La Democracia en nuestra Historia

Xavier Zavala Cuadra

Al servicio del HOMBRE
y de sociedades DE HOMBRES
A mis alumnos de Guatemala

XXX

III. La Antigua Atenas

Democracia de hombres como DIOSES. ¿Por qué surgió su democracia?
¿Por qué no duró?

CONTENIDO
La cultura griega: sus creencias y actitudes
Los avances hacia la democracia:
Atenas // Hacia la democracia plena // Conozcamos mejor la realidad

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La cultura griega: sus creencias y actitudes

¿Qué creencias y actitudes de los antiguos griegos facilitaron, en un camino de siglos, el avance hacia la democracia?

Aparte de otras glorias, la importancia que dieron los antiguos griegos a los logros de la persona les asegura un lugar de honor en la historia de las grandes épocas.

En las sorprendentes civilizaciones de Egipto, Mesopotamia y Anatolia hubo individuos que ciertamente fueron grandes creadores, pero sus nombres no tenían importancia y se perdieron. Las obras de esas civilizaciones son obras anónimas. En cambio, sólo de Atenas, conocemos más de 20.000 nombres. Los nombres propios de antiguos griegos que han llegado hasta nosotros no son sólo de generales y políticos como Alcibíades, Clístenes, Epaminondas, Efialtes, Milcíades, Temístocles, Solón y Pericles, sino que los grandes géneros literarios comienzan, para nosotros, con la obra de un griego de quien sabemos el nombre, su procedencia y parte de su vida: la épica con el gigante Homero; la lírica con Píndaro, Safo y Simónides; el teatro con Esquilo, Sófocles y Eurípides; la oratoria con Demóstenes; la historia con Herodoto, Tucídides y Jenofonte. También la filosofía, con Tales, Anaximandro, Anaxágoras, Demócrito, Sócrates, Platón, Aristóteles. Sabemos que Ictinus fue el arquitecto del Partenón, que Callícrates fue su maestro de obras, y que Fidias diseñó y esculpió sus esculturas. La artesanía misma también tiene nombres propios: la de la Atenas de los siglos VI y V antes de Cristo puede atribuirse a unos quinientos artesanos que se conocen, muchos de los cuales firmaban sus obras.

"Partenón" (de parthenos, virgen): templo dedicado a la diosa virgen Atenea, patrona de Atenas.

Daban, pues, un gran valor a la persona y a lo que la persona hacía. El valor de cada persona era el centro mismo de su cultura, el eje de su modo de ser y de entenderse a si mismos. Cada uno era importante por sí mismo y no por ser súbdito de un gran señor.

Les ayudó la geografía, de dos maneras. La primera, Grecia no era como Egipto y Mesopotamia, donde los extensos valles del Nilo y del Eufrates hacían relativamente fácil que un gran señor sometiese a una vasta población y diese a cada uno una función concreta dentro de un sistema unificado. Grecia no se prestaba para eso. Grecia era islas y, en tierra firme, pequeños valles como islas. En Grecia todo poblado estaba separado de los otros por montes o por agua. Era muy difícil establecer un control central. Además, ese aislamiento no les permitía especializarse en una función o trabajo. Cada grupo estaba forzado a hacer todo, cada hombre tenía que ser maestro en una amplia gama de actividades. Cada grupo era, así, muy consciente de su existencia, cada hombre era muy consciente de sus responsabilidades.

La segunda manera en que la geografía ayudó a los griegos a darle valor al individuo y a lo que el individuo hacía, provino de la relativa escasez de tierra cultivable. La tierra griega no daba a basto para alimentar a los antiguos griegos, por lo que muchos emigraron y establecieron poblados griegos extendiendo su influencia hacia el norte, primero en el litoral egeo, luego en las costas de lo que llamaban el Proponto (hoy Mar de Mármara) y finalmente también en las costas del Mar Negro. También se extendieron hacia el oeste, al sur de Italia y a las costas mediterráneas de lo que hoy son Francia y España. La escasa tierra cultivable enseñó a los antiguos griegos la necesidad de valerse por sí mismos y, en consecuencia, tener conciencia del valor de cada uno.

Su sentido del logro personal, de la obligación del ser humano de hacer rendir al máximo todas sus capacidades, lo encontramos hasta en las más humildes artesanías: lo que nos ha llegado de sus utensilios de cocina y de sus monedas es de sorprendente distinción y belleza. Sentían que todo lo que tenían que hacer debía ser hecho bien.

Influyó mucho en este modo de ser su religión. Más que una doctrina, era una cotidiana relación con los dioses, a quienes consideraban mucho más bellos que los humanos y fuentes de todos los poderes. Honrar a esos dioses era desplegar al máximo las potencialidades que de ellos recibían: en la guerra, en las artes, en los juegos, en el pensamiento, en todo. "Debemos ser tan inmortales como podamos", escribió Aristóteles. Pero también creían que esos mismos dioses castigaban sin piedad la pretensión de igualarse a ellos. Esta ambigua relación con sus dioses produjo en los griegos la saludable mezcla de energía y moderación que caracteriza lo que conocemos de su vida y de su arte. Su esforzado actuar era siempre atemperado por la máxima "nada en exceso". La virtud estaba en el término medio. La mesura era tan importante como el esfuerzo. De ahí su pasión por el orden que, en el intento de arreglar la convivencia, se manifestó siempre en el intento de darse leyes justas.

Pericles, el que llevó a Atenas a la cúspide de su gloria, afirmaba: "Cada uno de nuestros ciudadanos es capaz de mostrarse como recto señor y dueño de su propia persona en los múltiples aspectos de la vida, y, además, de hacerlo con excepcional gracia y excepcional versatilidad". Esa era la libertad griega: ser señor y dueño de su propia persona, y serlo con rectitud y con gracia. No sólo detestaban la posibilidad de ser conquistados, sino que, dentro de su propio círculo, se daban la potestad de hacer cuanto eran capaces de hacer, de desarrollar todo su potencial en el interior de su sociedad y de expresar sus ideas sin limitaciones. Ser así era un asunto de honra y honor.

Los avances hacia la democracia

Estos griegos de que estamos hablando, los del año 750 A.C. en adelante, se creían descendientes de una legendaria raza de héroes, dotada de prodigiosa energía, que por diez años consecutivos guerreó contra Troya por una bella mujer. Los historiadores creyeron, por siglos, que tales héroes y tales aventuras eran imaginación. Pero, desde hace más o menos cien años, nuevos descubrimientos arqueológicos indican que no todo era imaginación.

Los científicos han desenterrado una rica civilización que existió entre los años 1.600 y 1.200 A.C. y que tenía como centro a la ciudad de Micenas, de la que Homero dice en su canto a la Guerra de Troya: "los que poseían la bien construida ciudad de Micenas... habían llegado en cien naves a las órdenes del rey Agamenón Atrida".(1) Y esa civilización era heredera de otra anterior, la brillante civilización minoica de la isla de Creta, amante de colores vivos, con casas de cinco pisos y tragaluces, con palacios con agua corriente y servicios sanitarios más higiénicos que los que europeos y americanos usaban hasta hace relativamente poco tiempo.

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¿Cómo se organizaban y gobernaban aquellos griegos de que nos habla Homero y que se identificaban a sí mismos como "aqueos"? En tiempos de paz, por estructura familiar. En tiempos de crisis, por estructura de clan. El clan era un grupo de familias que reconocían tener un ancestro común y un jefe común. Cuando el jefe deseaba emprender una acción común al clan, llamaba a los hombres libres a asamblea pública para presentarles el proyecto. La asamblea podía aprobarlo o rechazarlo, pero sólo unos pocos —los más sobresalientes— podían proponer modificaciones. Hablar bien era importante entre los griegos, desde entonces. El arte de la elocuencia iba a alcanzar grandes alturas en la democracia ateniense e iba a ser también parte de su ruina.

"Se levantó Néstor, suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel —había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que nacieron y se criaron con él en la sagrada Pilo y reinaba sobre la tercera..."

La Ilíada, Canto I.

"...de pie sobresalía Menelao por sus anchas espaldas; sentados, era Ulises de mayor majestad. Cuando hilvanaban razones y consejos para todos nosotros, Menelao hablaba de prisa, ...el ingenioso Ulises, después de levantarse, permanecía en pie con la vista baja y los ojos clavados en el suelo, no meneaba el cetro que tenía inmóvil en las manos y parecía un ignorante... Mas tan pronto como salían de su pecho las palabras pronunciadas con voz sonora, como caen en el invierno los copos de nieve, ningún mortal hubiera disputado con Ulises."

La Ilíada, Canto III.

Cuando parece necesario que todos los clanes actúen juntos, los jefes reconocen como rey al más fuerte de todos ellos. En la bulé o consejo, los nobles tienen plena libertad de palabra y se dirigen al rey como primero entre iguales.

Los poderes de este rey son limitados y amplios a un tiempo. Son limitados en espacio porque su reino es pequeño. Son limitados en tiempo porque puede ser depuesto por el consejo o por un derecho que los aqueos reconocían con gran facilidad, el derecho del más fuerte. Fuera de estas claras delimitaciones, todo lo demás es vago. Más que nada, el rey es un comandante militar que precisa tener un ejército bien preparado y equipado; mientras así sea, el rey es el gobierno legislativo, ejecutivo y judicial; es también el sumo sacerdote que ofrece los sacrificios a los dioses; sus decretos, más que ley —todavía no había palabra para ley— sientan precedentes y se convierten en costumbres. Las costumbres fueron la hermana mayor de la ley. En los tiempos homéricos prácticamente no existían tribunales de justicia ni agencias de justicia. Cada familia estaba a cargo de su defensa y de su venganza.

Después de la Guerra de Troya, sucesivas invasiones de dorios, procedentes del norte, destruyeron totalmente la civilización micénica. Los dorios eran un pueblo guerrero todavía en la etapa de pastoreo y caza migrante. La necesidad de pasto para su ganado los empujaba siempre a moverse. Pero tenían hierro en abundancia y el hierro de sus armas les dio supremacía sobre los aqueos y los cretenses. El mundo griego entró a una especie de noche oscura de 450 años, del 1.200 al 750 A.C. Pero el efecto de estas invasiones no fue uniforme en todas las ciudades. Esparta, fundada por los dorios, siguió doria hasta el final. Atenas logró defenderse bastante de las invasiones porque estaba construida sobre una fortaleza natural, la rocosa Acrópolis; vino a ser refugio de muchos que huían de los dorios pero que llevaban asimilada la cultura micénica, y fue así depositaria de elementos del glorioso pasado sobre los que construiría después un glorioso futuro. Siglos después, Esparta y Atenas representarían concepciones de vida muy opuestas: la de dura disciplina militar frente a la de libertad intelectual y política.

Poco a poco se fue restableciendo un cierto orden, preñado del difícil pero enriquecedor encuentro de cinco culturas, la cretense, la micénica, la aquea, la doria y la oriental. Con el orden, se reactiva la economía, se expande el comercio y reaparece la artesanía fina. Entonces tiene lugar un cambio trascendental en la vida política de los griegos: a excepción de Esparta y Tesalia, la aristocracia local de cada ciudad retoma el poder político suprimiendo al rey o dejándolo sin poder real.

Los "eupátridas" (bien nacidos) dirigían las nuevas aristocracias. Descendían de guerreros convertidos en propietarios de tierras durante las guerras y conflictos del período anterior. Eran hombres con abundante tiempo disponible para los deportes y los ejercicios físicos requeridos para su preparación militar; diestros también en las formas sociales; enseñados desde niños a interesarse en el canto y la danza; convencidos de que su condición les exigía someterse a un estricto código de conducta: tenían que ser veraces, confiables, corteses incluso con sus enemigos, respetuosos de los derechos ajenos, generosos con sus posesiones, inmunes a la tentación de la trampa, orgullosos de vivir de acuerdo a ese código. Se consideraban hombres superiores a los demás, capacitados por nacimiento y educación para la tarea de velar por los asuntos públicos y muchos demostraron tener gran talento para asegurar el orden y la prosperidad de la ciudad.

Los tiranos

Eran hombres hábiles, frecuentemente inescrupulosos, que aprovechaban situaciones de crisis para apoderarse del poder. Hacían algunas concesiones a las clases pobres para contar con su apoyo. Unos fueron brutales e injustos, dando origen a la mala connotación que la palabra tirano todavía tiene. Otros fueron benéficos y respetuosos de las leyes: unieron a las ciudades y, teniendo concentrada toda la autoridad, lograron hacer obras públicas de importancia.

Su conciencia del valor del individuo había tolerado a los reyes durante la amenaza del desorden, pero, terminada ésta, esa conciencia los impulsó a ejercer su autonomía. Paso importante hacia el poder político compartido, aunque incompleto porque quedan fuera todos los que no son eupátridas. Seguirán unos doscientos años de tensiones y conflictos entre los intereses de la aristocracia y los intereses del resto. Estas tensiones y conflictos producirán desorden y caos en las ciudades muchas veces. Dos serán las soluciones: la que ofrecen los "tiranos" que se aprovechan del desorden para apoderarse del poder, y la que intuye el pueblo desposeído de poder, pero con innato sentido de orden: tener leyes escritas. Durante todo este período de aristocracias, las ciudades griegas tendrán también tiranos y también se irán dando leyes a sí mismas. Atenas no se escapará a los tiranos, pero Atenas tendrá legisladores de extraordinaria sabiduría que buscarán resolver el problema del desorden por la vía de la distribución balanceada del poder político entre toda la población. Será el segundo gran paso hacia el poder político compartido.

Las leyes griegas

Los griegos no inventaron ni el concepto de ley ni la práctica de la ley, pues, cuando todavía eran poco más que salvajes, ya existían códigos legales en Babilonia y ya existía la Ley Mosaica. Pero las leyes griegas tuvieron características peculiares de trascendental importancia:

1. Su propósito no era expresar la voluntad de un monarca poderoso o de un dios, sino mejorar la vida de los mortales.

2. Su fuerza no provenía de la autoridad de un gobernante o sacerdote, sino de alguna forma de consenso popular, de manera que, para cambiarla, había que consultar al pueblo.

De la ley se esperaba que protegiera la vida y la propiedad de todos los ciudadanos y no sólo de grupos selectos.

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Atenas

Atenas es parte de "Ática", península estrecha, con el mar cerca en todas partes. Lo dice su nombre, aktike (tierra costera). La atmósfera parece diferente: limpia, nítida, brillante. Cicerón cuenta que se atribuía a esa luminosidad ambiental la inteligencia de los pobladores del Ática. Los eupátridas de Ática pertenecían a cuatro tribus, cada una con su propio ancestro heroico, con su culto a una divinidad, con su jefe y con algunas tierras comunales. Cada tribu estaba integrada por 3 fratrías o hermandades, cada fratría, por 30 clanes, y cada clan, por 30 cabezas de familia. La concepción de comunidad era, pues, fundamentalmente de parentesco. Las familias más antiguas y con más tierras inclinaban hacia ellas la balanza del poder.

El gobierno de esta aristocracia ateniense comenzó tras la muerte del rey Codro. La leyenda dice que, no habiendo alguien digno de ser su sucesor, dejaron vacante el puesto de rey (basileo) y nombraron a un arconte vitalicio. En el año 752 A.C. redujeron a 10 años el período del arconte. En el año 683 lo redujeron a uno y, además, dividieron el puesto en varios arconatos: arconte epónimo, que daba su nombre al año con el propósito de ponerle fecha a los acontecimientos; arconte basileo (rey) que era el jefe de la religión; el polemarca, que era el comandante militar, y seis temostetes o legisladores. Aunque el poder político está concentrado en una clase, la conciencia de la conveniencia de limitarlo y dividirlo es clara.

La población estaba dividida en tres rangos socio-políticos. Los hippeis, caballeros, dueños de caballos, que formaban la caballería del ejército; los zeugitas, que tenían bueyes y yugos, y formaban el cuerpo de hoplitas (fuertemente armados) del ejército, y los tetes, que tenían sólo la fuerza de sus brazos e integraban la infantería ligera. Solamente los que pertenecían a los dos primeros rangos eran contados como ciudadanos, y sólo los hippeis podían ser nombrados arcontes, jueces o sacerdotes.

Al pasar el tiempo, las condiciones de vida de los pobres se fueron haciendo más duras. En el campo, las propiedades de los campesinos fueron cada vez más pequeñas, consecuencia del crecimiento de las familias; los que no podían hacer frente a sus obligaciones como propietarios tuvieron que trabajar para los que sí podían actuar como propietarios; muchos de los que se endeudaban, dando su propiedad y su persona como prenda hipotecaria, terminaban perdiendo su propiedad y quedando reducidos a sirvientes. Aristóteles dice que incluso eran vendidos con sus hijos como esclavos en tierras lejanas.

En el año 630 A.C., Cilón dirige una revuela popular con la intención de tomarse la Acrópolis, pero fracasa. Para el año 620 los eupátridas ya están reconociendo que ciertos cambios son necesarios y encargan nuevas leyes al temostetes (legislador) Dracón: ¡primeras leyes escritas! Los atenienses querían reencontrar el orden, no por la vía de la imposición de un tirano, sino por la vía de las leyes.

El código promulgado por Dracón fue tan duro en sus castigos que el adjetivo "draconiano" ha pasado a la historia como sinónimo de extrema severidad. Sus mejoras, según sabemos, fueron limitadas. Entre ellas, establece que la pena o castigo recaiga sólo sobre el culpable, dejando a sus allegados libres de toda responsabilidad; distingue la acción involuntaria del crimen premeditado; sustituye la venganza personal con tribunales: en adelante, el Senado juzgará los casos de homicidio; por duros que sean sus castigos, la ley es igual para todos los que se consideran ciudadanos. En cuanto a la concentración del poder político, rompió un poco el círculo de los eupátridas haciendo que las personas recientemente enriquecidas pudiesen ser nombradas arcontes.

Pero el control de los juicios y de la interpretación de las leyes quedó en manos de la clase eupátrida exclusivamente, y ésta juzgó e interpretó según su conveniencia. Tampoco hizo nada el código de Dracón para liberar al deudor de la esclavitud o para evitar que el poderoso abusase del débil. La situación de los pobres era tan desesperante, al finalizar el siglo VII A.C., que muchos hablaban de redistribuir la riqueza por la fuerza. Los ricos, por su parte, también se preparaban a valerse de la fuerza en su defensa: creían que las turbas eran capaces de acabar, no sólo con el orden y la riqueza, sino con la religión y la civilización misma.

Es casi milagroso que en tan difícil coyuntura apareciese un hombre capaz de persuadir a ambas partes de un nuevo orden económico y político que, no sólo iba a evitar el caos, sino que iba a sentar las bases de lo que Atenas sería en adelante, hasta el final de su vida independiente. Ese hombre se llama Solón.

Solón era un eupátrida proveniente de una de las más nobles familias del Ática, emparentada con el rey Codro. En su juventud disfrutó de los placeres de su tiempo y cultivó la poesía. Al madurar, sus poemas fueron perdiendo inspiración al mismo paso con que sus consejos se tornaban más sabios. Como comerciante de mucho éxito tuvo la oportunidad de viajar extensamente y de ampliar sus experiencias. Su conducta empresarial fue tan buena como sus consejos y adquirió fama de hombre íntegro entre todas las clases. En el año 594 A.C., cuando tenía 44 o 45 años, representantes de la clase media le pidieron que aceptara ser nombrado reconciliador y arconte, con poderes dictatoriales, para aliviar las tensiones sociales, establecer nuevas leyes y restaurar la estabilidad del estado. La clase alta accedió a tal nombramiento con cierta renuencia, pero confiando en que Solón, siendo uno de ellos y rico, no afectaría sus intereses.

Sus primeras medidas fueron reformas económicas, simples pero drásticas. No dio gusto a los más radicales que esperaban una redistribución de la propiedad de la tierra, pues posiblemente hubiese traído guerra civil y caos social, pero con un sólo acto, que los contemporáneos llamaron "descarga", condonó todas las deudas con hipoteca existentes, tanto las que eran con personas privadas como las que eran con el estado, y dejó, así, todas las tierras sin hipoteca. Cuantos habían sido esclavizados por razón de deuda recobraron su libertad y los que habían sido vendidos en el extranjero fueron repatriados, quedando prohibida tal esclavitud en el futuro.

Introdujo una nueva moneda fácilmente cambiable con la de Corinto, Egina y Eubea para estimular el comercio. Devaluó la moneda, mina, haciendo que valiera 100 dracmas la que antes valía 70. El peso de esta moneda sirvió de base de un nuevo sistema de pesos y medidas. Estas reformas fueron raíz del posterior auge económico de Atenas.

Abolió las leyes draconianas por sus excesivas penas, a excepción de la del homicidio. Pero su mayor reforma fue la redistribución del poder político, abandonando el concepto de aristocracia de los eupátridas, y dando a cada clase un poder proporcional a su capacidad de contribuir al tesoro público. Con este fin, utilizó los nombres de clasificación social ya existentes, pero les cambió sus prerrogativas y deberes. 1) Los pentacosiomedimni, personas con ingresos anuales iguales o superiores a las 500 medidas de cereales, pagaban más impuestos que los demás, pero podían ser electos arcontes. 2) Los hippeis o caballeros, con ingresos anuales de 300 medidas o más, pagaban impuestos menores que los anteriores y eran elegibles sólo a posiciones menores. 3) Los zeugitas, con ingresos anuales de 200 medidas, pagaban impuestos menores que los anteriores y tenían el privilegio de ser parte del cuerpo de hoplitas del ejército. 4) Los tetes, que eran el resto de hombres libres, estaban exentos de impuestos y formaban el cuerpo de soldados comunes del ejército. Así pues, la posibilidad de obtener puestos honoríficos estaba claramente determinada por la capacidad de pagar impuestos.

Solón dejó al viejo Senado como autoridad suprema, aunque ahora abierto a todos los miembros de la primera clase y no sólo a los eupátridas. Debajo de ese Senado, creó una nueva bulé o Consejo de los Cuatrocientos, integrado por 100 miembros de cada tribu; este consejo preparaba la agenda de las reuniones del Senado. Bajo esta aparente estructura oligárquica, que complacía a los poderosos, introdujo instituciones fundamentalmente democrÁticas. Revivió la vieja ekklesía (asamblea) de los tiempos homéricos, en cuyas deliberaciones podían participar todos los ciudadanos. Esta asamblea elegía anualmente, de entre los miembros de la primera clase, a los arcontes, y estaba facultada para pedirles cuentas de su actuación y para juzgarlos. Más importante aún fue hacer que los miembros de las clases más bajas pudieran servir como jurados —escogidos por sorteo— en los tribunales ante los que se presentaba todo tipo de casos, excepto los de homicidio. Tanto Aristóteles como Plutarco dicen que algunos creían que Solón había redactado sus leyes con intencionada oscuridad para que las disputas sobre su interpretación fueran resueltas por estos jurados.

La modalidad de llenar puestos públicos por sorteo, que de los jurados se extenderá más tarde a muchas otras posiciones, conlleva una noción de igualdad ciudadana muy peculiar. Ciertamente, da a cada ciudadano igual probabilidad de ocupar un puesto, por lo que puede parecer justa a primera vista. Esta igual probabilidad, sin embargo, olvida que los puestos públicos requieren de ciertas aptitudes y cierra los ojos ante la enorme variedad de capacidades físicas, intelectuales y morales que los hombres tienen. Que todos puedan ser "electos" no es igual a que todos puedan ser "sorteados". Elegir es escoger, seleccionar, es decir, tomar en consideración la variedad de capacidades. Extrañamente, los atenienses fueron olvidando en su vida política, en su servicio público, una característica que sobresale en el resto de su civilización: la conciencia de la variedad de capacidades, el gozo de ver competir esas capacidades, la satisfacción de premiar la excelencia. Lo que hoy llamamos olimpiadas nació con ellos, pero las de ellos no eran sólo competencias de habilidades físicas sino también intelectuales: allí premiaban a la mejor tragedia y a la mejor comedia.

En el año 572 A.C., a la edad de 66 años y después de haber sido arconte por 22, Solón renunció a su puesto y se marchó a viajar por Egipto, habiendo obligado antes a los atenienses a jurar que respetarían sus leyes al menos hasta que él volviese. Sin embargo, los atenienses, sin Solón, no fueron capaces de convivir con las leyes que él les había dado. Algo semejante acontecerá más tarde tras la muerte de Pericles.

Tan sólo cinco años después de la partida de Solón, cayeron en la anarquía. Tres facciones se disputaban el poder, los que propugnaban la fidelidad a las leyes de Solón, los que proponían el retorno a la aristocracia y los que seguían exigiendo la redistribución de la tierra. Al frente de estos últimos se puso Pisístrato, aristócrata y primo de Solón, con la intención de convertirse en tirano. Solón, a su regreso, trató de detenerlo, pero el pueblo ya no lo escuchaba. Solón se retiró de la política diciéndole a los atenienses: "individualmente, cada uno de vosotros avanza con la astucia del zorro, pero colectivamente lo hacéis como gansos".

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Por tanto, Atenas no se escapó de los tiranos. Pisístrato la gobernó del 561 al 527 A.C. Se hizo del poder prometiendo mejorar las leyes que regulaban la propiedad de la tierra y lo cumplió. Para sorpresa de todos, generalmente mantuvo las leyes de Solón, cuidándose únicamente de hacer él los principales nombramientos. Además, promovió la plantación de la vid y del olivo, adelantó dinero a los más pobres, inventó un cuerpo de jueces ambulantes que resolvían diferencias entre vecinos. Crea así la clase de campesinos modestos que será el elemento más estable del Ática. También embelleció la ciudad, que hasta entonces había crecido al azar y sin gracia y estaba por debajo de ciudades como Mileto, Éfeso, Mitilene y Siracusa; promovió las artes y estableció una comisión para que estudiara y fijara en forma definitiva los textos homéricos; reforzó las relaciones con muchas islas, dando a Atenas mayor presencia en el Mar Egeo. Heredó el poder a sus dos hijos, pero estos no tuvieron el talento de su padre. Uno fue asesinado en el año 514 A.C. y el otro fue expulsado en el año 510 A.C.. La tiranía había durado medio siglo y no se sabía qué gobierno la sustituiría.

Juicio de Lord Acton sobre Solón

"Seiscientos años antes del nacimiento de Cristo el absolutismo imperaba sin fronteras... La más dotada de las naciones rescató al mundo de esta degradación universal. Atenas, que, como las otras ciudades, estaba oprimida por una clase privilegiada, soslayó la violencia al nombrar a Solón para que revisase sus leyes.

Fue la más feliz elección que registra la historia. No sólo era Solón el más sabio de los hombres de Atenas, sino el genio político más profundo de la antigüedad. La fácil, incruenta y pacífica revolución con que logró salvar a su país instituyó un poder que ha contribuido a la regeneración de la sociedad más que cualquier otra cosa, si exceptuamos a la religión revelada, y fue el primer paso de una carrera que nuestra era glorifica continuándola.

Dejó a la clase alta el derecho que había tenido de hacer y administrar las leyes, aunque transfirió a la riqueza lo que antes había sido privilegio de nacimiento. Sólo los ricos tenían los medios para soportar el peso del servicio público, de los impuestos y la guerra, y Solón les dio una porción de poder proporcional a lo que se exigía de sus recursos. Las clases más pobres fueron eximidas de impuestos directos, pero también quedaron excluidas de puestos públicos.

Aunque los magistrados pertenecían a las clases superiores, Solón dio a las clases inferiores voz en la elección de estos y el derecho de llamarlos a rendir cuentas. Esta aparentemente flaca concesión, fue el comienzo de un cambio portentoso. Introdujo la idea de que el hombre debe tener voz en la selección de aquellos a cuya rectitud y sabiduría está forzado a confiar su fortuna, su familia y su vida. Esta idea invirtió completamente la noción de autoridad humana, porque inauguró el reino de la fuerza moral donde el poder político había contado con la moral de la fuerza.

El gobierno por consentimiento sustituyó al gobierno por compulsión, y la pirámide que se levantaba sobre su vértice fue asentada sobre su base. Al hacer de cada ciudadano el guardián de su propio interés, Solón dio entrada a un elemento de democracia en el estado. La más grande gloria de un gobernante, dijo, es crear un gobierno popular. Porque creía que no se puede confiar enteramente en ningún hombre, sometió a todos los que están en el ejercicio del poder al control vigilante de los gobernados."

Essays in the History of Liberty, Indianapolis: Liberty Classics, p.9-10 ).

Hacia la democracia plena

Tras dos años de confusión, Clístenes, aristócrata de la estirpe de los alcmeónidas (la misma de Pericles), levantó al pueblo en rebelión, se convirtió en tirano, rechazó una invasión de Esparta y, luego, procedió a establecer la democracia.

Su primera reforma golpea la estructura misma de la aristocracia Ática: conservando el nombre de "tribu", suprime la organización en cuatro tribus, y la sustituye por una de diez tribus nuevas, que nada tienen que ver con las anteriores, y a las que se pertenece por razón del lugar en que se habita, sin consideración alguna al linaje o a la riqueza.

Para contrapesar la religiosidad asociada a las antiguas tribus, estableció ceremonias religiosas propias de cada nueva tribu y convirtió en deidades locales a legendarios héroes de cada lugar.

Establece que los extranjeros residentes sean considerados tan ciudadanos como los demás, con lo que se duplicó el número de votantes y el proceso democrático obtuvo el respaldo de un nuevo grupo.

Al lado del arconte polemarca (encargado de la guerra) pone a diez strategoi (generales), uno por cada nueva tribu. Cada tribu nombra su general.

Las diez tribus también son la base de un nuevo Consejo de 500 miembros, cincuenta por tribu, sustituto del Consejo de 400 creado por Solón. A nivel de este Consejo se supera en forma definitiva el esquema aristocrático o plutocrático, pues basta con ser miembro de la tribu —ahora mero asunto de lugar de residencia— para poder representarla como integrante del grupo de cincuenta. Además, no importan las aptitudes o ineptitudes de los integrantes del grupo porque los designa el azar del sorteo.

Este cuerpo, extraño inicio de gobierno representativo fue teniendo cada vez más poderes, porque escogía los asuntos que se presentarían a la Asamblea para su aprobación o rechazo (aunque la Asamblea detentaba todo el derecho de iniciativa). Además, tenía varios poderes judiciales, se encargaba de amplias funciones administrativas y supervisaba a todos los oficiales del estado.

La antigua Asamblea homérica revivida por Solón, en la que todo ciudadano tenía derecho de participar, creció a consecuencia del nuevo concepto de ciudadanía, de forma que una reunión de todos hubiese significado el encuentro de unas 30.000 personas.

Cualquiera podía ser asignado a los tribunales de justicia, a excepción de los tetes quienes continuaban excluidos de puestos específicos, aunque sólo fuese por el hecho de que, siendo pobres, no podían dar su tiempo a funciones no remuneradas. La democracia ateniense, en su modalidad de democracia directa, fue posible en sus inicios porque había esclavos que trabajaban para su señor y el tiempo de éste quedaba en buena parte libre para ser empleado en los asuntos públicos.

Para asegurar la vigencia del orden, Clístenes dio a la Asamblea el poder de desterrar a cualquier ciudadano considerado seriamente peligroso. Para hacerlo se requería un quorum de al menos 6.000 ciudadanos. Los que votaban por el destierro, escribían el nombre de la persona sometida a consideración en un trozo de vasija quebrada. Llamaban a esos pedazos ostraka y de ahí viene el nombre "ostracismo" con que hoy seguimos llamando al destierro político. El destierro era por diez años, pero el desterrado no perdía la propiedad de sus bienes.

A pesar de todas estas reformas, Clístenes dejó intacto el poder del antiguo Senado que sesionaba en el Areópago. Fueron las posteriores reformas de Efialtes y de Pericles las que abrieron las puertas de todos los poderes al pueblo entero. El Senado del Areópago no tenía atribuciones precisas y esa situación le permitía usurpar las de los otros cuerpos. Efialtes le quitó las funciones políticas y judiciales, permitiéndole conservar únicamente las religiosas. Tal medida le costó la vida, pues la antigua aristocracia dispuso que lo asesinaran.

Oración fúnebre de Pericles

Nuestro régimen político no trata de imitar las instituciones de los pueblos vecinos, porque nosotros somos más bien modelos que imitadores de otros. En cuanto a su nombre, es una democracia, porque la administración está en manos no de unos pocos, sino en las de la mayoría. Cuando se trata de arreglar disputas privadas, todos somos iguales ante la ley. Cuando se trata de nombrar a una persona para un puesto público de responsabilidad, lo que cuenta es la capacidad que la persona posee y no el que sea miembro de una clase particular. La pobreza no es razón para que alguien se quede en oscuridad política. Y así como nuestra vida política es libre y abierta, así es nuestra vida en nuestras relaciones diarias entre nosotros... Somos libres y tolerantes en nuestras vidas privadas, pero en los asuntos públicos guardamos la ley.

Obedecemos a los que hemos puesto en posición de autoridad, obedecemos las leyes, especialmente las que protegen a los oprimidos y obedecemos las leyes incluso las no escritas pero que todos reconocemos que es una vergüenza quebrantar.

Otro punto. Al terminar el trabajo, gozamos de toda clase de recreaciones del espíritu. Tenemos variedad de competencias y de sacrificios durante el año; en nuestras casas encontramos belleza y buen gusto para el disfrute diario y para apartarnos de las preocupaciones. La grandeza de nuestra ciudad permite que cosas buenas de otras partes nos sean asequibles, de forma que nos parece natural gozar de bienes extranjeros como de productos locales.

Nos diferenciamos también de nuestros adversarios por la manera de prepararnos para la guerra. He aquí algunos ejemplos: nuestra ciudad está abierta a todo el mundo y no expulsamos al extranjero para evitar que descubra secretos que puedan ser útiles al enemigo, porque nuestra fortaleza está en nuestra valentía al actuar y no en nuestro armamento. También nos diferenciamos en el sistema educativo: los espartanos, desde temprana edad, son sometidos a laboriosos entrenamientos; nosotros pasamos la vida sin esas restricciones y sin embargo estamos tan preparados como ellos para hacerle frente al peligro...

Nuestro amor por la belleza no nos lleva a la extravagancia; nuestro amor por las cosas del espíritu no nos ablanda. Para nosotros la riqueza es algo que debe ser bien usada y no algo de lo que hay que vanagloriarse. Nadie tiene que avergonzarse de ser pobre: lo vergonzoso sería no esforzarse por salir de la pobreza. Todo individuo se interesa en los asuntos del estado tanto como en los propios: incluso los más ocupados están muy bien informados sobre la política general; ésta es una peculiaridad nuestra: no decimos que quien se desinteresa de la política es quien se interesa en sus propios quehaceres, sino quien no tiene qué hacer entre nosotros.

Nosotros, los atenienses, no creemos que haya incompatibilidad entre las palabras y los hechos; lo peor es arrojarse a la acción antes de haber debatido las consecuencias... Somos capaces de afrontar riesgos y de evaluarlos de antemano...

Hacemos amigos haciendo bien a los otros y no recibiendo de ellos. Esto hace nuestra amistad más confiable... Somos únicos en esto. Nuestra bondad para con los otros no proviene de cálculos utilitarios... sino de nuestra liberalidad.

En resumen, yo declaro que nuestra ciudad es escuela de Grecia, y declaro que en mi opinión cada uno de nuestros ciudadanos es capaz de mostrarse como recto señor y dueño de su propia persona, en los múltiples aspectos de su vida, y, además, de hacerlo con excepcional gracia y excepcional versatilidad... Tal es, pues, nuestra ciudad, por la que estos han luchado y muerto heroicamente... A vosotros corresponde tratar de ser como ellos. Decídanse, porque la felicidad depende de ser libres y la libertad depende de ser valientes.

(Párrafos tomados del historiador Tucídides en su
Historia de la guerra del Peloponeso )

Pericles fue el comandante en jefe de todas las fuerzas físicas y espirituales de Atenas durante su edad de oro. Nacido eupátrida, asimiló la creciente cultura ateniense en todos sus aspectos, económicos, militares, literarios, artísticos y filosóficos. Muchos creen que fue el hombre más completo que produjo Grecia. El gigantesco influjo que tuvo sobre sus conciudadanos se debió no sólo a su inteligencia y oratoria sino también a su probidad, inmune al chantaje y al soborno. La admiración y respeto de que gozaba entre sus conciudadanos se manifiesta en el sorprendente hecho de que la Asamblea lo reeligió casi consecutivamente durante 30 años como uno de los diez generales. Desde esa posición logró ser la figura más importante de todo el gobierno.

En 451 A.C introdujo el pago a los jurados para que los tetes pudieran ocupar tales puestos. Continuando las reformas de sus predecesores, transfirió a cortes populares varios poderes judiciales, que antes eran prerrogativa de los arcontes, de forma que éstos quedaron más como figuras burocrÁticas. Hizo que los zeugitas y los tetes fuesen admitidos al arcontado. Moviéndose en dirección contraria, restringió la categoría de ciudadano a los nacidos de padre y madre atenienses, y prohibió los matrimonios entre ateniense y no ateniense.

El instrumento de su éxito fue el arte de hablar. Gobernaba por persuasión. Decidía todo mediante argumentos en abierta deliberación. Pensaba que el objeto de las leyes no era confirmar el predominio de algún interés, sino evitar ese predominio, fortalecer tanto la independencia del trabajo como la seguridad de la propiedad, proteger al rico de la envidia y al pobre de la opresión.

Ya en plena democracia, la Asamblea ateniense, abierta a todos los ciudadanos varones adultos sin consideración alguna de riqueza o de clase, sesionaba 40 veces al año, usualmente en un anfiteatro natural al oeste de la Acrópolis que llamaban Pnyx. Era el supremo poder de la democracia directa ateniense. Aunque teóricamente cualquier miembro podía hablar de cualquier cosa, siempre y cuando fuese capaz de hacerse oír de los demás, por razones prácticas tenían también una agenda oficial preparada por el Consejo de los 500. Este siguió estando integrado por 50 representantes de cada una de las 10 tribus, sacados por sorteo de una lista de voluntarios mayores de 30 años, a quienes, ahora, ya se pagaba por su servicio. El período de los representantes era de un año, pudiendo ser reelectos sólo una vez. Ahora bien, la función de este Consejo de los 500 no era servir de balance, freno o contrapeso a la Asamblea, sino simplemente facilitarle sus deliberaciones. Por encima de la Asamblea no había nada. La Asamblea no estaba sometida a ley o norma alguna, ni política ni moral. Los ciudadanos atenienses reunidos en la Asamblea eran como dioses.

Dentro del Consejo había otro más pequeño de 50 hombres llamado Pritanía, sesionaba todos los días y en efecto administraba el gobierno. La integración de esta Pritanía cambiaba 10 veces al año, pasando de una tribu a otra. El coordinador de la Pritanía era el ejecutivo más alto del gobierno ateniense y cambiaba cada día. En teoría, pues, ningún hombre podía permanecer suficiente tiempo en un puesto de gobierno como para abusar de él. Sin embargo, los 10 generales de las fuerzas armadas, electos directamente por la Asamblea para un período de un año, podían ser reelectos indefinidamente. En consecuencia, los generales pudieron tener gran influjo, a veces por largo tiempo, en asuntos no militares. Tal fue el caso de Pericles.

Oráculo:
Respuestas que daban los dioses a través de sus sacerdotes.

Todas estas reformas, nacidas de las ideas de unos cuantos legisladores, fueron legisladas para un pueblo que no estaba completamente preparado para ellas, que no estaba a la altura de lo que Pericles pensaba. Más aún, se fueron dando en un período de crisis moral. Lo que los antiguos griegos llamaban oráculos de los dioses, les había servido de guía moral. Durante el período de estas reformas, los oráculos ya no eran tan respetados; una prueba de ello es que Clístenes inventó deidades nuevas y nuevas celebraciones religiosas. La instrucción moral ya no la proporcionaban los dioses y los atenienses no tenían un código venerable escrito por sabios de reconocida santidad, como los del Lejano Oriente. Aún no había llegado el momento en que Atenas tendría extraordinarios filósofos que enseñarían a los hombres a guiarse por la razón. En vez de ellos existían los sofistas, muchos de los cuales confundían al pueblo con sus argumentaciones en la Asamblea y en los tribunales de justicia.

Sofistas

"Filósofos" que no creían en una verdad objetiva. Por tanto, el hombre más sabio no era el que estaba más cerca de la verdad, sino el que sabía imponer su punto de vista.

Lo que Pericles dice de Atenas en su famosa Oración Fúnebre en honor de los primeros atenienses caídos en la Guerra del Peloponeso, pareciera más un proyecto o un deseo, que una descripción fiel de la realidad. Esta, como suele acontecer, distaba mucho del ideal.

Conozcamos mejor la realidad

Es importante conocerla mejor para entender por qué terminó la democracia ateniense y con ella las de las otras ciudades griegas que la habían seguido. Para ello retrocedamos un tanto en el tiempo y retomemos el hilo a los hechos tras la victoria griega frente a las invasiones persas. Entusiasmados con esa victoria y con los avances democráticos que venían haciendo, los atenienses consideraron oportuno invitar a otras ciudades griegas a formar una confederación que llamaron la "Liga de Delos". Su propósito era mantenerse unidos y preparados para enfrentar a los persas en el futuro y expandir el sistema democrático de gobierno. Crearon un tesoro común que fue depositado en Delos. Pero, lo que comenzó siendo una alianza en libertad, terminó, al pasar el tiempo, en abierto imperialismo ateniense. Las contribuciones voluntarias de las ciudades se convirtieron en tributo a Atenas. En tiempos de Pericles este tributo pasó de 440 talentos a 600. La armada, concebida para la guerra contra los persas, fue usada para mantener a la fuerza el imperio, castigando a ciudades que querían salirse de la liga o forzando a otras a entrar. Los atenienses exigieron que muchas de las causas judiciales que se llevaban en las otras ciudades fueran vistas en Atenas. El tesoro común de Delfos fue trasladado a Atenas y utilizado en beneficio exclusivo de Atenas.

Como contraposición a la conducta ateniense con las otras ciudades griegas, en particular en lo relativo al tributo, vale recordar lo que hizo, un siglo más tarde, con esas mismas ciudades, incluida Atenas, el que con su ejército había puesto fin a la libertad e independencia de los griegos: Filipo de Macedonia. Deseoso de que su Macedonia se injertase al mundo griego, porque admiraba su cultura, estableció con las ciudades una nueva liga llamada de Corinto y no les impuso tributo.

El afán expansivo y expoliador para el que los atenienses creen tener derecho, los hace extenderse a excesivas operaciones militares simultáneas. En tiempos de Pericles, éste, por un lado, aconseja y logra moderación; por otro, arroja a Atenas a la guerra contra Esparta. Pericles había iniciado su carrera pública luchando políticamente contra Cimón, jefe del partido aristocrático e impulsor de las buenas relaciones con Esparta. Aprovechando un fracaso militar de éste, precisamente en apoyo a los espartanos, lo condenó al ostracismo. Pericles hace alianza con Argos y Tesalia, rivales de Corinto y Egina, aliadas de Esparta. Las ciudades griegas se van dividiendo en dos bandos, las que están con Atenas y las que están con Esparta. Un decreto de Pericles prohíbe todo comercio con Megara, del bando de Esparta. Esparta demanda que se anule el decreto, pero Pericles se niega. Esparta declara la guerra y Pericles la acepta. Comienza así, en el año 431 A.C., la Guerra del Peloponeso.

Aunque el ejército ateniense era inferior al espartano, aparentemente Pericles confiaba en su armada y en el gran tesoro de Atenas. Algunos historiadores creen que quería la guerra para obtener dominio total sobre las rutas de comercio del Mar Egeo, ya que la alimentación de los atenienses dependía del producto de otras regiones. Otros sospechan un secreto intento de dejar en el olvido una causa judicial contra él por supuesto uso incorrecto de fondos públicos. El plan militar de Pericles fue concentrar las fuerzas de defensa en la bien amurallada Atenas, dejando abandonado el resto del Ática, mientras los barcos atenienses atacaban y obtenían el triunfo desde el mar. El plan falló, el conflicto se fue alargando, año con año los espartanos destruían los cultivos de cereales y frutas del Ática, los campesinos abandonaban el campo y buscaban refugio en Atenas, la sobrepoblación y hacinamiento de la ciudad produjo una gran peste.

Los ataques contra Pericles llegaron a ser muy fuertes. Decidió dirigir él mismo unas expediciones marítimas contra las costas del Peloponeso, pero no tuvieron el resultado esperado. A su regreso encontró al Ática más devastada y al espíritu ateniense más decaído. La Asamblea lo destituye de su puesto. Lo acusan, juzgan y multan por mal uso de fondos públicos. Poco después lo vuelven a elegir: a pesar de todo, era lo mejor que tenían. Muere un año más tarde, víctima de la peste. Tras su muerte, los atenienses no supieron qué hacer consigo mismos.

Las clases populares era mayoría en la Asamblea sin estar preparadas para servir de estadistas en los asuntos internos y externos de la ciudad.

Continuaron la guerra, dirigiéndola desde la Asamblea. De cada dos mujeres del Ática una era viuda y de cada dos niños uno era huérfano. Empobrecieron a los ricos con excesivos impuestos. Terminaron con el gran tesoro de la ciudad y mandaron a fundir el oro y la plata de las estatuas de los templos del Acrópolis para pagar la construcción de nuevas naves. En el 425 A.C. Esparta les propuso la paz, pero la muchedumbre ateniense rechazó la propuesta enardecida por la oratoria de Cleón y su proyecto de que en adelante no se pagaran los gastos de la guerra con impuestos sobre los atenienses sino con más altos tributos de las otras ciudades.

El estado de la administración de la justicia era igualmente calamitoso. La población sin educación había invadido las posiciones judiciales desde el momento en que el servicio en los tribunales fue remunerado. Acusadores sin conciencia manipulaban las pasiones políticas de estos colegios judiciales compuestos de más de cien cabezas. Cualquier propietario podía perder allí su propiedad. Abogados chantajistas, llamados "sicofantas", se beneficiaban extorsionando a otras personas con la amenaza de una acusación.

Creer que no había ley superior a sus decisiones —ley que pusiese limites a su libertad— junto a su particular concepto de igualdad política manifiesto en dar puestos por sorteo, puso a los atenienses en una senda suicida. Perdieron a sus mejores hombres, perdieron a sus aliados, perdieron la guerra contra Esparta y, en consecuencia, perdieron la democracia (411 A.C.).

Siete años más tarde, en el 403 A.C., Trasíbulo devolvió a Atenas el gobierno democrático cuidándose de moderar el comportamiento de la Asamblea. Sin embargo, una de las decisiones de esa segunda democracia ateniense fue la muerte de Sócrates. De todos modos, el nuevo intento estaba condenado a ser muy corto porque se aproximaba un sorprendente giro de la historia, el dominio de Macedonia.

El juicio de Tucídides

"En efecto, durante todo el tiempo en que Pericles estuvo al frente de la ciudad en tiempo de paz, la dirigió con moderación y supo velar por ella con seguridad..., una vez surgida la guerra, se vio que también en ella sabía prever... Después de su muerte se reconoció todavía más el valor de sus previsiones... Les había dicho que, si permanecían tranquilos, si se preocupaban de la marina, si no intentaban nuevas conquistas... ellos triunfarían. Pero hicieron todo lo contrario...

Pericles... dominaba la multitud respetando la libertad y, en lugar de ser dirigido por ella, era él quien la dirigía... Llegó a ser aquello, en cuanto al nombre, una democracia, pero de hecho era el primer ciudadano el que gobernaba.

Por el contrario, los hombres que le sucedieron —iguales entre ellos por sus cualidades— aspiraban a este primer puesto halagando al pueblo e hicieron que de esos halagos dependiese la dirección de los asuntos. De aquí provinieron toda clase de errores..."

Historia de la Guerra del Peloponeso, Barcelona: Edit. Juventud, 1975, p.162.

El mal del poder ilimitado

"Se dio un paso prodigioso en el progreso de las naciones cuando se adoptó en la constitución ateniense el principio de que toda persona tenía derecho a defenderse y debía tener los medios para hacerlo. Pero los derrotados en elecciones no tenían esos derechos porque la ley no puso límites al triunfo de la mayoría ni evitó a la minoría el castigo de haber sido superada en número..."

"...la posesión de un poder ilimitado —que corroe la conciencia, enardece el corazón y oscurece la comprensión de los monarcas— ejerció también su influencia desmoralizadora sobre la brillante democracia ateniense. Es malo ser oprimido por una minoría, pero es peor ser oprimido por una mayoría... Ante la voluntad absoluta de todo un pueblo, no hay apelación, redención o refugio... El pensamiento que estaba entonces en auge les enseñó que no hay ley superior a la del estado, que el legislador está por encima de la ley."

"De aquí se sigue que el pueblo soberano tiene derecho a hacer cuanto puede, y no está limitado por reglas buenas o malas, sino por su propio juicio en cada momento. En cierta ocasión memorable, los atenienses reunidos en asamblea declararon monstruoso impedirles que hicieran lo que les viniera en gana. No había fuerza que los pudiera limitar... De este modo el pueblo emancipado de los atenienses se convirtió en un tirano, y su gobierno, pionero de la libertad de Europa, fue condenado, por terrible unanimidad, por los más sabios de los antiguos. Arruinaron su ciudad al intentar dirigir la guerra por debate en la plaza pública. Como la República Francesa, llevaron a la muerte a sus dirigentes poco afortunados. Trataron a sus asociados con tal injusticia que perdieron su imperio marítimo. Saquearon al rico hasta que conspiró con el enemigo, y coronaron su culpa con el martirio de Sócrates".

"...la lección de su experiencia perdura, porque enseña que el gobierno de todo el pueblo, siendo el gobierno de la clase más numerosa y poderosa, es un mal de la misma naturaleza que el de la monarquía absoluta y requiere, por casi las mismas razones, de instituciones que lo protejan de sí mismo y que mantengan en alto el reino de la ley sobre las arbitrariedades de la opinión."

Lord Acton, Historia de la Libertad, (Costa Rica: Libro Libre) pp. 22-24.


(1) Homero, La Ilíada, Canto II, traducción de Luis Segalá y Estalella. [Regresar]


I. Introducción

II. Judea:
antiguos atisbos

IV. Larga
nueva gestación

V. Los
Estados Unidos

VI. La cultura
política hispana

VII. Educarnos
para democracia


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