribución de la península al pensamiento y los escritos del Imperio es sobresaliente. Basta recordar los nombres de Séneca, filósofo, poeta, dramaturgo, y de Lucano, autor de la Farsalia, en la que canta las guerras entre Cesar y Pompeyo.
De los tiempos romanos viene el nombre España. Los romanos dividían la península en Hispania citerior (de más acá) e Hispania ulterior (de más allá). Algunos creen que el origen de la palabra Hispania pudo ser fenicio y significaba algo remoto; los romanos, para referirse a las dos Hispania se valían de la forma plural de su latín: . El uso transformó ese sonido en España. En cambio, el adjetivo calificativo "español", que gramaticalmente no califica al lugar sino a sus habitantes, es de origen provenzal, pues fue inventado siglos más tarde por vecinos del norte que comerciaban con ellos desde lo que entonces se conocía como el Languedoc, hoy parte de la francesa Occitanie.
Los germanos
A comienzos del siglo V, pueblos germanos atraviesan los Pirineos y se apoderan de la península durante tres siglos. Primero los vándalos y, con ellos, alanos y suevos. Estos últimos tomaron la provincia romana de Gallaecia (Galicia) y allí establecieron un reino que logró extenderse por casi todo el actual Portugal. Aunque fueron finalmente dominados por los visigodos, perduran sus nombres en algunos lugares, como el del puerto de Sueve; también quedan nombres de los alanos: Villa Alán y Puerto del Alano.
Los visigodos hicieron de toda la península ibérica su reino, con Toledo por capital. Los primeros años fueron muy difíciles para los hispano-, entre otras cosas porque el cristianismo de los visigodos era la versión herética llamada Arrianismo. Sin embargo, es interesante mencionar lo que aconteció entre un rey arriano y su hijo convertido al catolicismo, pues sirve de contraste con la identificación de religión y estado que llegará a existir siglos más tarde. El príncipe católico Hermenegildo se rebela contra su padre el rey arriano Leovigildo. Hermenegildo es hecho prisionero y muere en la cárcel. Ilustres autoridades católicas, entre las que sobresale san Isidoro de Sevilla, defienden la acción del rey porque ven en la actitud del hijo la de un rebelde contra la autoridad. Siete siglos más tarde, la Crónica General, preparada bajo la dirección del rey castellano Alfonso X el Sabio, presenta el hecho como martirio:
Mil años después de su muerte, Hermenigildo es canonizado por el Papa Sixto V a solicitud de Felipe II.
Para cuando Leovigildo fue rey, la península ya ha sido militarmente controlada. Le sucede otro hijo, Recaredo (586-601) quien, siendo rey, se convierte al catolicismo y se dedica a la unificación política poniendo como base de ella la unidad religiosa. En adelante, con algunas excepciones, la preocupación de los monarcas será fusionar en un solo pueblo a los hispano-romanos y a los hispano-visigodos. Al principio se utilizaron códigos legales distintos para cada uno de estos grandes grupos de población, pero los Concilios Toledanos —que a partir de Recaredo dejan de ser reuniones eclesiásticas y se tornan en asambleas nacionales, con participación del rey, del clero y de la nobleza— los fueron unificando. La labor legislativa de estos concilios fue recopilada por el rey Recesvinto (653-672) en el Liber Judiciorum (Libro de los juicios), conocido generalmente como Fuero Juzgo.(2) Esta codificación visigoda sobrevivió a los visigodos y es uno de los cuerpos legales más importantes de la España medieval.
La contribución visigoda a España es, pues, política pero, según Ortega y Gasset, no dió a España lo que otros pueblos germanos dieron a otras naciones: el sentido de franquía, el sentido de saberse con derechos que no provienen del estado. "El visigodo era el pueblo más viejo de Germania; había convivido con el imperio romano en su hora más corrupta; había recibido su influjo directo y envolvente. Por lo mismo era el más 'civilizado', esto es, el más reformado, deformado y anquilosado".
El visigodo había perdido el "el torrente indómito de su vitalidad". Por eso en España casi no hubo feudalismo. "Hemos oído constantemente decir que una de las virtudes preclaras de nuestro pasado consiste en que no hubo en España feudalismo... esto, lejos de ser una virtud, fue nuestra primera gran desgracia y la causa de todas las más." En otras regiones con extenso feudalismo, "cada cual organizaba su señorío, lo saturaba de su influjo individual... El rey...aspira de continuo a debilitar esta minoría poderosa. Para ello se apoya en el 'pueblo' y en las ideas romanas... El poder de los 'señores' defendió ese necesario pluralismo territorial contra una prematura unificación en reinos."Lo que la futura España no recibió de los visigodos fue ese "poder de los señores", ese sentido de fortaleza de la persona, independiente y anterior al reconocimiento del rey o de la autoridad política, al menos en "una minoría selecta, suficiente en número y calidad." "Quien crea que la fuerza de una nación consiste sólo en su unidad juzgará pernicioso el feudalismo. Pero la unidad sólo es definitivamente buena cuando unifica grandes fuerzas preexistentes..."
Ortega y Gasset añade: "Se me dirá que, a pesar de esto, supimos dar cima a nuestros gloriosos ocho siglos de Reconquista. Y a ello respondo ingenuamente que yo no entiendo cómo se puede llamar reconquista a una cosa que duró ocho siglos."(3)
El último rey importante de la monarquía hispana-visigoda fue Wamba (672-681). Completó la organización del reino determinando la división eclesiástica de la península, división que es base de la organización política y administrativa de España. Egica (687-701) tiene la triste distinción de reintroducir las divisiones en el reino con sus persecuciones a diversos grupos, principalmente a los judíos. Su hijo Witiza (701-709) trató de enmendar los errores de su padre y protegió a judíos y a cuantos habían sido perseguidos, pero un buen número de nobles desaprueba esta política de unidad, se rebela contra el rey, acrecienta la división y, al morir Witiza, desconoce la autoridad de su hijo Achila y elige rey a Rodrigo. Los partidarios de Witiza y de Achila fueron al África a pedir ayuda.
Los moros y la formación de España
El imperio árabe de aquel tiempo, con Damasco de capital, dominaba a los pueblos cultos del Cercano Oriente (Siria, Palestina, Líbano, Persia, Egipto) y a los menos cultos del norte de áfrica (Túnez, Argelia, Marruecos). Un gigantesco mosaico de pueblos y culturas a quienes los seguidores de Mahoma habían dado una lengua y una religión común.
La ayuda a los partidarios de Achila fue excusa y oportunidad de iniciar algo que posiblemente habían planeado tiempo atrás: adueñarse no sólo de la península ibérica sino de Europa. Tras conquistar lo que hoy son Portugal y España, pasaron al sur de Francia, tomaron Burdeos, llegaron hasta Borgoña y hubiesen seguido avanzando si el franco Carlos Martel no los derrota en Poitiers tan solo 21 años después de su entrada al sur de la península ibérica.
Fue en el año 711 que desembarcó en la costa sur el beréber Tarik. En la batalla de Guadalete, cerca de Medina Sidonia, Tarik derrota a las fuerzas visigodas comandadas por el propio rey Rodrigo. Aunque se dice que el ejército moro tenía mejor moral y organización militar, sin duda le sirvió de mucho la ayuda de las facciones visigodas descontentas con el rey Rodrigo. Para que la conquista tuviese carácter oficial de anexión al imperio musulmán, Muza, el gobernador de Mauritania, llegó a hacerse cargo personalmente de la dirección de la campaña. Esta vez, el control de prácticamente toda la península ibérica fue asunto de seis años. Al tomar Toledo, Muza proclamó soberano de España al califa de Damasco.
Para bien de los hispano-visigodos y de los que harán la Reconquista, la unión con el extenso, rico, poderoso imperio de Damasco durará sólo cuatro décadas. Dentro del imperio había, como siempre, rivalidades que a veces degeneraban en guerras internas. La dinastía de los Omeyas fue destronada por la de los Abasidas, descendientes de un tío de Mahoma. Los nuevos señores exterminaron a cuanto Omeya pudieron prender. El joven Abderramán logró huir y refugiarse en Marruecos, donde juntó un ejército y con ayuda de partidarios de los Omeyas en España, desembarcó cerca de Granada, derrotó al emir Yusuf (756) e independizó a los moros de la península del Imperio de Damasco.
En adelante, el poder moro en España no contará con los casi inagotables recursos del gran imperio y se dividirá en pequeños reinos que luchan entre sí. Aunque Abderramán III parece someterlos a todos bajo el Califato de Córdoba en el siglo X —plenitud de la cultura árabe-hispana— en el siglo XI vuelve la desintegración en pequeños reinos conocidos como los Reinos de Taifas.
Los moros enriquecieron la lengua con multitud de palabras de origen arábigo. Completaron, mejoraron y embellecieron las obras romanas. Introdujeron nuevas plantas (el naranjo, el granado, la caña de azúcar) y nuevas prácticas agrícolas. Desarrollaron técnicas artesanales de tratamiento de cueros, metales, maderas, arcilla, lana y seda.
Enriquecieron grandemente la vida de ciudad; prueba de ello son Córdoba, Sevilla, Toledo, Almería, Granada. El impulso que dieron a las ciencias fue tan extraordinario que muchos consideran la España mora como el centro científico europeo entre los siglos X y XII: alcohol, cifra, álgebra son palabras árabes; seguimos llamando a ciertas estrellas con el nombre que ellos les dieron, por ejemplo Betelgeuse y Aldebarán; en astronomía se distingue Azarquiel de Toledo; en matemática el madrileño Moslema; en medicina sobretodo Yahi, médico del Califa Abderramán III y autor de un compendio de lo que entonces se sabía; al sevillano Abenzoar se le tiene como fundador de la farmacia; el cordobés Al Galiqui se distingue por sus estudios de botánica. En filosofía sobresale el cordobés Averroes, traductor y comentador de Aristóteles, a quien todo Occidente debe, en buena parte, el redescubrimiento del gran filósofo griego. La poesía fue el género literario que más cultivaron y con ella influyeron en la lírica medieval de la península ibérica y de fuera de ella. Para recordar su contribución a la arquitectura basta con mencionar la mezquita de Córdoba, la Giralda en la catedral de Sevilla, el Generalife y la Alhambra, en Granada. Al-ándaluz es el nombre de la península ibérica dominada por los árabes.
Una vez asegurado el dominio político de los moros sobre la península ibérica, los hispano-visigodos tuvieron que aprender a convivir con los nuevos señores y con los nuevos vecinos: los, conocidos como "muladíes" se adaptaron enteramente, cambiando incluso de nombre y de religión; los llamados "mozárabes" trataron de mantener su cristianismo, su lengua y sus costumbres. A unos les fue bien y a otros mal, dependiendo del fanatismo o apertura mental de las autoridades que les tocaron.
El hijo de Muza, Abdelaziz, tras guerrear al lado oriental de la península, se asentó en Sevilla, se casó con la viuda del rey Rodrigo y se rodeó de una corte de magnates visigodos. Le costó la vida, porque fanáticos musulmanes lo asesinaron al salir de una mezquita.
Durante el período de Hixem I (788-796) obtuvieron preponderancia los intransigentes y se generalizó la persecución a los cristianos. Con la persecución se generalizó también la rebeldía: la resistencia de los mozárabes, que luchaban contra los árabes al mismo tiempo que vivían entre ellos, fue una epopeya que duró siglo y medio; Alháquen I (796-822), aunque personalmente indiferente en asuntos religiosos, continuó la política de intransigencia: para dominar a los mozárabes de Toledo —los más fuertes y organizados— les envió un renegado, Amrús; éste invitó a los dirigentes a una fiesta y los decapitó al final de ella. La persecución generalizada fortaleció la fe y muchos cristianos fueron voluntariamente al martirio; figuras cristianas sobresalientes fueron san Eulogio de Córdoba quien escribió el Memoriale sanctorum y el laico Álvaro de Córdoba que escribió la Vida de San Eulogio.
Hubo épocas en que la persecución se tornó racial y la sufrieron también los muladíes; estos sumaron su resistencia a la de los mozárabes y se apoderaron de extensos territorios: en Mérida, Beni Meruan, "el gallego", se adueñó de casi toda Lusitania; en Aragón, los Beni Casi o Beni Muza, hicieron un estado independiente; en la propia Andalucía, Omar-ben-Hafsun, de noble familia visigoda, tuvo durante muchos años bajo su mando a cristianos, a renegados y a musulmanes, sublevados todos contra el emir de Córdoba.
La suerte de los judíos durante el dominio moro fue diferente a la de los cristianos. Aunque presentes política y económicamente desde el inicio, comienzan a sobresalir culturalmente durante el período de los reinos Taifas, por ejemplo, el filósofo y poeta malagueño Avicebrón (1021-1070), cantor de Dios y de las maravillas de la creación; el toledano Jehuda-Halevi (1085-1143) en cuyas Sionidas palpita el amor por la lejana Sión, el filósofo y médico cordobés Maimónides (1134-1204), autor de valiosas obras de medicina y de estudios de filosofía y teología.
Pero no todo era guerra. Entre moros, judíos y cristianos también había comercio, intercambios, intrigas y cortesías. Llamaban "algarabiados" a los cristianos que sabían árabe y "ladinos" a los árabes que sabían latín. También había comercio, intercambios, intrigas y cortesías con los señores armados que están comenzando a bajar del norte.
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Señores armados bajan del Norte. La Reconquista
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¿Quiénes son? Son ejércitos de unos reinos nuevos que vienen extendiéndose desde las montañas septentrionales y que terminarán rescatando enteramente lo que los moros habían tomado. Es lo que la historia española llama "La Reconquista".
En esas montañas del norte vivían galaicos, astures, cántabros y vascos. Por primitivos e indómitos, casi no habían recibido influjo ni de los griegos, ni de los romanos ni de los visigodos. Ahora, como si una secreta campana de la historia les despertara una dormida identidad, los que no se metían con nadie ni salían de su terruño, quieren ser señores de cuanto los rodea y su sorprendente ímpetu expansivo parecerá inextinguible. En labor de siglos, con guerras entre sí y con guerras con los moros, con alianzas matrimoniales que expanden los dominios políticos y con herencias a los hijos que dividen esos dominios, van haciendo unos reinos nuevos que terminarán ocupando toda la península. El reino de Asturias en el noroeste se convertirá en el de León y de él, eventualmente, se desprenderá el de Portugal. Hacia el este el reino de Navarra dará a luz a los reinos de Castilla y Aragón. Más al este, lo que comenzó llamándose la Marca Hispánica y que en un principio fue parte del imperio de Carlomagno, se convertirá en el Condado de Cataluña. La península ibérica les parecerá pequeña y se lanzarán fuera de ella, al centro y sur de Europa, al África y a América, para hacer el Imperio Portugués y el Imperio Español. Todo eso comenzó en el siglo VIII con unos montañeses en los Montes Cantábricos y Pirineos, cuyos reyes, desde muy al inicio, se adjudicaban el título de "emperador de toda España".
Durante las primeras jornadas, la conexión con el pasado y con la tradición hispano-visigoda, se las fue dando la Iglesia, ansiosa de rehacer la organización religiosa y política anterior, y también los mozárabes que, huyendo de las persecuciones del sur, se refugiaban en el norte llevando consigo la vieja cultura hispano-visigoda.

La abrupta geografía en que moraban era natural fortificación frente al invasor. A la región de los astures habían llegado, buscando refugio, fuerzas visigodas dispersas. Cuando en el año 718, siete después de la derrota del rey Rodrigo, tropas árabes pretenden penetrar en sus montañas, Pelayo acaudilla a astures y a visigodos e inflige a los moros su primera derrota en la batalla de Covadonga.
El triunfo enciende el ánimo de los astures e inventan un reino nuevo, el Reino de Asturias. En Cangas de Onís, lo más arriscado de las montañas, asienta Pelayo su pequeña corte. Siguen llegando hispano-visigodos en busca de refugio. En los reinados de Pelayo (718-737) y de su hijo Favila (737-739) el interés principal es consolidar el pequeño reino y defenderlo. Pero ¿quiénes son ellos y de quién deben defenderse?
El principal posible agresor les descubre su identidad: ellos son cristianos. Ese nombre los identifica, los distingue, los agrupa. Se saben grupo nuevo, reino nuevo. Lo llaman reino cristiano porque ser cristiano está en su raíz y es su pendón. Pero sus guerras no son religiosas, no pretenden acabar con las creencias mahometanas. Sus guerras son para expandir el reino a costa del vecino, sea moro o cristiano.
Esta tolerancia religiosa será elemento importante de la sociedad que irá surgiendo, en la que convivirán judíos, mahometanos y cristianos, separados por la religión, pero unidos por la necesidad que unos tienen de los otros. Durante siglos se necesitarán los unos a los otros y se influirán recíprocamente. Durante siglos habrá cruce de razas y culturas. Precisamente esta convivencia permitirá al grupo cristiano convertirse en una casta dedicada exclusivamente a la conquista y al señorío político. Todas las demás funciones de la sociedad, las del pastoreo y cultivo de la tierra, las del comercio y la producción artesanal, las de la medicina, la educación y el estudio, quedarán en manos moras y judías. Todo esto, junto con la fusión de reino y religión, dejará hondas huellas en el modo español.
Siglo VIII
Ya con su tercer rey, Alfonso I (739-757), yerno de Pelayo, Asturias pasa a la ofensiva, sus fuerzas recorriendo victoriosas la actual Galicia y bajando hasta el río Duero que por varios años quedará siendo frontera de la lucha. Dos circunstancias facilitan esta primera expansión asturiana. A) Los bereberes asentados en Galicia, desanimados por las malas cosechas, están moviéndose hacia el sur para disputarle a los sirios tierras andaluzas. B) El imperio árabe teme más la amenaza de los francos en el norte y concentra allí su esfuerzo. De hecho, ejércitos de Carlomagno penetraron por la actual Cataluña y, al regresar, su retaguardia fue vencida en Roncesvalles, sirviendo de tema al célebre canto de gesta francés La Canción de Rolando. Todo parece ir por buen camino en el nuevo reino y bajan la capital a Oviedo, donde los montes los siguen protegiendo como muro de separación.
Sin embargo, en el último tercio del siglo parece que han perdido el camino, reyes incompetentes —entre ellos dos mestizos, hijos de madre mora, Silo y Mauregato— abandonan la reconquista y aceptan someterse ofreciendo como tributo cien doncellas. Las doncellas no impidieron que Oviedo fuese incendiada.
Siglo IX
Cerca de la antigua ciudad romana Iria Flavia, en la esquina noroeste de España, el pueblo venera un sepulcro donde cree descansa el cuerpo del apóstol Santiago. El lugar se convierte en Compostela (Campo de la Estrella), al que llegan peregrinos procedentes de todas partes de Europa. El Camino de Santiago atraviesa todo el norte español y pone a sus gentes en contacto con otros pueblos y culturas de Europa. Más trascendente aún, Compostela reafirma la identidad cristiana del reino, da un nuevo motivo de lucha y asegura un poderoso compañero de batalla: Santiago está con ellos.
La Crónica General de Alfonso X el Sabio cuenta la aparición del apóstol Santiago al rey Ramiro I, en la batalla de Clavijo (822). Así habló el apóstol al rey:
"N. S. Jhesu Cristo partió a todos los otros apóstoles, mios hermanos et a mí, todas las otras provincias de la tierra, et a mí solo dió a España que la guardasse et la amparasse de manos de los enemigos de la fe... Et por que non dubdes nada en esto que yo te digo, veer'medes cras (mañana) andar y en la lid, en un cavallo blanco, con una seña blanca et grand espada reluzient en la mano."
Y el poema del Cid nos dice a quién llamaban los unos y los otros a la hora del combate:
"los moros llaman: ¡Mafómat!, e los cristianos: ¡Santi Yagüe!"
Asturias retoma la ofensiva en las tierras del valle del Duero. Se van repoblando antiguas ciudades como León, Astorga, Amaya, Oporto, Zamora, Toro, Simancas; son mozárabes los que se asientan en ellas y hacen que el nuevo reino parezca hispano-visigodo. Acontecimientos paralelos, como las grandes rebeliones de mozárabes y de muladíes, favorecen a Asturias, que no solo las aprovecha sino que las fomenta.
El conde de Barcelona, Vifredo el Velloso (873-898), cuya preeminencia era reconocida por los otros condes catalanes, se independiza del reino franco: y ya son dos las unidades políticas nuevas en la península, el Reino de Asturias y el Condado de Barcelona.
Siglo X
Aunque es el siglo de mayor poder militar de los árabes en España, los asturianos no temen prescindir del muro protector de las montañas y trasladan su capital a León, en la meseta interior del país y el reino comienza a llamarse también Reino de León. Ramiro II incluso se aventura a tratar de ayudar a los mozárabes toledanos y, aunque no logra liberar Toledo, se apodera de Madrid.
Los vascos habitaban en los montes Pirineos y defendían su autonomía triplemente amenazada por los árabes desde el sur, los francos por el norte y el reino de Asturias o León en el oeste. El primer rey vasco de que se tiene cabal información es Sancho I (905-921). Con él entra a la historia el reino de Navarra del que Pamplona es la capital.
A pesar de la seguridad que pareció percibir Asturias, el rey de Navarra, Sancho Garcés, se siente tan amenazado por los ataques de Almanzor, que le ofrece a su hija. Almanzor "la aceptó gustoso, la tomó por mujer y ella islamizó, siendo entre las mujeres de las mejores en religión y en hermosura". En 993, el rey Bermudo II de León "envió su hija Teresa al caudillo musulmán, el cual la recibió por esclava y después la emancipó para casarse con ella".(4) En 997 Almanzor entra triunfante en Galicia, arrasa Compostela —sin tocar la tumba de Santiago— y hace que prisioneros cristianos lleven las campanas hasta la mezquita de Córdoba. Dos siglos más tarde, Fernando III el Santo las devolverá a hombros de prisioneros moros.
Siglo XI
Sancho III de Navarra (1000-1035) expande considerablemente sus dominios hacia el oeste, este y sur. Aunque no logra satisfacer su ambición de convertirse en rey de toda la península, hace de Navarra el reino cristiano más poderoso de su tiempo. Al morir divide el reino en cuatro: a García, el hijo mayor, deja la parte que se seguirá llamando Navarra; a Fernando deja Castilla, comienza el Reino de Castilla; a Ramiro deja Aragón, comienza el Reino de Aragón, y a Gonzalo deja los condados de Sobrarbe y Ribagorza.
Fernando I de Castilla (1035-1065) resultó un gran batallador e hizo que su nuevo reino aventajase a los demás. Derrotó primero al rey de León y juntó los reinos de León y de Castilla. Derrotó a su hermano don García y le arrebató parte de los dominios de Navarra. Derrotó a los moros, primero en el oeste, después cruzó el Tajo y se apoderó de la parte norte del reino de Toledo. Los reyes moros de Zaragoza, Toledo, Badajoz, también los más lejanos como el de Sevilla, le rindieron vasallaje pagándole tributo. Al morir, divide el reino dejando Castilla a su primogénito Sancho, León a Alfonso y Galicia a García.
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, había sido educado en la corte del rey Fernando junto al príncipe don Sancho. Cuando Sancho se convierte en rey, el Cid es su hombre de confianza.
Sancho derrota a su hermano Alfonso, quien huye y se refugia en el reino moro de Toledo. En Galicia derrota también a su hermano García, quien se refugia en el reino moro de Sevilla. Cuando sitiaba Zamora, ciudad de la que tenía señorío su hermana Doña Urraca, fue asesinado.
Alfonso, el vencido rey de León y exiliado en Toledo, es ahora aceptado como rey de León y de Castilla. El conocido y muy antiguo Romance de la Jura en Santa Gadea de Burgos presenta al Cid exigiendo a Alfonso jurar que no tuvo parte en el asesinato de su hermano.

Con Alfonso VI Castilla logra la hazaña de la reconquista de Toledo, la antigua capital del reino hispano-visigodo (1085). El rey concede privilegios a los que se asienten en las tierras liberadas que van quedando atrás. Los pobladores no son mozárabes, como aconteció en las primeras expansiones de Asturias y León, son gallegos, astures, cántabros, vascos que reactivan las ciudades castellanas de Ávila, Arévalo, Segovia, Guadalajara, Alcalá, Madrid y, al otro lado de la frontera leonesa, Zamora, Salamanca, Plasencia. De entonces son los primeros concejos castellanos.
En esta labor de colonización y reconstrucción tuvieron parte grande monjes franceses de la orden de Cluny y de la orden del Cister. Los monjes de Cluny se dedicaron a la organización de pueblos y aldeas. Los del Cister establecieron sus monasterios en lugares apartados e hicieron de ellos verdaderas granjas de experimentación y enseñanza agrícola.
Los triunfos de Alfonso VI asustan a reyes taifas que buscan ayuda y refuerzos en el África. Por entonces dominaban el norte de África los almorávides, un pueblo particularmente fiero en combate y fanático en religión. En la batalla de Zalaca (1086) los almorávides, acompañados de moros hispanos, enfrentan al ejército del rey Alfonso reforzado con tropas aragonesas y cruzados franceses e italianos. A pesar del refuerzo, la victoria almorávide fue aplastante.
Esta victoria hace pensar a los almorávides que pueden llegar a ser los nuevos señores musulmanes y a los cristianos que pueden llegar a perder todo lo que han ganado. El Cid había sido capaz de defender y retener Valencia frente al ataque almorávide, pero también Valencia había caído tras la muerte del Cid. La amenaza la perciben incluso los señores de los Pirineos y bajan con ejércitos a apoyar a los reyes españoles. Uno de ellos fue don Raimundo de Borgoña, a quien Alfonso VI da por esposa a su hija doña Urraca y nombra gobernador de Galicia. Poco después, el primo de don Raimundo, Enrique de Borgoña, se casa con la infanta doña Teresa, hija bastarda de Alfonso y recibe en dote las tierras comprendidas entre el Miño y el Tajo con el título de Condado de Portugal. No se imaginaba el rey castellano que con esos nombramientos estaba comenzando a trazar la línea que más tarde dividiría el mapa de la península ibérica en dos partes, Portugal y España. Sólo cuarenta años después —tras muy complicada urdimbre de intrigas y guerras en las que intervienen don Raimundo y don Enrique de Borgoña, doña Urraca y doña Teresa, el rey de Castilla y el de Aragón— el hijo de Teresa y Enrique, Alfonso Enríquez, inicia el reino de Portugal.
La dureza religiosa de almorávides y de almohades provoca una reacción también religiosa entre los cristianos: sienten su lucha como guerra santa contra enemigos de la fe cristiana. ¡No es giro de España solamente! ¡Europa alienta el hervor religioso de la Reconquista española! Es la época de las Cruzadas y de la Ordenes Religiosas Militares.
Siglo XII
Encomendar a las Ordenes Religiosas Militares la custodia de las largas zonas colindantes con dominios musulmanes, parece que fue un acierto militar, pero acierto con consecuencias económicas y políticas a largo plazo. En las extensas regiones de la meseta sur, las Ordenes Militares abandonaron el sistema de colonización que se venía usando desde el norte, basado en comunidades agrícolas políticamente autogobernadas. También abandonaron las técnicas agrícolas desarrolladas por los moros y establecieron un sistema de grandes latifundios dedicados al pastoreo.
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Ordenes Religiosas Militares Estas Ordenes Militares estaban formadas por caballeros cristianos que añadían a los tres votos religiosos, de castidad, pobreza y obediencia, la obligación de luchar militarmente contra los infieles. Comenzaron durante las Cruzadas. Las más famosas fueron las de los Caballeros Templarios y la de los Caballeros Hospitalarios. Los primeros recibieron su regla de San Bernardo y llegaron a conocerse como "templarios" porque el rey de Jerusalén les dio alojamiento en el lugar donde antes había estado el templo de Salomón. El nombre de "hospitalarios" se debe a que esta orden comenzó dedicándose a la atención de los hospitales. Algunas de estas Ordenes Militares tuvieron carácter regional, como la de los Caballeros Teutónicos, que operaba en las fronteras orientales del mundo católico, y las de la Península Ibérica, consagradas a la Reconquista: entre étas estaban las órdenes de Calatrava, Alcántara y Santiago, en Castilla; las de Avís y de Cristo, en Portugal; la de Montesa, en Aragón. |
Los reinos de Navarra y Aragón, unidos desde el siglo anterior, fueron dados en herencia a las Órdenes Religiosas Militares, en 1134, por disposición del rey en su testamento, como reparación de sus pecados. Ni Navarra ni Aragón aceptaron tan extraña voluntad. Aragón encontró a su nuevo rey en un monasterio, Ramiro II el Monje, hermano del fallecido Alfonso. Navarra elige a García Ramírez. Veintisiete años más tarde, al morir Alfonso VII, se separan los reinos de León y de Castilla. La tendencia parece ser a la dispersión, pero Ramiro II el Monje casa a su hija de dos años con el conde catalán Ramón Berenguer IV y renuncia a la corona en favor de la niña y de su yerno (1137), dando a Cataluña y a Aragón una unión que durará hasta finales del siglo XV y que determinará la historia de Aragón proyectándola hacia el norte y hacia el Mediterráneo.
Aunque Cataluña se había extendido hacia el norte y sus dominios en la actual Francia llegaron a ser tan extensos como los que tenía en España, Ramón Berenguer IV y sus sucesores ampliaron el reino también hacia el sur, contribuyendo grandemente a la Reconquista.
En este siglo encontramos que los pueblos habían venido haciendo lenguas nuevas además de reinos nuevos, habían venido transformando el latín de los romanos en nuevas lenguas —hijas de él— que llamamos lenguas romances. Es imposible precisar cuándo el latín deja de ser latín y se convierte en lengua romance, pero sí podemos decir que las lenguas romances de la península ibérica comienzan a tener mayoría de edad, comienzan a ser tenidas como lenguas cultas, en la época en que ahora estamos detenidos. Tres lenguas romances dominan en la Península y llegan hasta nuestros días: el galaico-portugués, el castellano y el catalán. El primero se desarrolla en el occidente con íntimo influjo de la tradición mozárabe y visigoda y muestra su primera mayoría de edad en poesía lírica; tanto así, que los de habla castellana lo prefirieron por un tiempo para expresarse líricamente. Este recurrir a otra lengua para la expresión lírica se dio también en Cataluña, donde el preferido fue el provenzal, más cercano a ella. El castellano se distanció de los modos mozárabe-visigodos por influjo del vascuence y aflora ahora como lengua culta en poesía épica para exaltar las virtudes y las gestas de sus héroes guerreros. El Poema de Mío Cid, el más importante de los cantares de gesta con que inicia la literatura castellana, escrito entre 1135 y 1175, presenta a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, como el caballero honesto que siempre hace justicia entre los que no la hacen, moros o cristianos. Así se estrena la expresión de España.
De esta época es también una extraordinaria contribución de lo que entonces era España al resto de Europa: la Escuela de Traductores de Toledo. La inicia Don Raimundo (1125-1151), uno de los muchos obispos franceses que entonces existieron por la presencia de monjes de Cluny y del Cister. Su propósito era traducir al latín, para beneficio de Europa, todos los libros que contenían la sabiduría del mundo árabe, los de medicina, astronomía, matemáticas, filosofía, etc. Quien se empeñe en ignorar las complejidades de la historia pudiera llamar contradicción a que los monjes de Cluny, grandes impulsores de las cruzadas, se interesasen en traducir para bien de Europa la sabiduría árabe. El caso es que la Escuela tuvo tal repercusión que a ella llegaban y en ella trabajaban juntos, sabios de todas partes como el italiano Gerardo de Cremona, los ingleses Abelardo de Bath y Daniel Escoto, el alemán Herman, el judío español Juan Hispalense, el mozárabe Domingo Gundisalvo, y mucho más. En el siguiente siglo, bajo los reinados de San Fernando y de Alfonso X el Sabio, la Escuela de Traductores también traducirá obras árabes al castellano y los traductores serán predominantemente árabes y judíos españoles.
Pero volvamos a las otras gestas, las de la Reconquista.
Siglo XIII
Siglo decisivo con la victoria de Navas de Tolosa (1212), en la que participaron todas las fuerzas cristianas. Alfonso II y Sancho II de Portugal extienden su reino hasta el límite suroeste de la Península. León y Castilla se juntan de nuevo bajo el reinado de Fernando III el Santo, llevan la guerra a Andalucía y reconquistan incluso Córdoba y Sevilla. Fernando III muere cuando se preparaba a trasladar la guerra a tierra africana (1252). Aragón y Cataluña, con Jaime I, se apoderan de las Islas Baleares y emprenden la reconquista del reino de Valencia, campaña de 21 años a la que el Papa Gregorio IX dio carácter de cruzada. Finalmente, Jaime I completa su labor tomando Alcira, Játiba y Biar. Para 1270, solo Granada y partes de Huelva quedan bajo control moro. Pero la reconquista se paraliza.
En adelante el ímpetu de Portugal mira al Atlántico, el de Aragón con Cataluña, al Mediterráneo. Castilla queda sola y entorpecida por la maraña de luchas intestinas. El siguiente acto de la Reconquista no será sino dos siglos más tarde, a finales del XV.
Su cultura política al comenzar la Era Moderna
La larguísima experiencia de invasiones —que dejan de ser tales pues se convierten en presencia permanente de pueblos y culturas nuevos, a los que primero se resiste y luego se acepta en actitud de asimilación y aprendizaje que dura siglos, sólo para comenzar de nuevo cuando otro pueblo quiere hacer de la Península Ibérica su nuevo lugar— sin duda, ha ido depositando en los habitantes riquezas de modos humanos que no se hubiesen adquirido de otra forma, pero, el hecho de que la raza de los gobernantes cambiara de tiempo en tiempo parece haber dejado en la conciencia colectiva del español un sedimento de desconfianza, una hipersensibilidad a la amenaza de pérdida de autonomía y una actitud ambigua frente al rey o autoridad central.
El español acepta la autoridad central, pero desconfía. La acepta, pero la esquiva o la distancia con recelo. Cuenta el Poema del Mío Cid que, cuando camino al destierro El Cid atraviesa la ciudad de Burgos acompañado de sesenta pendones, mujeres y varones miran pasar el doloroso desfile y comentan:
"¡Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor!"
La libertad se afinca en la vida municipal
A finales de la Edad Media, la libertad española, a diferencia de la inglesa, no está atrincherada en los cuerpos representativos del gobierno central, sino que hinca sus banderas en la orilla primera de la libertad ciudadana, en la vida municipal, en la vida de las pequeñas ciudades y villas del norte español. Pareciera que aquellos hombres medievales intuían, desde entonces, lo que siglos después diría Tocqueville: "Es el hombre quien hace los reinos y crea las repúblicas; el municipio parece salir directamente de las manos de Dios... Es en el municipio donde reside la fuerza de los pueblos libres."
En aquellas villas y ciudades había autogobierno. Los cabildos eran organismos electos por el pueblo y actuaban en su nombre. Ser electo al cabildo era asunto de prestigio, y los pretendientes y sus partidarios pujaban animosamente, a veces tumultuosamente, tanto así que, años más tarde, las disputas dieron excusa a los Reyes Católicos para substituir las elecciones municipales con nombramientos reales. La reacción fue de amargura y de protestas. El levantamiento armado de los "comuneros" del Reino Castilla (1520-1522), durante los primeros años del reinado de Carlos V, fue un intento de recuperar la independencia municipal e incluso de tener real representación en las Cortes; los levantados en armas llegaron a ser el gobierno de importantes ciudades castellanas, como Valladolid, Tordesillas y Toledo.
Las Cortes interesan menos y no son representativas
Las Cortes eran una agencia del gobierno central que el español aceptaba con indiferencia, con desconfianza, con distanciamiento. Para entender mejor su actitud, recordemos la distinción hecha por Tocqueville entre "centralización administrativa" y "centralización gubernamental". Ya señalamos que la actitud española frente a la centralización administrativa era de abierto rechazo, porque la dirección de las cosas que incumben sólo al lugar corresponde a los hombres del lugar. Sin embargo, de cara a la centralización gubernamental —la de asuntos comunes a todas las municipalidades, villas, ciudades y grupos, donde ponerse de acuerdo significaba que cada parte limite voluntariamente su libertad— era de distanciamiento receloso. No negaba la existencia de asuntos pertinentes a todas las comunidades ni la conveniencia de una autoridad central para atenderlos, pero ni los asuntos comunes ni la autoridad central arrebataban su imaginación o eran causa de entusiasmos.
Durante los largos siglos de la Reconquista sólo la Reconquista pareció ser el proyecto incitador de uniones y de quehaceres comunes, aunque, tal vez, ni la Reconquista misma, porque, como vimos, de hecho fue más bien asunto de expansión de dominios personales. Por eso duró los ocho siglos que incomodan a Ortega y Gasset.
Las Cortes no fueron asambleas integradas por representantes genuinos de lo que se llamó los tres estados, el clero, la nobleza y los comuneros. La participación de los nobles y clérigos era irregular e incierta. La de los comuneros o estado llano, estaba reducida a las villas y ciudades con "derecho" a enviar procuradores, pero "derecho" no propio, sino otorgado por los reyes. Las Cortes tenían carácter de privilegio, no se depositaba en ellas el ejercicio de la libertad y de la autodeterminación. Presentaban protestas, solicitaban reformas, autorizaban subsidios a la corona, incluso promulgaban leyes, pero no se las tenía como la instancia primaria para poner límites a los reyes.
Cuando los Reyes Católicos sentaban las bases de la monarquía absoluta, las Cortes fueron convocadas muy pocas veces. En cambio, durante el apogeo del absolutismo español, Felipe II las llama con frecuencia. Para entonces no eran más que la asamblea que dejaba constancia de la voluntad del rey.
¿Preparada para la "modernidad"?
Una de las consecuencias del surgimiento de reinos nuevos en el norte de la península y de su expansión por todo el territorio, fue la exaltación de la función y de la figura del rey. Exacta y simultáneamente, lo opuesto ocurría en el resto de Europa con los crecimientos y decrecimientos de los varios poderes políticos, pues su resultado fue la pérdida de importancia de la figura del rey y la creciente aceptación del sistema feudal con su elástica relación de vasallaje e independencia. Europa se acercaba a la Edad Moderna con sus señores fortalecidos, en cambio, el señor hispano —caballero, eclesiástico o comerciante— va mal equipado a la confrontación con la monarquía absoluta. De hecho, la primera monarquía absoluta importante fue castellana y aragonesa.
Otra deficiencia para la modernidad, tal vez más profunda, más trascendente —aunque relacionada con la anterior— es lo que se llamó la hidalguía: creer que el hombre vale por ser fijo d'algo, hijo de algo. La mente occidental tendía y tiende a valorar al hombre más bien por lo que hace. Los títulos con que Homero exalta a sus héroes son títulos de acción: Agamenón es "pastor de hombres"; Aquiles es "el de los pies ligeros"; Diomedes es "domador de caballos". Los títulos nobiliarios del occidente medieval son también de acción: barón era, entre los germanos, el hombre libre sobresaliente en el combate; conde (comes) era el que acompañaba al rey en el palacio y en la guerra; duque (del latín duccere, guiar) era el que guiaba, el adalid; marqués (del provenzal) era el que estaba en la marca, en la frontera. Creer que el valor y la dignidad del hombre es asunto de linaje, parece más bien semita: recordemos las largas listas de filiaciones o de paternidades en la Biblia.
Los "cristianos" que expandían sus reinos y convivían con moros y judíos, fueron tomando de éstos palabras, saludos, formas de vestirse, costumbres. Hubo reyes cristianos que se enterraron con vestimentas árabes. Una de las costumbres asimiladas parece haber sido darle importancia al linaje, costumbre que, entre los "cristianos", llegó a significar ser descendiente puro de los montañeses del norte y ser "cristiano viejo", no "converso".
No obstante, los cristianos y los mahometanos se disputaban el control político-militar de las regiones. El formidable ímpetu guerrero de los cristianos les fue asegurando el señorío y llegaron a creerse una raza llamada exclusivamente a eso, al señorío y a las gestas de guerra, mientras los mahometanos quedaban circunscritos a las otras funciones sociales que ya de antes también hacían, la labranza del campo, la manufactura, la medicina, la educación; aunque nunca olvidaron el sueño de retomar el dominio político. Un texto del siglo XV dice: "el tiempo se acerca... Se ensañará Allah... sobre ellos, los adoradores de la cruz, y prenderles an sus algos (bienes) y sus casas y sus muxeres..."(5) . Todavía a comienzos del siglo XVII, cuando se les llamaba "moriscos", conspirarán con gentes del África y de Francia para retomar el poder.
Los judíos, por el contrario, no pretendían el poder político directo, pero sí buscaban y alcanzaban posiciones de prestigio y gran influencia, no sólo como comerciantes exitosos sino también como consejeros, como educadores de príncipes y como administradores de las riquezas de los reinos.
Si hubiesen sido capaces de valorar la tolerancia por encima del sentido de linaje (hijo d'algo) presente en los tres grupos, si hubiesen sido capaces de convertir en práctica y costumbre voluntaria lo que tal vez se hacía sólo por necesidad, los tres grupos hubiesen hecho de la península ibérica pilar poderoso de respeto a la persona humana y de la futura democracia. Pero fue al revés y la península llegó a ser torreón de intolerancia.
Símbolos del cambio de tolerancia a intolerancia son los epitafios de los sepulcros del rey castellano Fernando III el Santo y de los Reyes Católicos. El del primero está escrito en cuatro lenguas: latín, castellano, árabe y hebreo; enumera los reinos de los que fue señor: "Castilla, Toledo, León, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén", y exalta sus virtudes: "el más fiel, recto, generoso, justo, valeroso, sabio, poderoso, misericordioso, el más humilde ante Dios y el más grande en su servicio..." Dos siglos y medio después, el epitafio de los Reyes Católicos, en la Capilla Real de Granada, está escrito sólo en latín y no menciona sus dominios, ni la unificación de España bajo sus cetros, ni el descubrimiento de América. Lo único que inmortaliza a los Reyes Católicos, según piensan las autoridades que mandaron a hacer el epitafio, es que "postraron a la secta mahometana y extinguieron la herejía pertinaz".
El mal venía encubando tiempo atrás, tanto que los reyes sintieron la necesidad de proteger a mudéjares y a judíos.
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Mudejar Mahometano que vivía entre cristianos sin verse obligado a cambiar de religión. |
Ante la envidia de los cristianos por el éxito de las ferias agrícolas de los moros, Fernando III el Santo les otorga el privilegio de continuarlas. Frente a la idea de muchos cristianos de que no era obligatorio pagar las deudas a acreedores judíos, Alfonso X el Sabio impone penas a los morosos; después, para calmar las protestas, puso límites a los intereses que cobraban los judíos.
Sin embargo, estas protecciones van a ir desapareciendo. Durante el reinado del hijo de Alfonso X se suspende la jurisdicción propia de que gozaban los judíos; se establecen limitaciones en las relaciones entre cristianos y mudéjares, y se prohíbe que éstos desempeñen cargos públicos; en el siglo XIV, cuando Enrique de Trastamara invade Castilla desde Francia para quitarle el reino a su hermano don Pedro, Enrique saquea las comunidades judías de Nájera, Miranda del Ebro y Toledo; la reina doña Catalina, de la casa inglesa de Lancaster, cuando es regenta del reino durante la minoría de edad de su hijo, ordena que moros y judíos vivan en barrios separados de los cristianos y usen vestidos y peinados que los distingan de los cristianos.
Después aparecieron los decretos que obligaron a escoger entre convertirse al cristianismo o salir expulsado del reino; también aparecieron los requisitos necesarios para probar la "pureza de sangre". Paradójicamente, la jactancia de la "pureza de sangre" llevó a una generalizada secreta inseguridad: los inseguros eran los que más alardeaban de su pureza de sangre y los más intolerantes con los sospechosos.
La vana gloria llevó a más inseguridades y a una pobre preparación para el futuro: las labores del campo, la artesanía, la producción, el comercio, eran "cosas de moros y judíos", no de "señores cristianos". El caballero cristiano ponía su bravura y sus armas al servicio de causas nobles y desinteresadas, causas "hidalgas" y no "plebeyas", causas altas y no pedestres. Cuantas más leyes y decretos discriminantes, mayor la inseguridad secreta, mayor la abstención de esos quehaceres.
Mientras otros, en Europa, daban importancia a la invención, a las finanzas, al comercio, a la industria, el castellano menospreciaba esas actividades como inapropiadas para la hidalguía. Lo que en verdad era inapropiada era su preparación para un mundo que, aunque lo hacían también con guerras, en verdad surgía de un nuevo intercambio humano de ideas y de bienes.
La forma en que se organizó la colonización de las extensas tierras, retomadas al moro en el último gran empuje del siglo XIII, presagia este mal. Castilla, siguiendo la costumbre de las Ordenes Militares, dividió las tierras andaluzas en grandes latifundios y los repartió entre los señores guerreros del norte quienes desde el norte los usaron para el pastoreo y no para la agricultura, sin el complemento y contrapeso económico, social y político de la burguesía existente en las ciudades y poblados del norte, y sin una flota de barcos que llevase sus productos a los mercados europeos.
En cambio, las tierras de Valencia fueron pobladas por caballeros catalanes que se establecieron en ciudades y villas cercanas a las tierras recibidas y por campesinos catalanes que convivieron con árabes y aprendieron de ellos las técnicas del cultivo de huertas, mientras barcos catalanes transportaban los productos a otros puertos del Mediterráneo. La corona aragonesa promovió entre los nuevos pobladores el desarrollo de gobiernos locales autónomos, similares a los que existían al norte de Aragón y Cataluña. El resultado fue que el reino de Aragón se expandió con vigor por el Mediterráneo y los futuros intereses de la corona española en Nápoles y en Italia tuvieron su origen en esa expansión aragonesa.
Pero la España imperial será castellana.
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El Imperio Español
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En el siglo XIV, a pesar de las pestes que azotaron toda la península, Portugal acrecienta su proyección atlántica en estrecha colaboración de monarcas y burgueses de los puertos. Igual hace Aragón en el Mediterráneo, también en colaboración con la burguesía catalana, aunque a finales del siglo, levantamientos agrarios y disturbios urbanos crean inseguridad, ahuyentan a las comunidades judías, mientras la piratería dificulta grandemente el comercio marítimo. En 1410 muere Martín el Humano sin dejar heredero directo. Hasta dos años después se reconoce como sucesor legítimo al castellano Fernando de Antequera. El nuevo rey arregla el matrimonio de su hijo, también Fernando, con la hermana del rey de Castilla, Isabel.
Para ese tiempo hay buenos y malos augurios para Castilla. La población ha aumentado porque las pestes allí fueron menos dañinas; también ha aumentado la exportación de lana a centros comerciales europeos como Brujas de Flandes; En 1460 se funda en Cádiz el colegio de pilotos vascos del que salen reconocidos navegantes y castellanos se aventuran en expediciones comerciales y militares en el África, unas veces compitiendo con Portugal y otras en alianza con ese reino. Los malos augurios giran alrededor del gobierno: por un lado se habla de excesiva injerencia de moros y judíos, por otro se dice que la moral de la corte es escandalosa.
El rey Enrique IV, divorciado de Blanca de Navarra por no haber tenido hijos, se casa con doña Juana de Portugal quien da a luz a otra Juana. Crisis en la que están en juego la sucesión de la corona castellana, los intereses de Portugal, los intereses de Aragón y el destino mismo de Castilla. Aunque unas Cortes castellanas reconocieron a la hija Juana como sucesora, el arzobispo de Toledo y la mayoría de los nobles, la rechazan argumentando que no es hija del rey y la llaman la Beltraneja porque su padre es, aseguran, don Beltrán de la Cueva. Por otro lado, los nobles quieren que el heredero sea el hermano del rey, pero este hermano muere y, entonces, los nobles piden a la hermana del rey, Isabel, la que está prometida al que va ser rey de Aragón. El asunto se complica porque el rey de Portugal pide la mano de Juana "la Beltraneja", celebra sus esponsales en Placencia y concentra sus tropas en la ciudad de Toro. ¿Se irá Castilla con Portugal hacia el Atlántico, o se irá con Aragón hacia el Mediterráneo? Tras diez años de conflicto, Isabel es confirmada reina de Castilla.
Aunque oficialmente siguen siendo reinos independientes, Aragón y Castilla tienen ahora reyes comunes, los Reyes Católicos. Es el comienzo de la unificación de España. ¿Por qué y para qué Isabel y Fernando lograron lo que antes otros intentaron? Los descendientes de los montañeses del norte del siglo VIII están sin quehacer pues ha terminado la Reconquista. ¿Qué se hace con la paz? Don José Ortega y Gasset interpreta que la unión lograda por los Reyes Católicos fue para dar a los hidalgos cristianos un nuevo quehacer, "para lanzar la energía española a los cuatro vientos, para inundar el planeta, para crear un imperio aún más amplio."(6)
El alcance de los sueños expansivos de los Reyes Católicos parece manifestarse en la política exterior de los enlaces matrimoniales de sus hijos. Portugal, navegando con audacia en el Atlántico, costeando el África y descubriendo islas, está en la mira de los monarcas católicos. Primero casaron a su hija mayor, Isabel, con el príncipe portugués don Alfonso; muerto éste, casan a la viuda con don Manuel, primo y sucesor del rey. De este segundo matrimonio nace don Miguel, presunto heredero de las coronas de Castilla, Aragón y Portugal, quien también muere. La muerte anda tan ocupada en aquellos planes como los Reyes Católicos mismos: se lleva a Isabel, queda viudo don Manuel y los católicos casan con él a otra hija, doña María; de éste matrimonio nace otra Isabel, futura esposa de Carlos V, por quien Felipe II, bisnieto de los Reyes Católicos, tendrá derechos al trono portugués.
Para con el resto de Europa, la política exterior de los monarcas católicos sigue más la tradición aragonesa que la castellana. Castilla había sido aliada de Francia y hostil a Inglaterra. Aragón, en cambio, tenía conflictos con Francia. Porque Austria e Inglaterra eran rivales de Francia, Fernando e Isabel conciertan matrimonios con esos reinos. Casan a su hija Catalina con el Príncipe de Gales, Arturo y, muerto éste, con su cuñado, el futuro Enrique VIII de Inglaterra. En Austria la alianza es doble: el infante don Juan contrae matrimonio con la princesa austríaca Margarita; la infanta doña Juana (Juana la Loca) con el Archiduque Felipe (Felipe el Hermoso), hijo del Emperador Maximiliano. El hijo de estos será el Emperador Carlos V de Alemania y I de España.
Los Reyes Católicos no pensaban en pequeño. Comenzaron por asegurar la unión política española. Doblegaron con determinación a los nobles más destacados. Canalizaron hacia el ejército el espíritu de conquista y aventura de la pequeña nobleza. Convirtieron a las Ordenes Militares en especie de policía del reino. Introdujeron sus "corregidores" en los municipios hasta entonces independientes. Muy rara vez convocaron a las Cortes y más bien convirtieron a sus miembros en una suerte de funcionarios. Establecieron Consejos para la administración de diferentes asuntos: El Consejo de Castilla, el Consejo de Aragón, el Consejo de Hacienda y, descubierta América, el Consejo de Indias. Para asegurar la lealtad de estos consejos, los reyes los integraron con miembros de la nobleza baja, más proclive al acatamiento que los grandes señores.
Si la intromisión de los Reyes Católicos en los asuntos municipales fue impopular, su esfuerzo por establecer la unidad religiosa fue muy popular. Mientras los grandes señores civiles y eclesiásticos estimaban y aprovechaban los insustituibles servicios de los ricos y juiciosos judíos y de los diestros artesanos moros, entre las clases populares cristianas crecía la envidia y el resentimiento para con moros y judíos. Tal vez eso explique las dos tendencias existentes entre los eclesiásticos con respecto a la conversión de estos: el alto clero confiaba en la eficacia de la controversia intelectual mientras los frailes cercanos al pueblo querían conversiones forzadas y masivas. Argumentando razones de defensa de la fe, los Reyes Católicos obtuvieron del papa Sixto IV la autorización para establecer la inquisición como un tribunal simultáneamente religioso y real. Por real, sus miembros eran nombrados por los reyes y sus fallos escapaban de la apelación a Roma. Aunque el número de personas juzgadas y condenadas por la inquisición española ha sido vastamente exagerado, es difícil imaginar un instrumento más efectivo que este tribunal, religioso y civil a un tiempo, para asentar con solidez la monarquía absoluta.
Tomás de Torquemada, primer inquisidor general y proveniente él mismo de una familia de conversos, persuadió a los Reyes Católicos de la necesidad de expulsar del reino a los judíos que rechazasen el bautismo. 170.000 fueron expulsados. La intolerancia se tiene por virtud, y comienza España a empequeñecer voluntariamente su sector económico cuando su expansión territorial demandaba más y más recursos.
La toma de Granada (1492) tuvo consecuencias similares. Aprovechando luchas internas entre los moros, el rey Fernando los debilita ayudando unas veces a unos y otras a otros. Cuando por fin cae la última ciudad mora de la península, se concede a los vencidos libertad religiosa. Sin embargo, pocos años después, contra la opinión del arzobispo de Granada, Hernando de Talavera, quien propiciaba la educación como camino de conversión, el confesor de la reina, futuro Cardenal Cisneros, impone las conversiones masivas forzadas. Los moros se rebelan (1499-1500) y son vencidos de nuevo sin otra opción que convertirse o marcharse.
Cisneros, sin embargo, es personaje ilustre e ilustrado de su tiempo, por lo que nos sirve de ejemplo de cuán difícil es para nosotros enjuiciar lo que entonces se hacía. Cisneros era el confesor de la reina. Solo porque el Papa se lo ordena, acepta ser cardenal. Como obispo de Toledo restaura el rito mozárabe. Funda la Universidad de Alcalá, dirige la preparación de una Biblia en cuatro idiomas; cuando muere Felipe el Hermoso, los nobles castellanos lo nombran regente del reino; a la muerte de Fernando y mientras se espera la llegada del nuevo rey, el joven Carlos, vuelve a ser regente porque así lo dejó dispuesto el rey difunto; los nobles de Castilla y Aragón no quieren que su nuevo rey sea un extranjero, pero Cisneros, aunque tampoco simpatizaba con el hecho, logra que los castellanos reconozcan a Carlos; en cambio, los aragoneses se negaron a hacerlo hasta que personalmente Carlos jurara respeto a sus fueros.
El problema moro no quedó resuelto. Hay quienes dicen que a Carlos V le hubiese gustado borrar hasta el recuerdo de sus costumbres y de su lengua. En tiempos de Felipe II una terrible guerra desgarra el sur andaluz para poner fin a las rebeliones moriscas (1568-70); después de esa guerra, los moriscos de Granada fueron reasentados en grupos pequeños en poblados de cristianos viejos para facilitar su asimilación. El experimento tampoco resultó. Felipe III decreta una nueva expulsión general (1609-1611) que alcanza a unas 300.000 personas, la mitad de ellas de Aragón y de Valencia, empobreciendo otra vez al reino pero asegurando, supuestamente, para siempre la unidad religiosa.
Por ser los reyes los defensores de la ortodoxia, España tampoco conoció, durante este período, la sana separación de lo religioso y lo político. Separación sana para lo religioso y sana para lo político. Tampoco pudo, en consecuencia, desvestir a las autoridades políticas del manto religioso con que les gustaba envolverse.
Además de expulsar a los que más producían riqueza, el desdén por lo económico lleva a que los gremios artesanales exijan a sus miembros probar la limpieza de sangre. Lo único que importaba era la hidalguía. Pero, cuando España se expande a media Europa y a casi toda América y requiere de crecientes recursos económicos para financiar su expansión, no encuentra proveedores internos suficientes, los busca por fuera y se endeuda trágicamente.
En 1539 las fuerzas de Carlos V ya habían reprimido el movimiento de los Comuneros en España, ya habían derrotado en Pavía al rey francés Francisco I, también ya habían derrotado una coalición de Francia, Venecia, Florencia y el Papa Clemente VIII, e incluso habían saqueado a Roma; pero el estado debía 1.000.000 de ducados a los banqueros Fugger, Welser, Schatz y Spínola. En 1551 el Duque de Alba ya había vencido los ejércitos de príncipes protestantes alemanes e incluso había entrado victorioso a Wittenberg —cuna del protestantismo— pero el estado debía 6.800.000 ducados.(7) A Felipe II, después de la gloriosa batalla de San Quintín, le angustiaba no tener con qué pagar los sueldos de los oficiales del reino. A pesar de eso, continuó sus guerras contra Francia en defensa de la fe. El oro y la plata de América fueron hipotecados, pero fueron insuficientes. España no se enriqueció con sus conquistas. España se endeudó para hacerlas.
El Imperio fue extenso, pero empobreció a España. Incluso la empobreció demográficamente con las constantes guerras y con la migración a América. La tasa de reproducción de la población española durante la época era tan baja que uno de los argumentos usados a favor de la expulsión de los moros fue que éstos, por no entrar a los conventos ni enrolarse en los ejércitos, se reproducían más rápidamente que los "cristianos viejos". El doble empobrecimiento de España —el de dinero y el de hombres— debilitó necesariamente el Imperio.
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La España de América
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¿Cómo podemos decir que el imperio español se debilitó pronto cuando las colonias españolas en América siguieron unidas a España por más de tres siglos? Lo que España había hecho en América siguió siendo España. Los pobladores de las colonias españolas en el Nuevo Mundo eran y se sentían españoles. No pretendían, no se les ocurría pretender, ser otra cosa. El debilitamiento del que hablamos fue en su fuerza expansiva. Los Reyes Católicos habían concedido a Colón el gobierno de los territorios a descubrir, pero los abusos cometidos por los hermanos de Colón en la Española llevaron a los reyes a revocar la concesión y a dejar libre la exploración y conquista, con ciertas limitaciones establecidas en las capitulaciones que firmaban con los nuevos exploradores y conquistadores. En esas capitulaciones se daba a los conquistadores los títulos de Adelantados, Gobernadores y Capitanes Generales de los territorios que iban a conquistar.
Fernando el Católico pidió al Papa León X la creación del Patriarcado de las Indias, vinculado al arzobispo de Sevilla, al que quedarían subordinadas las diócesis que se fuesen creando. El desorden y las rivalidades entre los conquistadores indujo a Carlos V a dar a las colonias americanas un sistema administrativo y de gobierno más estable y eficiente: comenzó por el Consejo de Indias mismo al trasladarlo de Sevilla a Madrid y organizándolo mejor; estableció los virreinatos de México y Perú; el virrey fue, al principio, la máxima autoridad política, judicial y militar.
Después creó "las audiencias" para atender los asuntos judiciales: primero en Santo Domingo, luego en México, Panamá y Perú. La de Panamá pasó a depender de la del Perú, y en la jurisdicción de la de México, que incluía América Central y la Florida, se abrió otra llamada "de los confines", más tarde de Guatemala. Las Nuevas Leyes de Indias, de las que hablaremos en seguida, suprimen las encomiendas y el repartimiento de indios. La autonomía municipal, desaparecida en España, rebrotó en América con el nombre de cabildos. Los primeros fueron creados por los conquistadores mismos. Cuando el tema lo ameritaba, se convocaba a toda la población a lo que se llamaba cabildo abierto. Se crean los arzobispados de Santo Domingo, México y Lima. El emperador nombra Inquisidores Generales en ambos virreinatos. Los misioneros son los diseminadores del cristianismo y de la cultura. En 1538 se funda la Universidad de México, y en 1551 la de Lima. Un pariente de Carlos V funda en la ciudad de México el Colegio de San Francisco (1533) para enseñar a indios adultos oficios a la manera española. El obispo Juan de Zumárraga establece en Tlatelolco un colegio para enseñar latín, retórica, filosofía, música y medicina a jóvenes indios. Felipe II afina aún más las leyes y crea nuevas audiencias. En el virreinato de México añade la de Guadalajara; en el del Perú, las de Nueva Granada, Quito y Charcas (hoy Bolivia). Pero detengámonos un poco en las leyes y en la forma de gobierno. Las leyes Las leyes originales que supuestamente servían de cauce al avance descubridor, conquistador y colonizador, nos orientan en la comprensión del espíritu motor de aquella obra. Cuatro textos son los que se consideran más importantes: la Provisión General dada por Carlos V en Granada (1526), las Nuevas Leyes (1542), las Ordenanzas de Felipe II (1573), y la Recopilación de Indias (1680). El párrafo que presento a continuación es de las Nuevas Leyes.
"El que quisiere descubrir algo por mar, pida licencia a la Audiencia de aquel distrito y jurisdicción y teniéndola pueda descubrir y rescatar, con tal de que no traiga de las islas o tierra firme que descubriese indio alguno, aunque diga que se los venden por esclavos y fuese así, excepto hasta tres o cuatro personas, para lenguas, aunque se quieran venir de su voluntad, so pena de muerte; y no pueda tomar ni haber cosa contra voluntad de los indios si no fuere por rescate y a vista de la persona que el Abdiencia nombrare; y guarden la orden e instrucción que el Abdiencia le diere, so pena de perdimiento de todos sus bienes... el tal descubridor lleve por instrucción que en todas las partes que llegare tome posesión en nuestro nombre... el Abdiencia ha de enviar con cada descubridor uno o dos religiosos..." Una de las novedades de las Nuevas Leyes que más molestó a los españoles de América fue la prohibición de las encomiendas con las que, hasta entonces, el rey o los representantes del rey, habían premiado a descubridores y conquistadores.
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Las encomiendas Tuvieron su origen durante la Edad Media y fueron pensadas y utilizadas con provecho en el Sistema Feudal: cuando el rey o cualquier otra persona, no podía trabajar y defender su propiedad o parte de ella, la "encomendaba" a otro, quien se comprometía a defenderla y admministrarla. Este modo de transacción se utilizó en las colonias españolas de América para recompensar a los conquistadores "encomendándoles" tierras; con las tierras quedaban "encomendados" los indígenas que habitaban en ellas. Aunque los indígenas jurídicamente no eran esclavos del encomendero y este más bien estaba obligado a atender sus necesidades materiales y espirituales, la práctica se prestó a enormes abusos y por eso fue legalmente abolida por las Nuevas Leyes. |
Las Ordenanzas de Felipe II.
Además de pormenorizadas, insisten en establecer relaciones pacíficas con los indios y en dar importancia a la labor de los religiosos.
"Desde el pueblo que estuviere poblado en los confines, por vía de comercio y rescate, entren indios vasallos lenguas a descubrir la tierra, y religiosos españoles con rescates y con dádivas, y de paz procuren de saber y entender el sujeto, sustancia y calidad de la tierra, y las naciones de gentes que la habitan, y los señores que la gobiernan, y hagan descripción de todo lo que se pudiere saber y entender; y vayan enviando siempre relación al gobernador para que la envíe al consejo."
"Miren mucho por los lugares y puestos en que se pudiere hacer población de españoles, sin perjuicio de indios."
Respeto a las personas de los indios y a sus bienes.
"Los descubridores por mar o tierra, no se empachen en guerra ni conquista en ninguna manera, ni ayudar a unos indios contra otros, ni se revuelvan en cuestiones ni contiendas con los de la tierra, por ninguna causa ni razón que sea, ni les hagan daño ni mal alguno, ni les tomen contra su voluntad cosa alguna suya, si no fuere por rescate, o dándoselo ellos de su voluntad."
"Los que hicieren descubrimiento por mar o por tierra no puedan traer ni traigan indio alguno de las tierras que descubrieren, aunque digan que se les venden por esclavos, o ellos se quieran venir con ellos; ni de otra manera alguna, so pena de muerte, excepto tres o cuatro personas para lenguas tratándolas bien, e pagándoles su trabajo".
Cualidades que deben tener las personas que dirigen las expediciones.
"Las personas a quien se hubiere de encargar nuevos descubrimientos, se procure que sean aprobados en cristiandad, y de buena conciencia; zelosos de la honra de Dios y servicio nuestro; amadores de la paz, y de cosas de la conversión de los indios; de manera que haya entera satisfacción que no les harán mal e daño, y que por su virtud e bondad satisfagan a nuestro deseo, y a la obligación que tenemos de procurar que esto se haga con mucha devoción y templanza."
Además de las cualidades indicadas, los que dirigen las expediciones y los que las acompañan deberán hacerlo sometiéndose a las normas y leyes establecidas.
"Los descubridores guarden las ordenanzas de este libro, y especialmente las hechas en favor de los indios, y las instrucciones particulares que se les dieren; y éstas se les den convenientes y acomodadas a la calidad de la provincia y tierra adonde haya de ir."
Ordena que no se use el nombre de "conquista".
"Los descubrimientos no se den con título y nombre de conquista, pues habiéndose de hacer con tanta paz y caridad como deseamos, no queremos que el nombre dé ocasión ni color para que se pueda hacer fuerza ni agravio a los indios."
Las conquistas no deben financiarse con dineros del reino.
Aunque según el zelo y deseo que tenemos de que todo lo que está por descubrir de las Indias, se descubriese, para que se publicase el santo evangelio, y los naturales viniesen al conocimiento de nuestra santa fe católica, tendríamos en poco todo lo que se pudiese gastar de nuestra Real Hacienda para tan santo efecto; pero atento que la experiencia ha mostrado en muchos descubrimientos y navegaciones que se han hecho por nuestra cuenta, y con mucho menos cuidado y diligencia de los que lo van a hacer, procurando más de se aprovechar de La Hacienda Real, que de que se consiga el efecto a que van; mandamos, que ningún descubrimiento, nueva navegación y población se haga a costa de nuestra hacienda, ni los que gobiernan puedan gastar en ello cosa alguna della, aunque tengan nuestros poderes e instrucciones para hacer descubrimientos e navegaciones, sino tuvieren poder especial para lo hacer a nuestra costa."(8)
El gobierno
El gobierno de las colonias españolas en América tenía, en la península misma y por supuesto bajo el Rey, dos grandes instituciones, el Consejo de Indias y la Casa de Contratación. Al primero estaba encomendada la dirección de la administración política de las colonias y le correspondía proponer las órdenes que debían enviarse. A la segunda se confió la dirección del intercambio económico entre España y América. Puesto que la delimitación entre lo político y lo económico es difusa, la existencia de ambas instituciones se prestó a contradicciones, lo que una establecía era a veces derogado por la otra; la solución inevitable y constante era recurrir a la corona.

Ya en América, la suprema autoridad eran los virreyes, representantes personales de la persona del rey. Durante casi todo el período colonial existieron dos virreyes, uno en México y otro en el Perú, totalmente independientes el uno del otro. Bajo cada uno de estos virreyes estaban —teóricamente— los correspondientes gobernadores de provincias y capitanes generales. Los virreyes, además, presidían la Audiencia, organismo judicial supremo de cada virreinato. Aunque la posición de virrey era de indiscutible dignidad, su poder era limitado por las distancias y por disposiciones establecidas con la intención de limitarlo .
Los historiadores tienden a creer que la gobernación de las colonias de América fue deliberadamente organizada de forma que todos los funcionarios, incluidos los más altos, tuviesen su autoridad de alguna forma subordinada a otra persona o a otra corporación, para que, en definitiva, todo dependiese de las disposiciones del gobierno central de España.
La enorme extensión de la jurisdicción de los virreyes hacía imposible que estos pudieran hacer sentir su autoridad efectivamente en ella. Los del Perú conocían Lima y sus alrededores; Francisco de Toledo fue una excepción porque visitó Quito y Charcas. Igual pasaba con los de México, los que, tal vez de paso, conocieron algunos puertos de las Antillas y de América Central. Por esto y consecuentemente, los gobernadores disponían de muy amplia autonomía práctica en su propio distrito.
La autoridad de los virreyes también estaba limitada por el hecho de que el Consejo de Indias se comunicaba directamente con los gobernadores y les enviaba instrucciones sin pasar por los virreyes. Más aún, la práctica de apelar a España contra órdenes de los virreyes no sólo era permitida y usada sino alentada por las autoridades centrales. Ante la perspectiva de que sus órdenes pudiesen ser derogadas, los virreyes se abstenían de darlas.
Otras dos circunstancias inclinaban al virrey a contentarse con el prestigio del título sin tratar de hacer efectiva su autoridad. Una era el corto término de su nombramiento, lo que no le permitía darse a respetar y tener ascendencia moral sobre los pobladores. La otra era la norma llamada "residencia", que obligaba al virrey (y a cualquier otra autoridad) saliente a permanecer residiendo en el lugar hasta que no se terminase la investigación sobre su gestión. En las circunstancias descritas, es muy probable que los virreyes optasen por actuar poco para que la investigación de su gestión tuviese poco que examinar y fuese breve.
Durante los interregnos entre un virrey y su sucesor, que con frecuencia eran muy prolongados, los poderes del virreinato eran asumidos por las Audiencias de Lima o México. Quedaban fusionadas, entonces, en una sola agencia, las funciones judiciales y ejecutivas. La actuación ejecutiva de las Audiencias parecía encontrar particular deleite en desvirtuar cuanto el virrey anterior había hecho. Había, pues, rivalidad y hasta hostilidad entre los funcionarios judiciales y los virreyes, obstaculizándose los unos a los otros en el ejercicio de sus funciones. Aunque el virrey presidía las Audiencias, no tenía voto en ellas y con frecuencia no conseguía que las autoridades judiciales sometieran a juicio a los que violaban las disposiciones del virrey. Además, las Audiencias, como los gobernadores, se comunicaban directamente con el Consejo de Indias y con la Casa de Contratación.
A su vez, los virreyes debilitaban la actuación de las Audiencias porque en sus manos estaba ejecutar o no ejecutar las resoluciones judiciales. Durante las ausencias de un virrey, la discrepancia y rivalidad entre las autoridades judiciales y ejecutivas no mejoraba, pues entonces el conflicto era entre la Audiencia y los cabildos o concejos de cada municipalidad, bajo cuya jurisdicción estaba la policía de cada lugar. Uno de los resultados de todo este juego de poderes fue que casi no hubo poder coercitivo durante la colonia. Todo conflicto terminaba en apelación a España y, de apelación en apelación, las cosas iban quedando sin resolver.
La operatividad de los funcionarios gubernamentales se complicaba, aún más, con la especial posición que tenían las autoridades eclesiásticas. Dependiendo directamente del rey y estando, además, revestidos de la autoridad eclesiástica, los obispos tendían a intervenir en los asuntos temporales. La autoridad de los obispos entraba a veces en conflicto con la de los oficiales de la Inquisición y con la de las órdenes religiosas sometidas directamente al Papa.
En fin, el sistema de gobierno español en territorio americano era confuso y se prestaba a quedarse en una apariencia que encubría inoperancia. Es decir, aunque en teoría se vivía bajo una monarquía absoluta, la experiencia de hecho era la de ausencia de un gobierno central.
Los que cruzaban el Atlántico para vivir a este lado, sin embargo, no olvidaban su apego al gobierno municipal y organizaban cada nuevo poblado siguiendo su tradición. Posiblemente los primeros integrantes del cabildo eran nombrados por el fundador del nuevo poblado, pero a los siguientes los nombraban los pobladores. El gobierno central de España, en vez de tratar de impedir esta práctica, la fomentaba e incluso la ordenaba. Las dificultades de comunicación no permitían otra solución.
De esta forma, la España de América se ajustaba muy bien al molde mental español trabajado sobre el duro yunque de su difícil historia. Los españoles de América podían quejarse de las confusiones producidas por el sistema de gobierno, pero en el fondo estaban contentos con ese sistema, porque les permitía actuar con libertad en los asuntos locales. La España de América era muy española.
Independencia para ser España
Carlos V y Felipe II hubiesen podido derrotar cualquier intento de independencia de sus colonias en América. A Felipe III le hubiese sido más difícil y a Felipe IV probablemente imposible. Como hemos dicho, el núcleo del Imperio Español se debilitó rápidamente y, entre otras cosas, perdió el domino del Atlántico. El envío de ejércitos a través del océano hubiese requerido la anuencia de Holanda y sobre todo de Inglaterra, las nuevas potencias marinas. Pero Holanda e Inglaterra más bien hubiesen apoyado la rebelión de los españoles de América. No es pues la capacidad coercitiva de España la que impide la rebelión durante tres siglos. La rebelión no se da porque los españoles de América no tienen interés en hacerla: están fundamentalmente satisfechos con lo que son y tienen.
Y no era maravilla lo que tenían. Aunque los virreinatos de México y del Perú eran parte del reino, tan parte como, por ejemplo, Galicia o Navarra, los nacidos en América no eran iguales a los nacidos en España; pareciera que la limpieza de sangre comenzó a tener un nuevo requisito, el del lugar de nacimiento. El lugar también estableció diferencias en el comercio: se permitió el intercambio entre México y las Filipinas, también la exportación del mercurio peruano a otras partes del continente porque se usaba para refinar el oro y la plata; pero cualquier otro comercio sólo podía hacerse desde sitios aprobados por la corona y con puertos de España; un virrey del Perú fue depuesto por permitir a un barco procedente de las Filipinas descargar en un puerto del virreinato. Estaba prohibido el cultivo de productos que podían traerse de España; también importar libros para evitar el contagio de ideas. La publicación local de libros se hacía con control estricto de las autoridades eclesiásticas.
A pesar de todo, los españoles de América querían seguir siendo España. Algunos atribuyen esta persistente lealtad al influjo de la Iglesia. Este influjo es innegable pues la Iglesia estaba a cargo de toda la educación; los obispos eran también agentes del rey y al rey debían su puesto; los otros clérigos también miraban al rey si querían promociones. Pero este influjo no hace más que confirmar el lazo existente entre catolicismo y españolidad, tanto a nivel de gobernantes como de gobernados. Los gobernantes, para proteger la fe de sus súbditos, impedían que judíos y personas sospechosas de herejía viajaran a América; incluso los "conversos" y sus inmediatos descendientes eran excluidos. Los gobernados del virreinato del Perú protestaban y se quejaban de la presencia de judíos portugueses procedentes del Brasil durante la época en que Portugal y España estuvieron bajo la misma corona.
¿Por qué se independizaron, entonces?
Casi todo el siglo XVI español transcurre bajo Carlos V y Felipe II. Felipe III, Felipe IV y Carlos II, ocupan todo el siglo XVII. Aunque los cinco son de la austríaca casa de Habsburgo, parece que también se sienten españoles y, más importante, son tenidos como tales por los españoles. El tono lo había dado el primero de ellos quien llegó a identificarse tanto con la tierra de su madre que prefería, según cuentan, hablar castellano por ser la lengua "que Dios habla" y escogió retirarse al final de su vida en el Monasterio de Yuste, cerca de Plasencia. El cambio de siglo, del XVII al XVIII, coincidió con el cambio de casa reinante: Felipe V era de la casa de Borbón, nieto del rey francés Luis XIV, y borbones serán todos los siguientes reyes españoles.
Recordemos que Luis XIV, el Rey Sol, había logrado hacer de Francia un reino rico y poderoso con la introducción de mejoras considerables en la economía, en la administración pública y en el ejército. Muy pronto, en 1701, Luis XIV envía al economista Jean Orry para ayudar a su nieto con un estudio de la situación financiera del reino, y a Marie Anne de la Trémoïlle, princesa de Ursino, para asistir a la nueva reina como primera camarera y asegurar así las buenas relaciones entre la corte española y la francesa. Ambos se convirtieron en los verdaderos gobernantes. En 1713, Orry nombró, mediante un decreto real, nuevos miembros en los Consejos Reales y, un año más tarde, les quitó poder traspasándolo a ministros secretarios de estado al estilo francés, coordinados todos por un "veedor general" que era el propio Orry. Los gobiernos locales fueron también centralizados en 21 provincias, cada una con un intendente, bajo el veedor general.
Desde comienzos del siglo XVIII, por tanto, los reyes borbones emprenden cambios en las costumbres políticas españolas, costumbres que llevaban al menos dos siglos de existencia. También cambian las económicas: Felipe V abre los mercados de sus posesiones americanas a los comerciantes franceses para dar a sus habitantes la oportunidad de aprovisionarse más rápidamente de los bienes que necesitan, pero los españoles de ambos lados del Atlántico sospechan que se están sacrificando los intereses del reino para beneficio de Francia.
Las reformas de Carlos III (1759-1788) son las que más afectan a los españoles de América. Buen representante de los soberanos ilustrados de esa época, quiere mejorar la situación política, económica y social de sus súbditos. Para que el gobierno sea eficaz, crea nuevos virreinatos: el de Nueva Granada, con sede en Bogotá, y el del Plata, en Buenos Aires; establece como capitanías generales a Chile, Guatemala, Venezuela y Cuba; también modifica las demarcaciones jurídicas de las Audiencias para que controlen mejor a los tribunales inferiores. El propósito de las reformas es que el gobierno central se haga sentir entre la población. Nombra a criollos en los más altos puestos de la administración. Las leyes amplían el ámbito de la libertad, pero a la vez se procura que sean efectivamente cumplidas. Para que las colonias se desarrollen económicamente, promueve la libertad de comercio y la industria. Ya no es necesario el contrabando para obtener libros antes prohibidos y productos procedentes de otras regiones. Para que el trabajo diario no sea percibido como algo que deshonra, emite un decreto real anunciando a todo el reino que el trabajo es compatible con la hidalguía.
Paradójicamente, todas estas bien intencionadas iniciativas llevaron a los españoles de América a una conclusión contraria a la buscada por Carlos III: creyeron que eran para su mal, porque se abandonaba el modo español de vivir, organizarse y gobernarse, se abandonaba el modo que se había establecido desde los tiempos de gloria de Carlos V y Felipe II. Para poder seguir siendo España, algunos comenzaron a pensar en la independencia. La de los Estados Unidos, llevada a cabo por ese tiempo, seguramente reforzó sus inquietudes.
Paralelamente, las ideas que los hombres habían venido desarrollando a lo largo de los siglos y que habían llevado a los ingleses a ponerle límites a los reyes y a formas de gobierno representativas de los distintos intereses, y que ya habían llevado a los norteamericanos al establecimiento de la nueva democracia en la historia, también habían ido penetrando entre los españoles de España y América. Existían personas y grupos que promovían cambios y reformas para que lo español se abriese a la modernidad. Entre los de España sobresalía Melchor Gaspar de Jovellanos.(9) Aunque su número era relativamente pequeño, influyeron mucho al complicarse grandemente las cosas en Europa, en España y en América.
La versión francesa de esas ideas llevó, en Francia, a la Revolución Francesa, que acabó no sólo con la monarquía absoluta en el país sino con el sistema monárquico mismo; pero, al degenerar en política de terror, del que fueron víctimas también sus propios autores, se retrasó el final de la monarquía absoluta en otros reinos. Después de la Revolución, aparece Napoleón quien obligó al empobrecido reino español a participar al lado de Francia en guerras contra Inglaterra y a invadir Portugal con el propósito de dividirse ese reino entre Francia y España. Los ejércitos de Napoleón ocuparon Portugal y partes de la región norte española. Napoleón quería quedarse con esas partes y con todo Portugal. El favorito del rey Carlos IV, Manuel de Godoy, pensó que el reino no podía luchar contra el ejército francés y recomendó al rey huir a América como había hecho antes el rey portugués. Carlos IV salió de Madrid, pero en Aranjuez un grupo de españoles le cortó el viaje y trató de obligarlo a renunciar a la corona en favor de su hijo Fernando. Napoleón ordenó la toma de Madrid y, entre amenazas y promesas, convenció a Carlos IV y a Fernando a ir a Francia para conversar con él. En Bayona, el 5 de mayo de 1808, prácticamente prisioneros de Napoleón, Fernando fue forzado a renunciar a sus aspiraciones y Carlos IV a la corona. Napoleón nombró en su lugar a su hermano José Bonaparte. Tres días antes, sin embargo, el 2 de mayo, el pueblo de Madrid ya se había levantado contra los invasores y dado inicio a una guerra que no sólo expulsaría a Napoleón de España, sino que también sería fatal para el poder del emperador.
Una guerra, además, compleja. Fue, ciertamente, un rechazo patriótico al invasor, pero también tuvo una dosis de guerra civil porque, para un cierto número de españoles, la república francesa era modelo de lo que debía hacerse en España. "Afrancesados" llamaban a los que aceptaron y defendían al rey Bonaparte. Pero no fueron "afrancesados" todos los españoles que proponían cambios y reformas para el modo español. Jovellanos, por ejemplo, el más respetado de ellos, luchó contra Napoleón. Acababa de pasar cinco años preso en la isla de Mallorca a causa de sus ideas. Desde su prisión había rechazado el plan de unos amigos ingleses de rescatarlo con barcos de la armada de Inglaterra. La carta a los amigos ingleses explicando su rechazo decía: "seguro de que mi inocencia era tan conocida de la opinión pública como sentida de mi propio corazón, mi fuga a un país que entonces se llamaba enemigo habría podido perder este dulce sentimiento y la constante tranquilidad de espíritu que debo a él y que no pudo robarme el furor de mis opresores ni por un solo momento".(10) Liberado por orden de Fernando VII en 1808, regresa a la península y se une al pueblo rebelado.
El pueblo está en rebeldía, pero también está sin rey y sin gobierno. Surgen, entonces, comités locales y provinciales para gobernar en nombre del rey prisionero. Después crean una Junta Central, con sede en Aranjuez, a la que es nombrado Jovellanos. La Junta se concibe como regente, para mientras vuelve el legítimo rey. Los españoles de España se independizan del rey impuesto por Napoleón.
Igual pasa entre los españoles de América. En 1810, cuando la noticia del "nuevo rey" llega a Buenos Aires, los vecinos se reúnen en cabildo abierto para discutir el futuro del virreinato de La Plata. Unos argumentan que la autoridad sigue siendo el virrey existente. Otros, que el cabildo existente asuma temporalmente los poderes del rey Fernando. Otros, que el pueblo nombre una junta provisional para que gobierne por Fernando. Esta última propuesta era la de la mayoría y la junta fue nombrada. También en 1810 se nombran juntas provisionales en México y en Caracas para gobernar en nombre del rey prisionero. Como en Buenos Aires, no todos piensan igual. Para algunos, esta es la oportunidad de independizarse, total y definitivamente, del gobierno de España. Así comenzaron las guerras y los movimientos de independencia que, en general, no fueron antiespañoles sino muy españoles y entre españoles, y que muy pronto mostraron interesarse no sólo en la independencia frente al gobierno de la península sino también frente al gobierno de las juntas centrales virreinales: desde 1810, por ejemplo, Paraguay y Uruguay buscan la independencia del gobierno de España y del gobierno de Buenos Aires.
En España, la superioridad militar de los ejércitos franceses hace pensar que la lucha será larga, aunque es ya tan dura que Napoleón mismo llegó a España a dirigirla. Tras la caída de Madrid en diciembre, la Junta Central abandona Aranjuez y se va al sur, a Sevilla. En enero de 1810 comienza el ataque francés a Andalucía y la Junta se mueve a Cádiz. Allí, bajo el influjo de las nuevas ideas, la Junta decide revivir las Cortes españolas y por primera vez se invita a ellas a delegados de América, aunque las circunstancias de la guerra obligan a que sean personas entonces residentes en Cádiz o sus vecindades; igual sucede con los representantes de las otras regiones del reino. Los 184 diputados del estado llano dominaron a nobles y clérigos. Las Cortes en Cádiz redactaron la constitución española de 1812 —primera del reino— donde se reconoce el derecho de la nación a darse su ley fundamental, se establece la igualdad de todos frente a la ley y se exige que los decretos reales sean firmados también por un ministro responsable ante las Cortes.
Pareciera que ha terminado la monarquía absoluta en España y que, en adelante, cuando regrese el rey, estará sometido a la constitución. Pero es sólo una élite la que ha asimilado las ideas liberales. La mayoría continúa aferrada a las costumbres políticas tradicionales. Por eso, cuando Fernando VII regresa a España en 1814 y rehúsa someterse a la constitución, la mayoría lo apoya.
Las costumbres, como las montañas, se hacen y deshacen con gran lentitud. Los pensadores liberales españoles, sin embargo, volvieron a intentar la modernización de España en 1820. Su revolución fue seguida con gran interés por muchas personas de toda Europa pues significaba el final de una monarquía absoluta sin la barbarie del terror en que había caído la Revolución Francesa, pero fracasó por la intervención de las potencias de la llamada Santa Alianza en 1823. Más que el fracaso, importa aquí recordar el efecto que tuvo el intento en América.
Si los cambios introducidos por los reyes borbones se tomaron en América como abandono de la tradición española y la posibilidad de una monarquía constitucional llevó a pensar en la eventualidad de una independencia, la noticia de un rey Bonaparte ya fue demasiado. El sentido hondo de la independencia de la América española fue el de un desprendimiento para seguir siendo lo que se era, para seguir siendo España. Igual sentido tuvo la independencia de las colonias inglesas de América del Norte. Recordemos la sencilla explicación que dio el anciano Levi Preston, veterano del combate de Concord donde comenzó a derramarse sangre por la independencia de los Estados Unidos, cuando le preguntaron por qué había combatido: "siempre nos habíamos gobernado nosotros mismos, y queríamos seguirlo haciendo. Ellos no querían que lo hiciéramos."
Pero los norteamericanos habían venido haciendo su democracia como una costumbre propia de todos ellos y el único problema de fondo a resolver era el tipo de unión política que habría entre las colonias ya independientes. Los hispano-americanos, en cambio, querían mantener algo ya inexistente, algo que era más añoranza que realidad. Por eso, al desprenderse de España, hispano-américa cayó en una crisis de identidad política. ¿Con qué proyecto político común y concreto se intentaría dar forma estable a la convivencia? Miranda y Belgrano tuvieron un tiempo en sus mentes la idea de un gran imperio sudamericano bajo algún descendiente de los incas del Perú. San Martín creía tanto en la independencia como en el régimen monárquico. En México se pensó que Fernando VII podría llegar de España para ser rey de México sin las incomodidades de una constitución, y se nombró emperador a Iturbide. A Bolívar se le ocurrió que la Gran Colombia podía ser un protectorado inglés, y en la constitución que escribió para Bolivia puso un presidente vitalicio y un senado hereditario.
No tener un proyecto común de gobierno central era una manifestación más del español distanciarse de los asuntos comunes y de los gobiernos centrales de que hablamos antes. Recordemos que la unión de España no la habían hecho los españoles desde abajo sino los reyes desde arriba. Igual pasó con las naciones hispanoamericanas: fueron hechas también desde arriba por los nuevos "reyes", los caudillos, y las fronteras las establecieron en buena medida los alcances de los ejércitos de los caudillos, a semejanza de las fronteras de los reinos, antes de la unificación, establecidas o cambiadas según fuese la capacidad de los ejércitos. El español modo de desprenderse de España significó disgregación. Los caudillos —que fueron caudillos para hacer la independencia— hicieron también la disgregación. Ni Bolívar mismo, aceptado y aclamado por tantos en Sudamérica como "El Libertador", pudo evitar la disgregación. Por eso pensó al final de su vida que él y cuantos habían luchado por la independencia habían arado en el mar.
La democracia sobrepuesta
Los hombres ilustrados de la época juzgaron de buena fe que era lógico y natural dar a las nuevas unidades políticas una forma democrática y republicana, haciendo propio el modelo de Francia y de los Estados Unidos. Con encomiable dedicación y esfuerzo intentaron darse lo que creían eran buenas constituciones, pero no fueron más que un manto legal que encubría la crisis de identidad política sin darle solución.
La Comisión Redactora de la constitución de la República Centroamericana de 1824 dice en su informe a la Asamblea Nacional Constituyente: "Al trazar nuestro plan, nosotros hemos adoptado, en la mayor parte, el de los Estados Unidos, ejemplo digno de los pueblos nuevos independientes, mas hemos creído hacer alteraciones bien notables y crear, por decirlo así, todo lo que debe acomodarse a nuestras circunstancias o ajustarse a los más luminosos principios que desde la época de aquella Nación han adelantado en mucha parte la ciencia legislativa... Tuvimos sobre todo presente las constituciones de España y Portugal, la federativa y la central de Colombia y toda la legislación constitucional de Francia... Nosotros hemos aprovechado alguna parte de las máximas establecidas en todas esas instituciones y combinándolo todo con nuestras ideas, nos propusimos una Constitución peculiarmente nuestra y singularmente ajustada a los principios."(11)
A pesar del esfuerzo, la constitución se ajustó más a los principios de la democracia que a la realidad. La democracia no brotaba de la cultura política de los primeros hispanoamericanos —de sus ideas, de sus creencias, de sus actitudes, de sus modos, de sus costumbres— como había brotado de la de los colonos de América de Norte. Los hombres ilustrados de la época ignoraron que los modos políticos, como los modos económicos y todos los otros modos humanos de ser y de conducirse, obedecen a cosas más profundas que los códigos legales.
"Así comenzó —dice Octavio Paz— el reinado de la inautenticidad y la mentira: fachadas democráticas modernas y, tras ellas, realidades arcaicas. La historia se volvió un baile de máscaras... Lo que tuvimos fue la superposición de una ideología universal, la de la modernidad, impuesta sobre la cultura tradicional... En el siglo XIX cambiaron nuestras ideas y nuestras leyes, no nuestras actitudes vitales"(12) .
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¿Por qué surgió el caudillismo en Hispanoamérica? "Porque la nueva legalidad, la legalidad republicana y democrática, carecía de la legitimidad que tuvo la monarquía hispánica. Esa legitimidad no era única ni exclusivamente jurídica sino histórica y tradicional. La nueva legalidad republicana era una concepción jurídica y política sin raíces en la realidad de nuestros pueblos y sin precedentes. La gran ruptura de nuestra historia moderna ha sido la del tránsito de la monarquía hispánica a la democracia, del trono supranacional a la presidencia nacional. Este tránsito no podía realizarse plena y pacíficamente porque la nueva legalidad republicana no había sido precedida, como en Europa y en los Estados Unidos, por un cambio en las conciencias y en las mentes. No había temple democrático porque faltaban las clases y los grupos (la burguesía, sobre todo) que habían hecho posible, en Europa, la revolución de la modernidad. Los caudillos y otros grupos impusieron la ideología moderna, la nueva legalidad; la impusieron desde arriba y así le arrebataron legitimidad. La convirtieron en una ficción que oprimía a la realidad real. Las respuestas fueron las asonadas, los cuartelazos, la anarquía y las dictaduras." Octavio Paz(13) |
Sin embargo, con el paso de los años, la democracia sobrepuesta ha filtrado sus ideas y creencias en las mentes hispanoamericanas en cantidad suficiente para forzar a los dictadores —en cualquier posición de poder que estén— a llamarse demócratas, a justificar sus acciones como medidas excepcionales y temporales, y a disfrazar su afán de dominio con ciertas formalidades democráticas. Es decir, a pesar de haber sido mal entendida y peor practicada, a pesar de que tantas veces ha sido fingida, atropellada o rota, tal vez hoy la democracia ya tiene entre los hispanoamericanos la legitimidad que no tenía al principio. Me refiero a la legitimidad de que habla Octavio Paz, la que viene de más atrás de lo jurídico, la que viene de la historia, de la tradición. ¿Cómo es posible esto si, salvo excepciones, nuestra historia y nuestra tradición ha sido violentar la democracia? Cierto, pero también ha sido buscarla una vez tras otra, intento tras intento, con incansable persistencia, tanto que tal vez podríamos decir de nuestra historia que es la de las frustraciones de un destino.
El problema de identidad está resuelto sólo a medias porque esta legitimidad de la democracia en la actual cultura política hispanoamericana se queda generalmente a ese nivel, al de percibirla como algo que nos corresponde, como algo que debemos exigir, pero no hacer. Importante, muy importante, pero insuficiente, abismalmente insuficiente. Aún no ha descendido a los niveles hondos de la responsabilidad personal, donde radica la diferencia esencial del ser humano, donde se es consciente de la libertad y donde ésta se entiende como responsabilidad. Cada ciudadano o, al menos, una buena mayoría de ellos, debería responsabilizarse de actuar democráticamente en todo lo atinente a la comunidad política. Como esto aún no existe, no es raro observar a personas o grupos de personas que quieren y exigen ser gobernados democráticamente pero que, al tener poder, grande o pequeño, lo ejercen dictatorialmente.
La responsabilidad no es solamente de los gobernantes. Puesto que la democracia no es una meta sino un camino por el que conviene que todos transiten para ir resolviendo con menos tensión y menos desorden los diversos problemas, la responsabilidad de actuar democráticamente atañe también a los gobernados. La conducta general de los gobernados, sin embargo y salvo excepciones, no es la de quienes han hecho propias las creencias y las exigencias del camino democrático. La tendencia a irrespetar la ley, a buscar el privilegio, a recurrir al soborno, aparece demasiadas veces sin mayor inhibición en nuestra cultura política.
La deficiente conducta democrática nos ha llevado a lamentables distorsiones en las agencias del poder político. Aunque son de sobra conocidas, no está de más recordar dos particularmente dañinas.
Los cuerpos representativos son indispensables para la democracia moderna, pero, según vimos, no traemos de nuestra historia ni el sentido de delegar parte de nuestra autonomía en representantes, ni el sentido de recibir la delegación de otros y representarlos cabalmente. Las Cortes nunca fueron para el español lo que el Parlamento fue para los ingleses. Lo que no nos daba la historia nos lo pudo haber ido dando la experiencia, la práctica, el ejercicio. Pero las asambleas legislativas, pomposamente llamadas "primer poder de la república" porque supuestamente están integradas por representantes del pueblo soberano, con demasiada frecuencia dejan de ser realmente y operantemente representativas, por la forma de nombrar a sus integrantes. Parecen electos desde abajo por el pueblo, pero en verdad son escogidos desde arriba por los dirigentes del partido. Representan a esos dirigentes, no al pueblo. La preocupación de tener que rendir cuentas —alma de la función representativa— mira hacia los dirigentes y no hacia el pueblo supuestamente representado. No hemos tenido aún suficiente práctica de delegar y de representar.
Como contrapunto de la anterior, la segunda distorsión de nuestras agencias de poder político contradice una gran lección que traíamos de nuestra historia: la pequeña democracia municipal. A pesar de que "es en el municipio donde reside la fuerza de los pueblos libres", como señaló Tocqueville, a pesar de que fue una forma de gobierno realmente operante durante la colonia, en el período independiente la tendencia ha sido restarle autonomía, jurisdicción e importancia al régimen municipal. La apariencia de democracia en grande de las agencias del gobierno central ha opacado la democracia en pequeño de lo municipal. La tendencia parece planetaria. Ojalá las débiles democracias de origen hispánico escojan fortalecerse desde la raíz política del municipio y sirvan de ejemplo a las restantes: sería un gran aporte español a la democracia, un aporte muy español.
(1) Citado por Américo Castro, La realidad histórica de España. (México: Editorial Porrua S.A., 1971), pp. 153-4.[Regresar]
(2) "Fuero Juzgo" ha sido la palabra usada en España desde el Medioevo para designar una recopilación de leyes. [Regresar]
(3) Ortega y Gasset, De la Política, Introducción y selección de Francisco Álvarez (San José, Costa Rica: Libro Libre, 1987), párrafos tomados de las pp. 132-142.[Regresar]
(4) R. Menéndez Pidal, Historia y Epopeya, p. 19, cit. por Américo Castro, op, cit., p. 187.[Regresar]
(5) Citado por Américo Castro, op. cit., p. 203.[Regresar]
(6) Ortega y Gasset, ibid., pp. 108-111.[Regresar]
(7) Pierre Vilar, Historia de España, (Barcelona: Grupo editorial Grijalbo, 1978), p. 49.[Regresar]
(8) Silvio A. Zavala, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, (México: Editorial Porrúa, 1971), pp.126-130.[Regresar]
(9) Ver, por ejemplo, la selección de sus escritos hecha por el Dr. Franco Cerutti y publicada por Libro Libre con el título La reforma ilustrada. Propuestas democráticas en la España borbónica.[Regresar]
(10) Citado por Cerutti, op. cit.[Regresar]
(11) Tomado de Jorge Mario García Laguardia, "La influencia de la Constitución Americana en el constitucionalismo centroamericano. Tres instituciones", La Constitución Norteamericana y su influencia en Latinoamérica, cuaderno n. 23 del Centro Interamericano de Asesoría y Promoción Electoral (CAPEL), 1987, p.23.[Regresar]
(12) Octavio Paz, "América en plural y en singular", Revista del Pensamiento Centroamericano, vol. XLVIII (1993), n. 218, p. 3.[Regresar]
(13) Ibid., p. 6. [Regresar]
| I. Introducción | II. Judea: antiguos atisbos |
III. La Antigua Atenas |
IV. Larga nueva gestación |
V. Los Estados Unidos |
VII. Educarnos para democracia |
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